Este texto de Selva Palomino llegó a mis manos de una manera muy particular…
Hace un par de años dicté un taller para un grupo de narradoras, la idea original era trabajar sobre los romances clandestinos de los hombres que forjaron la historia argentina. Selva eligió escribir sobre el vínculo entre Julio Argentino Roca e Ignacia Robles y sobre la hija nacida de esta relación.
Al tiempo me envió por mail El grito y el silencio, contándome que aquel ejercicio de taller fue el disparador para este texto teatral. Tardé un tiempo en leerla, pero cuando lo hice me enamoré del texto y le dije “¡quiero dirigirla!”.
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Convoqué a Gabriela Villalonga y a Luciana Procaccini, sabía que ellas eran la dupla actoral perfecta para encarnar a estos personajes, y sin dudarlo aceptaron el desafío. Y digo desafío porque en esta oportunidad, prestan su cuerpo y su voz para ser habitadas por varios personajes.
Estamos realizando un gran trabajo con estas magníficas actrices.
El texto aborda temas como el poder, el abuso, la manipulación, la violencia de género, el patriarcado, la herencia política, social y cultural Argentina. Temas que resuenan en este presente tormentoso.
Estoy convencida de que el teatro político, histórico, social, es hoy nuestro lugar de resistencia, de denuncia. Es donde podemos vernos, y cuando esto sucede, la memoria dice “presente”.
La obra nos presenta lo público y lo privado en la vida de Julio Argentino Roca. Dos caras de la misma moneda. Lo hace a través de dos mujeres, madre e hija, unidas por un vínculo indestructible a pesar de ellas. Dos mujeres, dos miradas que cobran vida en un texto sensible.
Por un lado, Ignacia Robles, la mujer que a los 14 años fue entregada al entonces Teniente Coronel de Infantería Julio Argentino Roca, por sus padres y por toda una sociedad que aplaudía el poder y a quienes lo ejercían, haciendo la vista gorda a los abusos.
Otra versión de los hechos es que Roca la raptó y luego de una semana la regresó a su casa; por supuesto sus padres taparon el episodio.
En cualquiera de los dos casos, se hizo a sabiendas de toda la sociedad tucumana de esos días, incluso de sus padres. Todos conocían la casa que el hombre había alquilado y en la que tenía a la niña.
Se sabe que la tuvo cautiva una semana en la que ejerció sobre ella el poder para concretar sus más oscuros deseos y que al poco tiempo de regresar a su casa se conoce que Ignacia, con tan solo 14 años, está embarazada.
Por otro lado está Carmen Robles, la hija, nacida de su vínculo con Roca. Una hija que porta el apellido materno porque nunca fue reconocida por su padre.
En ellas habita la voz de Julio Argentino Roca. En Ignacia, poseída por un pasado que marcó su vida para siempre y que aún la atormenta, es el Roca joven de 1868. En Carmen, esta hija bastarda que lucha por recuperar su identidad, es Roca después de 1914, ya muerto.
Podemos ver en ambas las marcas de esta historia, cicatrices que el tiempo no borra. Pero también somos testigos de la lucha por liberarse y gritar su verdad.
La violencia ejercida en los vínculos, en este caso contra las mujeres, sucede con la sociedad toda. El paralelismo que observamos entre el rol de la mujer poseída en un tiempo en el que reina el patriarcado y la República Argentina en el imaginario de Roca es abrumador, y lo podemos observar en toda la puesta.
Resulta interesante ver cómo estos personajes históricos siguen dialogando con nuestro presente. Nos permite desmitificar a aquellos que escribieron con sangre nuestra historia y que reaparecen cíclicamente, con otros nombres, con otros rostros, pero con idénticas intenciones.
Esta obra es un homenaje a esas mujeres y a todas las víctimas de los violentos procesos históricos.
El grito y el silencio es un texto fuertemente reflexivo, que nos muestra que la memoria no se apaga y las voces no se callan. Es nuestra forma de mantener viva la memoria argentina.
*Directora de El grito y el silencio.