13 septiembre, 2025

Carl Benedikt Frey: “No estamos preparados para la pérdida de estatus de nuestras profesiones que traerá la IA”

La tecnología siempre ha alterado el funcionamiento de las sociedades. Pasó en el siglo XVIII con la Revolución Industrial, a finales del pasado con Internet y podría estar sucediendo ahora con la inteligencia artificial. La innovación puede consolidar imperios, pero también desestabilizar civilizaciones enteras. El progreso, dicho de otra forma, no es inevitable, automático o natural.

Esa es la tesis que el influyente historiador económico Carl Benedikt Frey defiende en How Progress Ends: Technology, Innovation and the fate of nations (Princeton University Press), un exhaustivo ensayo que viaja al pasado para cuestionar esa extendida creencia y entender por qué algunos países prosperan mientras que otros se estancan y perecen por el camino. Su teoría pone las innovaciones tecnológicas en el epicentro del cambio social, ampliando así otros estudios “algo incompletos” que se centran en la geografía, la cultura o los valores para explicar las diferencias en la evolución de las naciones.

Profesor asociado de IA y Trabajo en el Oxford Internet Institute, Frey investiga el impacto social y laboral de la tecnología. La especialización académica del germano-sueco, plasmada en la influyente y galardonada obra The Technology Trap: Capital, Labor and Power in the Age of Automation (Princeton University Press, 2019), le ha servido para desempeñarse como asesor y consultor de gobiernos, empresas y organizaciones internacionales como el G20, las Naciones Unidas o la Comisión Europea.

Su nuevo ensayo se publica el 16 de septiembre. En motivo de lanzamiento, Frey charla con EL PERIÓDICO sobre una investigación que ya ha sido preseleccionada por el Financial Times como candidata a mejor libro de negocios del año, mientras que Foreign Policy la ha elegido como uno de los mejores libros del verano. Para el premio Nobel de Economía Daron Acemoglu, se trata de “una lectura profunda, inteligente y esencial”.

Señala que la innovación solo se traduce en progreso cuando las sociedades alcanzan cierto equilibrio entre la centralización y la descentralización. ¿En qué se basa ese equilibrio?

La idea clave del libro es que los países necesitan constantemente flexibilidad institucional para moverse en el cambio: exploración de nuevas tecnologías, lo que requiere descentralización, y su explotación centralizada, tomar lo que ya existe y producirlo a bajo coste para crear acceso de banda ancha.

Si no eres un país líder en innovación, puedes adoptar las tecnologías de las economías avanzadas, ponerlas en práctica a nivel nacional y crecer simplemente aumentando la producción. Pero en algún momento los rendimientos decrecerán y entonces, para seguir progresando, hace falta explorar ideas nuevas. La URSS creció en la era de la producción en masa, pero cuando surgió la revolución informática no supo adaptarse a ese cambio. Estados Unidos cambió y volvió a ser más descentralizado y, con sus medidas antimonopolio, desmanteló AT&T y abrió el mercado a la competencia, lo que fue esencial para el despegue de la revolución de Internet.

Para seguir progresando, los países necesitan explorar y explotar ideas nuevas

La Unión Europea no es una potencia ni en la exploración, ni en la explotación de tecnología. ¿Qué papel le queda en ese escenario?

El enigma para Europa no es solo por qué no ha logrado innovar en tecnología digital, sino también por qué no ha logrado alcanzar a las empresas estadounidenses y sus modelos de negocio, muy rentables. No hay nada que impida la absorción de tecnología. La UE ha sido capaz de crecer y crear empresas capaces de competir con EEUU en industrias tradicionales como la farmacéutica, la automovilística o la siderúrgica. La diferencia es que, en lo digital, el idioma es más importante y Europa está fragmentada en diferentes culturas e idiomas.

Lo más importante es la falta de armonización de las normas. Las barreras dentro de la UE equivalen a un arancel del 110%, como los impuestos por Trump. Por lo tanto, si eres una start-up y quieres crecer, y tienes que lidiar con todas estas complejidades normativas, es obvio que te encuentres en desventaja. Eso supone una reducción de la innovación. Además, hemos erigido muchas barreras de entrada, lo que dificulta la competencia de las empresas europeas.

