-Son 286 finales, 230 títulos y 16 años seguidos siendo el número uno del ranking mundial de pádel: ¿Después de 30 años de carrera Fernando Belasteguín está salvado?
-No, no.
-¿En serio?
-Es que nunca jugué por la plata. Me movía otra cosa.
-¿Cuál era la zanahoria?
-El día que tuve la primera lesión, que me hizo bajar el rendimiento, me di cuenta de que lo único que me importaba era una cosa: sólo me interesaba ganar. ¿Sabés cuál es una de las mayores mentiras del deporte? Esos que dicen «se cansó de ganar». Esa es una mentira como una casa. ¡No te cansas nunca! Nunca, eh. El que tuvo la suerte de mantenerse tanto tiempo ahí arriba sabe lo que es esa sensación… ¡Y la querés tener siempre! No hay dinero que pueda pagar eso.
-Te propongo un juego absurdo: viene el genio de la lámpara y te da la opción de canjear un par de años el número uno a cambio de unos cuantos millones…
-No, no lo cambio por nada. Porque ese récord que logré en el pádel no se compra con dinero. Es lo que me queda, algo que no consiguió nadie. Tengo 45 años y hoy los número uno del mundo son Tapia y Coello. O sea, si se mantienen en la cima del ranking de acá a los próximos 15 años, recién cuando tenga 60 años van a igualar mi récord. Hasta que cumpla 60 años, mínimo, ese récord va a ser mío.
Fernando Belasteguín ganó 230 títulos en su carrera.
La tortuga de los huevos de oro
Nombre: “Bela”
Edad: 13
Fecha de nacimiento: 19 de mayo de 1979
Altura: 1,69 metro Mejor golpe: salida de pared (años después, sería el globo)
Defecto: apurado y temperamental
La ficha del diario de Pehuajó era más larga y presenta el crack de la ciudad, aunque pocos piensan que va a llegar tan lejos. Todo empieza en 1989 a 150 metros de la casa los Belasteguín (Jorge, empleado del Banco Provincia y Beatriz, docente) cuando el club San Martín de Pehuajó construye la primera cancha de pádel de la ciudad. Ahí está el nido que calienta el huevo de la serpiente. O de la tortuga, teniendo en cuenta que hablamos de los pagos que inspiraron a María Elena Walsh para su famosa canción. Entonces, con apenas 10 años, Fernando Belasteguín empieza a jugar al pádel de manera frenética.
“En esa época no había mucho para hacer en el pueblo. O fumabas porro en la plaza, y todo el mundo pensaba que te estabas metiendo cualquier cosa, o hacías deporte todo el día. Y a mí se me dio por lo segundo”, cuenta Bela que en 1989 hizo el crossover de su vida: pasó de ser un rústico marcador central para convertirse, poco a poco, en un fino jugador de pádel.
Por aquellos días, era uno de esos pibes que «se cuelan» en la cancha entre turno y turno a pegarle una, dos, las veces que se pueda a la pelota. Estaba todo el día en el club y se convirtió en un comodín: “Decile al pibe”.
Un recorte que conservan los padres de Belasteguín en su casa de Pehuajó.“Tenía 11 años y estaba ahí. Entonces faltaba uno porque se atrasaba trabajando en el campo y entraba yo, de garrón”.
Contaba once y ya jugaba con los de 20, 30 o 40: “Ese fue el mejor entrenamiento. A veces cuando escucho, ´que el chico no juegue con los grandes´, yo digo lo contrario: ´Dejalo que es lo mejor que le puede pasar para aprender a jugar al pádel´«.
Pero el que rompió el cascarón fue un profe llamado Roberto Díaz. Ya “con 14 años”, Bela “andaba bien” y consiguió una invitación para una fecha del Circuito Argentino de pádel en Santa Rosa, donde llegaban los mejores del país. Los grandes jugaban en la capital pampeana y los menores, en Macachín: “Éramos completos desconocidos, como no hacíamos el circuito, nadie sabía quiénes éramos ni cómo jugábamos”.
Es difícil ponerle suspenso. Con poco roce y su aire campechano, es obvio que Bela les ganó a todos: a los que tenían las mejores paletas, las mejores zapatillas y mejor ranking que él: “Cómo puede ser que estos estos pibes que no viajan nunca, aparezcan de la nada y nos ganen el torneo”, protestaban los padres de los chicos.
Después de sus primeros años en Madrid, Belasteguín se mudó a Barcelona, donde vive la familia de su mujer.Pero hay uno que “la ve” y ese fue Díaz. Fue el hombre que entendió que desde Pehuajó había llegado la gallina de los huevos de oro. O, mejor dicho, la tortuga. Es el Big Bang del crack.
Así encaró Díaz a Jorge Belasteguín, el padre de la criatura:
Roberto Díaz: -Es bueno el pibe, che. ¿Lo dejás venir a entrenar en mi centro deportivo, en Buenos Aires?
Jorge Belasteguín: -Mirá, hay dos cosas que tenés que saber. Yo puedo juntar guita para mandarlo, pero le tenés que dar de comer y un lugar para dormir.
