Ficha del festejo
Ganado: seis toros del conde de Mayalde, voluminosos y muy aparatosos de cabezas, dentro de una acusada disparidad de hechuras. En conjunto, todos tuvieron opciones de triunfo, por su más que manejable movilidad y, en algunos casos, aun medidos de fuerzas o de fondo, incluso con clase y ritmo en sus embestidas. El quinto, lidiado como sobrero del primero devuelto por flojo, se echó desangrado tras un demoledor puyazo.
El Fandi, de azul soraya y oro: estocada tendida delantera (silencio); media estocada baja trasera (silencio).
Ismael Martín, de blanco y oro, que confirmaba alternativa: estocada (ovación); el quinto se echó sin llegar a entrarle a matar (silencio).
Samuel Navalón, de violeta y oro: estocada (ovación); pinchazo, estocada contraria y descabello (ovación tras aviso).
Martín confirmó su doctorado con el toro “Descreído”, nº 29, cinqueño, castaño oscuro y de 543 kilos.
Plaza: vigésimo quinto festejo de abono de la feria de San Isidro, con más de tres cuartos del aforo cubiertos (18.526 espectadores, según la empresa), en tarde de buena temperatura y con algunas rachas de viento.
La feria de San Isidro llegó hoy al antepenúltimo festejo del largo abono sumida en la opacidad y la falta de brillo de lo sucedido en el ruedo, pese a que esta vez la cornalona y aparatosa corrida del conde de Mayalde resultó, casi sin excepción, más que manejable para el lucimiento del extraño cartel de toreros elaborado por la empresa.
Pero, como viene sucediendo casi todas las tardes, esas claras opciones de triunfo que ofrecen los serios toros que salen al ruedo venteño se acaban desperdiciando por la falta de acierto o de verdadera apuesta de la mayoría de los toreros a los que les caben en suerte, como sucedió hoy en casi todos los casos.
El único con el que pudo haber lucimiento fue el quinto, en principio reseñado como sobrero pero que, al correrse turno, salió al ruedo en sustitución del primero de la tarde, devuelto por su acusada falta de fuerzas.
Pero si el remiendo no fue factible no fue por falta de nobleza sino única y exclusivamente por el fortísimo puyazo recibido que convirtió su lomo en un auténtico manantial de sangre que fue derramando por la arena hasta que se echó exangüe sin que Ismael Martín pudiera siquiera entrarle a matar.
El lote de más evidentes opciones, a pesar de las feas y bastas hechuras del segundo de la tarde, que se compensaron con la fina seriedad del cuarto. Fue el de El Fandi, el más que veterano torero granadino que se lució, por momentos, con las banderillas, incluso compartiendo dos de los tercios con Martín.
El problema es que con ninguno de los dos apostó Fandila con una mínima sinceridad ni en los cites ni en el ligero y notablemente despegado trazo de unos pases acumulados con más oficio que auténtico compromiso, desestimando así un éxito que hace ya muchos años que no logra en esta plaza.
El confirmante Martín puso una voluntad que no le fue suficiente para resolver el compromiso. Intervino en todos los quites -entre ellos el de unas rescatadas orticinas al de la ceremonia- y banderilleó con ánimo en los cuatro turnos que tuvo ocasión, y, aunque ayudó con temple al primero, que fue el más escaso de fuerzas del sexteto, no pudo pasar de aseado, mientras que con el desangrado quinto solo lució su ligereza con el capote tras saludarlo a portagayola.
A la puerta de chiqueros se fue también el valenciano Samuel Navalón para recibir a sus dos toros que, aún medidos de fuerzas, fueron los que apuntaron mucha mejor calidad en sus embestidas. El problema es que, tras abrir el trasteo de rodillas en los medios en señal de su innegable decisión, se encimó y exigió demasiado a un tercero que, descolgando siempre los pitones, pedía más pulso y ayuda para asentarse.
El sexto, otro de los cinqueños de la corrida, tuvo un sensacional pitón izquierdo por el que Navalón tardó mucho tiempo en ponerse, tras abrir de nuevo el trasteo de hinojos en los medios y dilatarse demasiado y con mucha tensión por el menos agradecido lado derecho, de tal forma que solo llegó a ligarle un par de tandas de naturales de nivel, antes de unas ajustadas bernadinas a la desesperada.
El joven espada buscó así, en el descuento, un éxito que ya le había pasado de largo con ese último de una corrida que para muchos, y solo por los desaciertos de la terna, pasó incluso por descastada. La feria y la afición, piden ya un tiempo de reposo y reflexión.