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24 noviembre, 2024

El éxito impensado de Ricardo Darín: qué fue de la vida del chino de «Un cuento chino»

Entre las películas argentinas más taquilleras, según el ChatGPT, está Un cuento chino (2011), dirigida por Sebastián Borensztein. Figura con 1,8 millones de espectadores.

¿Se acuerdan? La historia de Roberto (Ricardo Darín), un ferretero solitario que llevaba una vida tranquila y rutinaria en Buenos Aires y todo cambia cuando se encuentra con Jun, un inmigrante chino que hablaba cero español y estaba perdido en la ciudad. 

Bueno, estamos con Jun, que en realidad se llama Ignacio Huang y por obvias razones todos le decimos Nacho. Tuvo sus 15 minutos de fama, Nacho. En un momento, gracias a la luz cegadora de Darín, este muchacho que podría tener 30 años y no los 51 que confiesa, estuvo en boca de un montón de gente.

Eso fue hace una década, hoy parece ser un feliz prisionero de los rasgos orientales que, en un país extraño, limitaron su presencia hasta el descuido.

«Un cuento chino», con Ricardo Darín. Detrás, Nacho Huang.

Hola, yo soy Huang

Aquel Huang que trabajó en casi todas las escenas manos a mano con Darín, se deja ver como un ciudadano de a pie que puede salir por el Barrio Chino sin despertar asedios ni promover autógrafos o selfies. Una politóloga (china) lo saluda y nos lo presenta:

-¿Sabés quién es?

-No.

-Es el chino de la película «Un cuento chino».

Entonces hacemos “¡¡uhhh!!” y pedimos su contacto: Nacho Huang en el Whatsapp. Más argentino que la coima. Más porteño que Cacho Castaña.

«Y, sí… hay que trabajar para ser porteño. Ricardo es muy porteño», dice como si fuera un colectivero de Polka.

¿Qué será de su vida? Huang nació en Taipéi, capital de Taiwán y se nacionalizó argentino. A los once años se mudó con su familia a Buenos Aires. Sus padres y sus hermanos trabajaban en una empresa textil familiar. Él se consideraba «la oveja negra».

Su entorno no quería que se volviera actor y lo obligó a seguir otra carrera. Huang entró en la Universidad de Buenos Aires como diseñador gráfico, pero en 2002 empezó a tomar clases de teatro con Norman Briski. Después cursó la licenciatura en actuación en el IUNA (Instituto Universitario Nacional del Arte).

«Tengo 51 años y vivo en la Argentina desde muy chico», dice Ignacio Huang. Foto Maxi Failla.
-Hace mucho no se sabe nada de vos…

-En 2017 me fui a Taiwan y a China.

-Te hiciste conocido allá también…

-No, allá no se estrenó nunca Un cuento chino. Ellos tienen muy poco contacto con Sudamérica. Saben de nosotros por Messi, por Maradona y antes, por Gabriela Sabatini.

-¿Por Darín no?

-No, ni lo conocen. Tienen una idea muy vaga de nosotros.

-¿A Cristina tampoco la conocen?

-Algo habrán leído, pero no les interesa. Lo que a ellos les importa de acá es el mundo del deporte. Pero a Ric (sic) no lo conocen y la película apenas se difundió en un pueblito muy chiquito.

-¿»Ric» es Darín?

-Sí, pero en realidad yo a Darín le digo «Eroto», como le decía mi personaje al suyo, que se llamaba «Roberto». Él juega a que se ofende: «Vos me estás llamando “El Orto”, jajaja…

-Jajajaja…

-Nada, un chiste interno que tenemos. «Eroto»: el orto mal pronunciado.

En China no la vieron

«Darín me dice que no tengo los vicios del actor», asegura Ignacio Huang. Foto Maxi Failla.
-¿O sea que los chinos no vieron «Un cuento chino»?

-No.

-¿Te fuiste a probar suerte a tu país…?

