El suicidio se ha convertido en un grave problema de salud pública a nivel mundial, situándose como la tercera causa de muerte entre personas de 15 a 29 años. Un reciente estudio sobre conducta suicida en estudiantes universitarios españoles ha revelado la magnitud de este riesgo dentro de la comunidad universitaria. La investigación, realizada con 1.048 estudiantes de distintas universidades españolas, con una edad media de 20,5 años, ha ofrecido una visión completa del fenómeno analizando factores interconectados y no variables aisladas.
Los resultados extraídos del artículo “Suicidal Behavior in University Students in Spain: a Network Analysis”, realizado por investigadores de la Universidad Miguel Hernández de Elche, muestran que la prevalencia de la conducta suicida es elevada en la educación superior: un 21,5% de los estudiantes encuestados había tenido pensamientos suicidas, un 26,3% deseó no despertar, un 15% contempló métodos concretos para suicidarse y un 5,8% llegó a intentarlo al menos una vez.
Además, un 18% de los participantes reconoció haberse autolesionado sin intención de morir, un dato que, aunque no implica directamente una conducta suicida, refleja la relevancia de mantener una salud mental estable y la necesidad de atender de forma temprana las señales de malestar emocional. Estas cifras confirman que la universidad es una etapa especialmente crítica, marcada por cambios vitales, académicos y sociales que pueden incrementar la vulnerabilidad psicológica de los jóvenes, que además reconocen la importancia de las emociones a nivel de salud.
Interrelación de factores
Para este caso, el grupo de investigación PSYKE-UMH, integrado por José Antonio Piqueras, David Pineda y Victoria Soto, utilizó una aproximación novedosa para comprender este fenómeno desde la psicología que permite entender la conducta suicida como un entramado complejo de emociones, pensamientos y características personales que interactúan y que, en conjunto, pueden aumentar o disminuir el riesgo de que un joven desarrolle ideas o conductas suicidas.
La investigación también se realizó con estudiantes de la Universidad de Alicante / PILAR CORTES
El análisis de redes permitió identificar los factores más centrales en esta compleja red de riesgo y protección. Entre los factores de riesgo, los síntomas depresivos y las emociones negativas, como la tristeza, la irritabilidad o la ansiedad, fueron los que más se asociaron con la conducta suicida. Según los investigadores, las emociones funcionan como nodos centrales: cuando se activan, pueden desencadenar o intensificar otras emociones y comportamientos de riesgo, generando un efecto acumulativo.
Álvaro García del Castillo, Vicedecano de Gestión de Estudios de Psicología y Director del Grupo de investigación PREVENGO, entiende el análisis de redes como una herramienta innovadora para abordar la conducta suicida desde una perspectiva integral. “Me gusta explicarlo con una metáfora de circuito electrónico”, explica. “Imagina la placa base de un ordenador, con diferentes chips que alimentan distintas partes. Una red funciona de manera similar: varias variables se conectan entre sí según su proximidad, de modo que cuando una se activa, puede activar otras cercanas”.
Por el contrario, entre los factores protectores, la investigación destaca la autoestima, el bienestar subjetivo y la inteligencia emocional. Estos elementos actúan como amortiguadores frente a la presión emocional, ofreciendo a los estudiantes recursos internos para enfrentar el estrés, regular sus emociones y buscar apoyo antes de que los pensamientos suicidas se consoliden. Además, factores sociales como el apoyo social de familiares o amigos son protectores, mientras que la soledad es un riesgo adicional.
Mientras que los estudios tradicionales sobre el suicidio suelen centrarse en variables aisladas o en cruces entre ellas, el análisis de redes permite visualizar cómo se interrelacionan y se retroalimentan. De esta forma, la activación de un factor central puede desencadenar rápidamente otros asociados, proporcionando pistas clave para identificar riesgos y orientar estrategias de prevención más eficaces.
Actuación universitaria
La muestra del estudio estuvo compuesta por 1.048 estudiantes, seleccionados de tres universidades españolas: la Universidad Miguel Hernández de Elche, la Universidad de Alicante y la Universidad Católica de Murcia. También participaron profesionales de las facultades de Psicología de Zaragoza y La Rioja. Según García del Castillo, estos resultados subrayan la relevancia de este enfoque para el diseño de programas de prevención dentro de las propias universidades.
“Comprender la conducta suicida como un fenómeno interconectado permite diseñar programas de prevención más completos, que no se limiten a atender los casos más graves, sino que fomenten la salud emocional general, refuercen la resiliencia y proporcionen recursos accesibles para toda la comunidad estudiantil”, expone el experto. Según advierte, el análisis de redes no solo permite detectar señales de alerta de manera más temprana, sino que ofrece una guía para potenciar las fortalezas emocionales de los universitarios con el objetivo de reducir la incidencia de conductas de riesgo y proteger la salud mental de la comunidad universitaria.
El estudio también invita a reflexionar sobre el papel de las universidades en la salud mental de sus estudiantes. Más allá de la atención clínica puntual, la investigación apunta que es imprescindible ofrecer servicios de apoyo accesibles y programas educativos que enseñen a manejar las emociones y los conflictos de manera saludable. El estudio evidencia que las intervenciones que fortalecen la inteligencia emocional y la autoestima no solo reducen el riesgo de conductas suicidas, sino que también mejoran el bienestar general de los estudiantes y su capacidad para enfrentarse a los desafíos de la vida universitaria.
Suscríbete para seguir leyendo