El presidente estadounidense Donald Trump muestra los aranceles que Estados Unidos ha aplicado a decenas de países. / Andrew Leyden/ZUMA Press Wire/dp / DPA

¿Por ejemplo?

El Reglamento General de Protacción de Datos es un claro ejemplo de ello. Aunque bienintencionada, ha provocado una reducción significativa de las inversiones de capital riesgo procedentes de EEUU. Las únicas empresas que realmente no han visto mermada su fortuna como consecuencia de ello son las grandes empresas tecnológicas, que han logrado compensar los costes de cumplimiento normativo captando una mayor cuota de mercado.

¿Se ha regulado demasiado?

Creo que, lamentablemente, Europa se ha regulado en exceso. Y no es solo una cuestión de la cantidad de regulación, es una cuestión de divergencia normativa entre jurisdicciones. Existe el riesgo de que repitamos el mismo error con la Ley de IA. El reto es armonizar las leyes y también flexibilizar el mercado laboral para facilitar la competitividad y para que se pueda pivotar más fácilmente cuando surja cambios tecnológicos disruptivos. Meta, Google y otras grandes empresas pueden reestructurar sus modelos de negocio, pero las europeas no pueden hacer lo mismo.

Las barreras dentro de la UE equivalen a un arancel del 110%, como los impuestos por Trump. (…) Europa ha regulado en exceso. Y eso daña nuestra competitividad.

La historia demuestra que ninguna nación ha estado a la vanguardia de la tecnología durante mucho tiempo. ¿Estamos asistiendo a la pérdida de la hegemonía de EEUU y Occidente?

EEUU se encuentra en una mejor posición que Europa para lograr el equilibrio. Lo ha logrado históricamente durante casi dos siglos, desde el dinamismo de principios del siglo XIX centrado en la tecnología pirateada de Gran Bretaña y la inmigración hasta el desarrollo de instituciones descentralizadas que protegen la propiedad privada y el sistema de patentes con tasas de registro bajas, lo que hizo que la innovación se democratizara más en EEUU que en cualquier otro lugar. Más adelante, la revolución informática, la política de competencia, la desintegración de AT&T, las demandas contra IBM y, más tarde, contra Microsoft, desempeñaron un papel importante al permitir la entrada de nuevos tipos de empresas.

Sin embargo, ahora mismo EEUU está haciendo todo lo posible por socavar su propio liderazgo tecnológico. Está dificultando que las empresas contraten talento extranjero y recortando la financiación de las universidades, a la vez que adquiere participaciones en empresas tradicionales con un historial deficiente (Intel), lo que probablemente socavará la competencia e inclinará a esas empresas hacia prioridades más políticas que económicas, lo que será perjudicial para la productividad. No solo está levantando barreras para que las empresas extranjeras compitan mediante aranceles, sino que también está creando un laberinto de exenciones que atrae a los capitalistas clientelistas.

Xi Jinping y China, ¿al frente de un nuevo orden global autocrático? / Associated Press/LaPresse / LAP

Y todo ello contribuye a espolear el auge de China.

China no tiene ninguna ventaja sistémica inherente y también está socavando gran parte de lo que la convirtió en una economía exitosa durante las últimas cuatro décadas. Antes, los gobiernos provinciales y los líderes locales competían en métricas de crecimiento para ascender dentro del Partido Comunista, lo que impulsó la inversión en la economía interna. El motor del crecimiento chino han sido las empresas privadas con inversión extranjera.

Pero desde que Xi Jinping llegó al poder se están tomando las decisiones desde Pekín. Y dado que esas empresas privadas no están muy interesadas en los objetivos políticos, China depende cada vez más de las empresas estatales para cumplir con las nuevas ambiciones nacionales. Y si la historia nos enseña algo, es que las empresas estatales han tenido un rendimiento inferior tanto en innovación como en productividad.

China también está socavando gran parte de lo que la convirtió en una economía exitosa durante las últimas cuatro décadas.

Ningún país se salva.

Ni EEUU ni China están teniendo un desempeño particularmente bueno. La crisis de productividad que estamos viviendo actualmente en Europa es global, aunque hasta ahora ha sido menos dramática en EEUU.

Las acciones antimonopolio en EEUU permitieron que Internet no quedase en manos de una única empresa. Irónicamente, un puñado de los gigantes que nacieron de ahí han terminado controlando el sector digital.