RD: -Hecho.
JB: -Y una cosa más: si le va mal en el colegio se termina el pádel y se vuelve.
La estampa del crack: como ocurre con Jordan o Maradona, la silueta de Bela se convirtió en el ícono de su línea deportiva.
La recta final del GOAT: aceitando la máquina en Roma
Esta nota se escribe mientras Fernando Belasteguín transita sus últimos meses como jugador profesional. Sí, se acerca el final del mejor jugador de todos los tiempos del pádel (el único que puede recibir el apodo de GOAT en este deporte) y el cetro quedará vacante hasta que haya un nuevo rey.
Hasta hace unos pocos días, Bela estuvo instalado en una mansión con spa en la zona más exclusiva de Roma. Su anfitrión se llama Gianluca Vacchi, un excéntrico italiano que se volvió célebre en las redes sociales por mostrar su perfil de bon vivant. Parecen dos mundos antagónicos: la leyenda del pádel, con un perfil familiero similar al de Roger Federer, junto a un Ricardo Fort con acento italiano. ¿Qué los une? “El tano es un apasionado del pádel, eso fue lo que nos juntó”, adelantaba Bela.
En su mansión de la capital italiana, Gianluca tiene un verdadero centro deportivo (canchas de pádel, fútbol, gimnasio de última generación) y todo lo necesario (cámara hiperbárica, tinas gigantes con hielo y todas las máquinas posibles) para una rehabilitación top, fisioterapeuta incluido.
“Tiene todo para recuperarte en tiempo récord”, nos cuenta Bela que sintió una molestia en el muslo -que ya dejó atrás- justo cuando se juntó con Juan Tello, un compañero top para la recta final de su carrera: “Uno mejor que el Gato no voy a encontrar para esta etapa, por eso tengo que estar bien lo más rápido posible”, relataba vía Zoom mientras caía la noche en Roma, después del triple turno de rehabilitación.
Belasteguín con su familia: Antes de dormir, la leyenda charló con Clarín.
-A los 45 años se te ve bien físicamente y está claro que sabés todo dentro de la pista: ¿en qué notás el paso del tiempo?
-En el desparpajo. Puedo tirar la pelota para donde sea, abrir ángulos, jugar pelotas que son ilógicas, pero ya no tengo la recuperación física. Puedo seguir rápido para mi edad, pero no tengo la velocidad de los otros chicos que tienen 20 años. Mis características de juego siempre fueron las de un jugador muy ordenado, como un jugador de ajedrez dentro de la cancha. Y mis dos puntos fuertes siempre han sido la cabeza y el físico. Si vos mirás los golpes míos, yo no tengo golpes que definan, pero son todos buenos, ocho puntos. Por eso, mi fuerte siempre ha sido la cabeza y el físico.
-¿Y cuándo empezó a traicionar la cabeza?
-Yo tuve la grandísima suerte de que mi primera lesión grave la tuve en agosto de 2018, a los 39 años y pico, y después de haber sido número uno 16 años seguidos.
-Estuviste pleno hasta los 39, ese es el clic…
-Yo hasta esa edad, que ya es una edad alta, me sentía indestructible. Sentía que entraba a la cancha y podía con cualquiera. Eso me daba una fortaleza mental tremenda y el juego salía solo.
-¿Y qué cambió?
-A medida que me fui lesionando, la confianza fue mermando. Eso que te digo: hasta que me lesioné yo jugaba solo para ganar. No me satisfacía otra cosa que ganar. Y en 2018 tuve la lesión grave del codo que no me permitió defender el número uno en pista, después de 16 años… Cuando viene un doctor y te dice “ojo que puede ser el final”, la cabeza te hace un clic para siempre.
-Viste el final del túnel…
-Cuando sentís que estuviste muy cerquita de que sea el final ya no sos el mismo ni física ni mentalmente. Es una pequeña milésima que le bajas a la intensidad y se nota un montón. Y eso es lo que más he notado en los últimos tres o cuatro años. Cada lesión va haciendo un poquito de mella a nivel mental. Tengo menos velocidad que los chicos de ahora, sí, pero siento que en lo que más me ha castigado el paso del tiempo fue en las lesiones y lo que eso provocó a nivel mental.
-En los últimos tiempos tuviste que aceptar que te ibas en un torneo en octavos o en primera ronda… ¿Cómo te bancaste comenzar a convivir con la derrota?
-De los tres primeros torneos de este año gané un solo partido e hice primera vuelta. No te gusta y no terminás de acostumbrarte nunca. Entonces, ahora digo: «Cuánto tiempo estuve ganando, ¿eh?». Y qué duro que es perder. Durísimo. Duele mucho, muchísimo. Por eso no le creo al que dice que ya no gana porque se cansó.
-Ya no ganás porque…
-…(interrumpe) No ganás más porque hay otros que son mejores que vos. Punto y final.
