Mucha gente parecía no tener dónde dormir. Algunos iban a bailar y otros simplemente pasaban la noche en el cine Lara de Avenida de Mayo 1221. El ritual consistía en ver La canción es la misma, de Led Zeppelin. Esa película y ese lugar significaban algo así como la plenitud sonora. Dejando de lado el purismo melómano, y pese a que la copia parecía estar pidiendo compasión, uno podía sentir que se estaba mejor allí que en un recital de León Gieco.
No importaba la calidad del filme, su récord amerita un derroche de cinco estrellas. Sábado tras sábado, de 1978 a diciembre de 1989 tuvo lugar un espectáculo digno de la palabra «ritual». La canción es la misma se convirtió en un dato inverosímil. ¿Cuántas funciones habrán sido? ¿Más de 500, más de mil? No quedan dudas de que ese documental de 137 minutos de rock fue el verdadero aguante.
La imaginación por las nubes con Zeppelin. Jimmy Page te estampaba contra la butaca y la voz y el porte de Roberto Planta (Robert Plant, en los créditos) acomplejaba nuestra pura virilidad de púber. El cantante, en momentos de ausencia total y absoluta de videoclips, se nos antojaba un rudo marino de Joseph Conrad.
La épica del cine Lara todavía hoy sigue su ruta y se multiplica con el correr de los años. Dicen que hasta el mismo Plant, cuando nos visitó en los ’90, quiso conocer el famoso enclave donde su película atravesó una década larga.
Además, en esos primeros 80’s se creía que el rock era algo serio y entonces uno podía volver una y otra vez a ver una película que, para colmo, se llama La canción es la misma. «Sí, fui otra vez, ¿y qué?» Se lo decías a tu viejo para que te viera como un loco y te dejara vivir en paz.
Quizás haya sido una manera de trabajar a fondo la idea del aburrimiento. La vida es corta, te decían, pero ya a los 14, 15 años estabas furioso de de la estructura reiterativa de la vida cotidiana.
La película de Zeppelin era una cita obligada de las embriagadores noches de los ’80 en el Lara.Once años en cartel. Dictadura, Alfonsín y Menem. ¡Tres gobiernos! Eso fue lo que duró La canción es la misma en el cine Lara. Los éxitos, por lo general, siempre son cosas masivas, colectivas, cocacoleras. Los fenómenos de «culto», en cambio, parecen responder a otras necesidades: ¿la canción era la misma para los mismos de siempre? Al menos ésa era la sensación. En esa sala, butaca de por medio, se han armado parejas. Se han intercambiado también símbolos de la paz.
El ritual del Lara
Podías ir a la trasnoche del Select Lavalle para ver The Wall, de Pink Floyd. Lo dicho, al Lara para Zeppelin. Lets spend the night together, de los Rolling Stones, se daba en la trasnoche del cine Esmeralda, y Un fantasma en el paraíso, otro clásico de larga vida, aguantó un lustro y pico en el Cine Studio, de Santa Fe y Pueyrredón.
En ese momento las películas eran prohibidas para 14 o para 18. El Lara era un toque garantista y hacía la vista gorda. Idéntica reacción en cualquiera de las otras salas del cinerock (o en El Continental de Flores donde daban las de la Cosa Sarli). Después, bueno, salías y era posible que te llevaran en cana por averiguación de antecedentes.
Once años ininterrumpidos en la cartelera de un cine. ¿Qué Titanic logró semejante marca? La canción es la misma (The song remains the same, 1976) había sido dirigida por dos fulanos, Peter Clifton y Joe Massot (¿¿??). Se trató del primer álbum en vivo de Led Zeppelin.
El disco doble funcionó como banda de sonido de la peli más obstinada de la historia de nuestra cinematografía doméstica. Las escenas en vivo del filme eran registros tomados a lo largo de tres noches en el Madison Square Garden de Nueva York (27, 28 y 29 de julio), durante el tour de 1973 de la banda.
Olores nuevos en el Lara: patchouli, porro. En los asientos se tomaba alcohol. Se cantaba. Se le gritaba a la pantalla. Se revoleaban cosas.
«¿Hay una explicación para ese fenómeno? Cuesta encontrarla. No había glamour, ni peinados nuevos ni esa elegancia gélida que contagió a chicos y chicas agrupados en distintos estilos musicales, pero uniformados bajo ciertas pautas culturales de la época. Y, sin embargo, esos pibes que habían tomado por asalto el cine Lara para reproducir mecánicamente su fervor rockero, también eran década del ’80′». Este párrafo es parte de un texto hermoso escrito por el colega Fernando D’Addario.
Volumen a fondo y parlantes traseros. Dos instrucciones precisas que había recibido el proyectorista cuando se pasaba el documental de Zeppelin. D’Addario, periodista de Pagina 12, nos recordó que La canción es la misma se estrenó en 1978 (24 de mayo, cerca del inicio del Mundial), aunque el gran acontecimiento de tozuda permanencia fue armándose alrededor de la primavera democrática.
Lo que ocurrió con esta película no pasó en ninguna parte del planeta. Buenos Aires no dormía y para eso teníamos esas trasnoches rockeras en pantalla grande.
La salida retro por definición era haber ido más de una vez a ver alguna de esas pelis. La frase de Charly García, Qué se puede hacer, salvo ver películas, viene de aquellas veladas nocturnas. Cuentan que a Charly se lo veía seguido en el Cine Studio como público de Un fantasma en el paraíso, con música de Paul Williams.
El encantador Luis Sagasti -escritor, profesor y crítico de arte-, autor de Una ofrenda musical, le dedicó un libro a una de las bandas de rock más importantes de la historia: Por qué escuchamos a Led Zeppelin (Gourmet Musical Ediciones). «A los 13 años había ido con mi primo Ignacio a ver La canción es la misma a la trasnoche. Hasta donde recuerde, era la primera película de rock que había llegado a Bahía Blanca».
Más testimonios. “La vi como cuarenta veces, era sagrada. Fue lo único que había los sábados si querías ver música”, dijo Tete, bajista de La Renga. «Nos juntábamos en el barrio, en Mataderos, con el Chizzo, con mi hermano, y otros amigos, y nos íbamos para el Lara».
El cinerock, una especie extinta de la todavía más extinta «cultura rock», supo convertir las funciones del Lara en una costumbre pegajosa. Para los acólitos más enfermos, Led Zeppelin tocó cada fin de semana durante 11 años seguidos en un cine construido en 1925.
La canción es la misma le ganó a todas: a The Wall, a Woodstock (primero en el Ritz de Belgrano y luego en el Normandie), a Tommy (Cine Arte). Una leyenda que empezó a tomar forma de la resistencia en los años complicados y luego sería leída como el primer eslabón del ahora llamado TOC.
Cuenta Fernando García, periodista cultural, que el cine Lara se convirtió, con el tiempo, en la afligida sucursal de un banco donde sólo sobrevivían los azulejos de mayólica. «Todos los que peregrinamos a esas trasnoches (cinco veces en mi caso) las tenemos grabados en la memoria. De Led Zeppelin se pueden ver miles de horas en YouTube, pero el contexto en el que se proyectaba esta película tiene la misma esencia que aquellas pinturas cuyos rostros pretenden ser arrebatados de la ilusión, del engaño, de la pintura, por los artesanos de la Inteligencia Artificial. Y la cara de Jesús, si se cree, dicen que solo se ve una vez que se sube la escalera al cielo».