No hay nada malo en que las empresas crezcan, siempre y cuando lo hagan produciendo cosas valiosas para los ciudadanos. De hecho, es deseable. Las empresas más grandes suelen ser más productivas, tienden a pagar salarios más altos y, por lo tanto, son una parte importante de una economía dinámica. Lo que no es deseable es que las grandes empresas crezcan, se vuelvan complacientes y, finalmente, inviertan más en cabildeo para protegerse de la competencia que en capacidad productiva, innovación y entrega de valor.

En EEUU, el gasto en lobbying se ha más que duplicado en una década y el dinamismo empresarial está disminuyendo. Las grandes empresas contratan cada vez más talento nacional, pero ese es menos productivo que en las start-ups. Al mismo tiempo se observa un estancamiento del crecimiento de la productividad. Hay un problema, aunque menor que en el que tiene la UE. Las cinco empresas más grandes por capitalización bursátil de EEUU tienen una antigüedad media de unos 39 años. En Alemania, Francia, España, Italia y otros países de Europa, la mayoría tiene más de 100 años.

Las cinco empresas de mayor capitalización bursátil en EEUU tienen una edad media de 39 años. En Alemania, Francia, España, Italia y otros países de Europa superan los 100.

Una preocupación clave es que, si nos remontamos a los años 90, todas las nuevas empresas tecnológicas importantes, desde Microsoft y Apple hasta Google y Amazon, salieron a bolsa. Se cotizaron en el mercado de valores, lo que las convirtió en grandes por derecho propio. Sin embargo, desde la década de 2000, ya sea WhatsApp, Instagram o YouTube, todas acabaron siendo adquiridas por empresas ya establecidas. Hemos asistido a una mayor consolidación y creo que debemos inclinar la balanza de nuevo. Y eso probablemente implique una revisión más estricta de las fusiones y reducir la regulación de las que cotizan en bolsa.

¿Puede esa concentración de poder minimizar las oportunidades de la IA?

Ahora mismo, se podría decir que el mercado de proveedores de modelos de IA parece bastante competitivo. No solo está OpenAI, también está XAI, Anthropic y otros que compiten entre sí. Pero si nos fijamos en algunas de las mejores estimaciones de cuota de mercado, OpenAI y Microsoft, a través de su asociación, controlan más de dos tercios del mercado. Y luego hay muchas empresas tradicionales como Google y Amazon que también han adquirido participaciones en startups de IA. Esto es algo que las autoridades de competencia deben vigilar. Y también debemos asegurarnos de que las empresas que tienen un mejor producto, una mejor tecnología, se enfrenten a menos barreras de entrada.

Las ‘apps’ de DeepSeek, ChatGPT y Google Gemini / Andrey Rudakov / Bloomberg

Silicon Valley vende la IA como una revolución inevitable hacia la prosperidad que, en palabras de Sam Altman, nos conducirá a “un futuro mejor”. ¿Prevé un escenario en que el boom tecnológico actual desemboque en un estancamiento?

La gente está utilizando la IA, pero por ahora no se ha traducido en un aumento significativo de la productividad. Todos los casos de uso que veo se refieren esencialmente a la automatización y la mejora de los procesos. Y la productividad no proviene de ahí. Si todo lo que hubiéramos hecho desde 1800 fuera automatización, tendríamos una agricultura productiva, tendríamos textiles de oveja, pero eso sería todo. No tendríamos vacunas, antibióticos, aviones, ordenadores o cohetes. Todas estas cosas provienen de hacer cosas nuevas y antes inconcebibles. Por lo tanto, a menos que la IA se traduzca en nuevos productos, nuevos tipos de industrias o nuevos emprendimientos, no va a impulsar el crecimiento de la productividad a gran escala.

Si no se traduce en nuevos productos, la IA no impulsará la productividad a gran escala. No creo que vaya a resolver nuestros problemas de innovación.

De ahí que argumente que la IA puede facilitar la innovación y catalizar nuevas industrias, pero que tampoco podemos depender de ella para impulsar grandes avances.

Es difícil pensar en una herramienta más poderosa para la investigación que Internet y, sin embargo, hoy en día se necesita 17 veces más gente para producir más lentamente que en la década de 1970. Según todos los indicadores, la innovación revolucionaria ha disminuido. Por lo tanto, parece que hay algunos obstáculos institucionales que nos dificultan lograr avances revolucionarios y que no pueden resolverse solo con tecnología. Por eso, no creo que la IA por sí sola vaya a resolver nuestros problemas de innovación.