Que treinta años no es nada
Aquella charla entre Jorge Belasteguín (el papá de Bela) y el profe Díaz que lo invitó a Buenos Aires fue el nacimiento de la bestia. En Pehuajó empezaron a hacer rifas para pagar los viajes del pibe que “se iba a la Capital”. Y no fue a perder el tiempo: “Me rompí el orto, pegaba la vuelta en colectivo los domingos a las diez de la noche, llegaba cerca de las siete de la mañana, me daba una ducha y salía para el cole. Al tiempo, los choferes me conocían y si tenían que estudiar me dejaban ir adelante con la luz prendida”.
Belasteguín llegó más lejos de lo que soñaba.En un año y medio, Belasteguín jugaba con profesionales. Tenía 15. A los 16 con Matías Díaz (entonces 17 años) enfrentaron a Alejandro Lasaigues, uno de los mitos de este deporte, en Trenque Lauquen. Perdieron, “pero 6-4 en el tercero”. Y unos años después, se iba a quedar con la corona del hombre que hoy le pone nombre al complejo de canchas del Sheraton Hotel de Buenos Aires. A los 20 años, Bela ya era el mejor de la Argentina. Pero se cansó (no de ganar, sino del pádel) y estuvo a punto de largar todo: “Me puse a estudiar Ciencias Económicas”. Hasta que lo llamó Roby Gattiker y lo invitó de gira por España. Entonces, cada vez que volvía a Pehuajó recibía otra invitación, hasta que en 2001 aceptó instalarse en Madrid. Al año siguiente se juntó con Juan Martín Díaz y, en palabras de José Mourinho, Fernando Belasteguín se convirtió en “puto amo” del pádel. Empezaron a llamarlo The Boss.
Con Díaz formaron la pareja más ganadora de la historia del deporte que inventó el mexicano Enrique Corcuera en el patio de su casa de Acapulco: estuvieron un año y 9 meses invictos, sin perder un solo partido y se mantuvieron durante 13 años en el 1 del ranking mundial. Bela seguiría durante tres más para lograr el récord de 16.
-¿Treinta años después cortaste el cordón umbilical con la Argentina?
-No, hace 25 años que vivo en España y cada vez que tengo que volver de Pehuajó para Ezeiza, los primeros 80 kilómetros, no paro de llorar. Lloro como loco. Y llora mi señora (Cristina, 43). Y lloran mis hijos (Federico, 15; Sofía, 13; y Beatriz, 10). Después, cuando llego a mi casa en Barcelona me pongo a entrenar como loco. Cuando me preguntan qué es lo que más me duele de mi carrera, no son las lesiones, ni siquiera perder: es la despedida de mi familia.
Los Belasteguín, paseando por Europa.-¿Podés poner en palabras el desarraigo?
-Es algo que sólo entendemos los que nos fuimos de nuestra casa. Por el paso del tiempo hubo eneros que les daba un beso a mis abuelos y cuando volví en diciembre les llevé una flor al cementerio. Me pasó en 2017 y 2018 y eso es una puñalada. Por eso te digo: cada vez que vengo lloro más.
-Nunca tuviste un discurso anti Argentina, tampoco destacás «la diferencia» de vivir en el exterior
-Para nada y me da mucha bronca que hay una corriente, una moda, que dice que en Argentina es todo una mierda, como si se invitara a la gente a irse del país. Como que todo lo mejor estaba afuera. Y te contaban los casos de éxito: “Se fue a Miami a vender panchos y hoy tiene una cadena de pancherías”. “Arrancó de lavacopas en un restaurante y hoy tiene su propio salón”.
-No es tan fácil la vida afuera…
-Claro, por qué no contás los millones de casos que se vienen y es probable que lloren todos los días por estar lejos de sus raíces. A mí me fue bien, pero creo que si llegás justo a fin de mes, es mucho mejor hacerlo con tus viejos y tu abuelo al lado que teniéndolos a 12.000 kilómetros. Es difícil pelearla afuera.
«Papá, ¿es cierto que sos el mejor del mundo?»
Después de tres décadas en la pista, Fernando Belasteguín decidió ponerle un punto final a su carrera. De esos 30 años, más de la mitad fue el mejor del mundo. Este 18 de mayo cumple 45 años. Y dos días después se presentará por última vez en la Argentina, justo en Mar del Plata, donde comenzó su carrera como profesional. Cuando llegue diciembre, dará el adiós definitivo a las canchas.
La última: ¿es cierto que tu hijo mayor no sabía que eras el mejor jugador de pádel del mundo?
-Sí, hasta los siete u ocho años, Fede, que es el más grande, no sabía que yo era el número uno del mundo. Pero un día en el colegio se lo contaron los compañeros y me preguntó. Ahí se lo dije, pasa que en mi casa no hay trofeos, el único premio que conservo es el Olimpia, que para mí siempre fue lo máximo. Y la medalla del Mundial de Dubai 2022. Entonces, a partir de que supieron, me empezaron a acompañar más. Lamentablemente coincide con la etapa que empecé a perder mucho… pero bueno, tiene que ver más con la vida real. Muchas veces van a tener que agachar la cabeza y tirar para adelante. Es cierto que ya no soy el número uno del mundo, pero creo que es una imagen menos exitista, que se acerca más a la realidad.