El derrotero de Los Pumas en el Mundial de rugby 2023, llevó a los enviados especiales a diferentes ciudades: Marsella, Saint Etienne, Nantes, algo de París -la mayoría de las combinaciones en tren son conectando su capital- y algunas escalas en Lyon o Montpellier. Y hay algo que no deja de sorprender: los castillos.
No hay uno en cada esquina, pero junto a la ciudad amurallada cercana a La Baule, se empiezan a sumar construcciones medievales que no son propias de la arquitectura del suelo argentino. Los franceses ya no levantan la vista cuando les pasan por al lado, del mismo modo que los porteños no le llevan el apunte al Obelisco.
En Nantes, si no fuese por los edificios, el castillo de los Duques de Bretaña se descubriría a simple vista. Caminar sin rumbo ni guía por el barrio medieval de Nantes, de pronto, otorga la sorpresa de toparse con esa construcción que ordenó edificar sobre el filo del Siglo XV Francisco II y que tras su muerte continuó su hija, Anita de 11 años, que luego fue Ana de Bretaña.
En ese castillo pasó de todo. Lógico, lleva seis siglos en pie. Se puede entrar de manera gratuita y ver su patio, las murallas y sus fosos. Caminar esos espacios es una experiencia única: es estar dentro de un cuento. Desde los más alto de esas murallas -que conservan espacios minúsculos para darle flechazos a quienes intentaran tomarlo- se puede ver la ciudad. Desde ese mismo lugar, se veía antes el mundo entero.
Cuando en 1532 Bretaña se anexó a Francia, el Castillo se convirtió en la residencia bretona de los reyes de Francia, hasta el Siglo XVII. Luego fue cuartel, arsenal militar y prisión. Sufrió incendios y una explosión cuando se guardaba la artillería y tras las refacciones y remodelaciones fue declarado monumento histórico en 1862 y desde 1915 se ocupa de su conservación la Ciudad de Nantes, que lo reconvirtió a museo.
Durante la Segunda Guerra Mundial, con la ocupación nazi de Francia, las tropas alemanas utilizaron el patio como bunker en Nantes. En 1990 recuperó su fachada original y desde entonces, pasa desapercibida para los franceses y está repleta de extranjeros que disfrutan de un castillo real, que solo conocen de fantasía