Directivos como Dario Amodei (Anthropic) han vaticinado que la IA automatizará hasta el 50% de los trabajos básicos y disparará el desempleo hasta el 10-20%. Usted advierte que podríamos estar subestimando la disrupción laboral de la IA. ¿Qué impacto prevé?

La IA ya está impactando los trabajos básicos. Para mi, la IA es una tecnología que reduce las barreras de entrada a los servicios profesionales, más que una de automatización pura y dura. Un poco como lo que Uber hizo con el taxi. El GPS hizo que conocer cada calle de Barcelona ya no sea una habilidad especialmente valiosa y las plataformas digitales, que cualquiera con carnet pueda hacer de conductor y obtener ingresos adicionales, lo que se tradujo en salarios más bajos para los taxistas tradicionales.

La IA hará con los puestos de trabajo lo que Uber hizo con el taxi: reducir las barreras de entrada.

La diferencia está en los empleos que pueden realizarse desde cualquier lugar. En la actualidad, un ingeniero de software en Manila gana aproximadamente una décima parte de lo que gana en Europa, y lo mismo ocurre en muchas profesiones, desde el derecho hasta la consultoría. Si la IA reduce la diferencia de productividad entre esos trabajadores, deberíamos ver más empleos externalizados a países donde los costes laborales son más bajos.

¿Se devaluarán nuestras habilidades?

La IA tiene todo tipo de problemas como las alucinaciones o la falta de fiabilidad a la hora de afrontar situaciones novedosas. Pero, incluso en situaciones en que la IA supera a los humanos en tareas concretas, todavía podemos conseguir superarla exponiéndola a lo nuevo. Eso significa que seguiremos teniendo humanos en el circuito para muchas actividades durante algún tiempo.

Trabajadoras de la fábrica de Foxconn, subcontratista de Apple, en Zhengzhou (China). / Bobby Yip (Reuters)

Si la IA acelera la deslocalización, también podría aumentar la desigualdad.

La deslocalización reducirá las desigualdades entre países, pero podría aumentar la desigualdad dentro de economías avanzadas como España. Potencialmente, eso es una buena noticia para muchos países en desarrollo. Sin embargo, también significará más competencia para quienes trabajan en servicios profesionales en lugares como Europa. Hay muchos puestos de trabajo como la banca o el mundo académico que conllevaban un cierto estatus social que considerábamos relativamente seguro y bien remunerado. No estamos preparados para la pérdida de estatus de nuestras profesiones por esa creciente competencia.

La IA acelerará la deslocalización de empleos y así aumentará la competencia. No estamos preparados para la pérdida de estatus de nuestras profesiones que acarreará.

Las revoluciones tecnológicas crean revoluciones políticas. Por ejemplo, desde 2016 se ha visto cómo los lugares más golpeados por la automatización del trabajo son también los que más votan al populismo de derechas. ¿Cuál es o será la que irrumpa como respuesta a la IA?

Con la ralentización global, el problema al que se enfrentan todas las economías avanzadas es que es más difícil mejorar el nivel de vida de los ciudadanos. Si la economía no crece eso genera una mentalidad estereotipada —”ellos están mejor a nuestra costa”— y una competencia malsana por unos recursos cada vez más escasos. No debería sorprendernos que cuando el cambio tecnológico elimina mano de obra eso genere una reacción política adversa.

Con la IA, la diferencia es que ya no es solo el trabajo manual el que está expuesto. La IA generativa está exponiendo a personas que trabajan en servicios profesionales, con salarios significativamente más altos, que tienen más influencia política y son más propensas a publicar artículos de opinión airados en los principales periódicos. Por lo tanto, creo que es mucho más probable que esta reacción tenga más éxito con la IA generativa que con la robótica avanzada. Una interpretación esperanzadora sería que, como consecuencia de ello, el desarrollo tecnológico podría avanzar por un mejor camino. Pero una interpretación más pesimista sería que bloquearía los avances relativamente modestos en productividad que podrían derivarse de la IA en los próximos años.

Suscríbete para seguir leyendo

Últimas Noticias
NOTICIAS RELACIONADAS