-Sí, pero no aguante y me volví. China tiene un sistema comunista o socialista. Yo nací en Taiwán, que es una república, como acá. Tengo 51 años y vivo en la Argentina desde muy chico. No conocí el mundo socialista y me cuesta relacionarme con todos los pensamientos que no sean liberales.

-¿A quién votaste?

-Por un momento estuve con Milei. Después me terminé inclinando por Pato Bullrich.

Con Ricardo Darín mantiene una relación afectuosa.

Con Ricardo Darín mantiene una relación afectuosa. «Nos comunicamos por Facebook», dice Ignacio Huang. Foto Maxi Failla.
Festivales internacionales y al año siguiente de Un cuento chino le llegó una nueva propuesta: Balneario La Salada, filme que protagonizó.

En 2014 hizo la película Comandos Indestructibles, bajo las órdenes del director Carlos De la Fuente. En 2015 dirigió una obra de teatro de títeres orientales y en 2017, un evento desafortunado: su nombre, por error, apareció relacionado al negocio de perfumes truchos. «Es la cosa más absurda que me pasó en la vida».

-¿Se acuerda de vos Darín?

-Si, claro, nos comunicamos por Facebook. Pongo algo y él me manda un “me gusta”. Tenemos un trato muy relajado. Yo no lo trato como a una estrella y él me trata como si fuera el Chino…El Chino Darín, su hijo. Quiero decir que tiene un trato muy paternal hacia mí.

-¿Por qué pasa eso?

-Creo que tiene que ver, como dice él, porque no estoy contaminado ni tengo los “vicios” del actor. Soy alguien que no está en el medio y eso, imagino, lo hace sentir relajado. Lo mío con él es respeto y amor.

-¿Cómo se fueron conociendo?

-Sebastián Borensztein, el director, nos invitaba a comer. Así empezó. Pero la vida de Darín es parar en un semáforo y que la gente lo vea y se vuelva loca. Todos quieren algo de Darín. Yo, en cambio, nunca le pedí nada

«Es muy cómodo trabajar con él», dice Huang sobre Ricardo Darín, con quien rodó «Un cuento chino» hace más de una década.
-¿Qué aprendiste de él?

-Trabajamos juntos dos meses en la filmación. Yo venía haciendo teatro, filmaba pequeños personajes en películas… Lo que aprendí con él es como ser un actor en este ambiente. Ricardo me decía que tenía que saber enfrentar a los productores, a los periodistas. Aprender a desenvolverse también es parte del éxito…

-La inteligencia emocional…

-Claro, toda la gente dice: “Darín es buena persona…”. Él sabe quedar bien con la gente. Me dijo: “Si alguien te pide fotos, tenés que aceptar enseguida. La gente quiere una foto y se va. Siempre aceptar».​

-¿Y actoralmente te dejó algo?

-Es muy cómodo trabajar con él. Tiene una cosa de empatía total. A veces un compañero de escena es un contrincante. Eso nunca pasa con Darín. El me decía: «Yo ahora voy a hacer esto, y vos hacé esto otro». En una primera etapa, Sebastián nos decía qué hacer, pero antes de «cámara, acción», Eroto le daba su propia forma a la escena.

Otra cosa que me enseñó es a producir sonidos por fuera de la letra: carraspeos, respiraciones, cosas que en el momento uno no sabe advertir, pero que en los micrófonos se escucha y queda muy efectivo. Una excelente manera de llenar la escena.

-¿Te abrió puertas esa película?

-En el momento de Un cuento chino tuve la esperanza de que se me abrieran las puertas. Pensaba: «Voy a ser como Joaquín Furriel”. A los actores que trabajan con Darín se les abre el panorama. No pasó conmigo. Yo no acostumbro dar con el perfil que los directores o autores imaginan.

-¿Qué te compraste con la plata que ganaste en «Un cuento chino»?

-Habrán sido unos 250 mil pesos de ahora.

-¡¿En serio tan poco?!

-Se pagaba eso… Nada en particular me compré.

-¿De que vivís?

-Sigo actuando. Ahora en septiembre estoy por estrenar una obra de títeres chinos en el Barrio Chino. Gratis. En la calle.

WD

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