La cita es tentadora: un mano a mano con el actor español Miguel Ángel Silvestre, en un cinco estrellas de Buenos Aires, a agenda abierta. Dicen que serán 15 minutos, pero uno imagina que, con el calor de la charla, en la intimidad de un cuarto de hotel, las agujas podrían estirarse.
Cuando la puerta se abre -media hora después de lo prometido por la producción-, hay más de 20 personas, dos sillas enfrentadas y muy separadas, más aroma de rodaje que de nota para un diario. Y algo de tensión en el ambiente. Pero él pone pelota contra el piso y se despega para barajar y dar de nuevo.
“¿Me podéis poner aquí la mesita, por favor? Vamos, vamos. Todo más sencillito, vamos”, pide antes de arrancar para tener dónde apoyar el grabador de Clarín. Alguien le dijo que eso estropearía la escena. Quedó como él quiso. Muy buen entrevistado, sabe que es difícil generar una conversación interesante con tanto testigo encima. Avisan que a los 12 minutos llegará la primera señal de “ir terminando”, que no hay que moverse en la silla por la luz… A pesar de todo, Silvestre supo hacerse oír. Supo decir.
De visita en Buenos Aires para promocionar la segunda temporada de 30 monedas, la serie de HBO Max dirigida por Álex de la Iglesia, está dispuesto a hablar de todo.
“Tranquila, ya hemos despegado”, regala como para abstraerse del entorno e intentar construir una charla cálida.
Miguel Ángel Silvestre nació en Castellón de la Plana, hace 41 años. Foto Guillermo Rodriguez Adami-La entrevista anterior fue en 2017, en este hotel, y en ese entonces, cuando uno te nombraba, muchos decían “ah, sí, el galán de Velvet”.
-Pero vosotros en la Argentina ya podéis decir que “es ese actor español que ha tenido tanta suerte, tanta, como para que lo llame Campanella” (en la serie Los enviados). Ése fue uno de mis sueños. Ahora puedes decir “y también es el actor de Juan José Campanella” y a mí con eso me elogias, ¿sabes?
-En ese viaje citabas a Luppi como el primer argentino con el que habías compartido un set (en la película “La distancia”).
-Federico, claro, que descanse en paz. Y mira ahora con todos los argentinos con los que he trabajado.
-Con Lali Espósito a la cabeza.
-Lali, divina. Ayer justo le he mandado un mensajito, a ver si la veo un ratito.
-¿Y qué decía el mensaje?
-Decía: “Lali, Argentina no es lo mismo si no me das un beso”.
-¿Qué te contestó?
–“Y, dale, nos vemos mañana”. La verdad es que la quiero mucho.
Lali & Silvestre
Ellos se conocieron hace tres años, cuando grababan Sky Rojo, la serie española que en 2021 estrenó Netflix. Y desde entonces se hicieron amigos y más de una vez tuvieron que desmentir rumores de noviazgo, especialmente después del beso en la boca que se dieron en un concierto de ella.
La noche del beso en medio de un recital de Lali.-Juntos, además, asoman como una dupla de referencia para varias generaciones.
-Yo creo que sobre todo Lali. Ella representa el empoderamiento muy bien conducido de las mujeres. Es una mujer muy sensible, con una personalidad hermosa, que pisa fuerte, con confianza y que ocupa realmente todos los poros de su piel. Y creo que ése es el estado también del ser humano, donde ocupas con orgullo y seguridad todos los poros, que es donde puedes dejar las cosas más bonitas, y creo que ésa es Lali, yo lo noto. Mi sobrina, June, que tiene 10 años y, por cierto, es hija de un argentino, ha sido inspirada por Lali. Pero también lo veo en mi hermana y en mi madre.
-¿En tu madre?
-Pues sí, cuando va a España y da una entrevista, mi madre me llama y me dice “Qué mujer, Miguel Ángel, qué inteligente, cómo me gusta escucharla”. Le ha pasado a varias en España y entiendo que también sucede eso aquí en la Argentina. Siento que cuando las mujeres la escuchan cogen fuerza y se empoderan.
-Insisto que, igual, cuando se los ve juntos en rodajes o entrevistas, se potencian.
-Yo la colocaría como capitana, la pondría adelante y le diría “Aquí me tienes, qué hago”. Muchas veces la llamo y le digo “Qué opinas de esto». Tiene una opinión muy coherente sobre grandes cosas de la vida. Hay muchos temas que desconozco, o sobre los que no he pensado, y ella tiene tantas inquietudes y tanto compromiso con su voz que siempre profundiza mucho. Me da puntos de vistas que a veces me llevan a decir “Ah, qué bueno, ni siquiera lo había pensado así”.
-Y en ese equipo en que Lali sería la capitana, ¿vos de qué jugarías?
-De delantero, si es que Messi me deja. O, no, no, ahora que lo pienso mejor, sería más como un defensa. Yo pondría la fuerza que ella necesitara y le diría “Toma, aquí te la doy. Utilízame de peón, de soldado raso”.
-Llevándolo a un terreno posible ¿serías como un Gerard Piqué?
-Es que no entiendo tanto de fútbol.
-Bueno, pasemos al tenis, entonces. En un doble mixto, ¿vos jugarías en el fondo y ella en la red?
-Por ejemplo. Pues sí.
-A propósito, ¿en qué quedó el tenis en tu vida?
-Quedó en un sueño de pequeño, sirvió como vector para pasar la adolescencia, que no es una época fácil. Tenía una motivación y realmente un sueño que perseguir y eso hace que te levantes por las mañanas como de una manera especial. Yo no probé ni una gota de alcohol hasta los 19 años, por ejemplo.
Silvestre y Lali, dos de los protagonistas de «Sky Rojo», la serie de Netflix.
El confesionario de Silvestre
Los afiches de 30 monedas que se imponen en la habitación insisten con la promoción del trabajo, pero Silvestre está interesado en abrir el alma.
Y dice: “Muchas veces hablo del tema con mis sobrinos de 13 años y dicen “Es que mis amigos han probado esto, han probado lo otro” y yo les digo que sí, que está bien, que lo tienen que probar si quieren, pero por otro lado pienso cómo los puedo motivar para que tengan una ilusión que esté por encima de algunas tentaciones que solemos tener de adolescentes. Ellos juegan al futbol, me han dicho que si por favor me encuentro a Messi por la calle… Por favor, pero qué inocentes”.
-¿Y qué tenés que hacer si te lo cruzás?
-Decirle que se pinte los labios y que bese una camiseta para llevársela a ellos. Ojalá algún día lo pueda conocer. Yo vi algo épico de él: no soy muy futbolero, pero me gusta observar a los deportistas, porque creo que tienen un don, que tiene más que ver con la psicología que con la técnica, porque la técnica se desarrolla.
Se inclina en la silla, se entusiasma con el relato del capitán de la Selección argentina: “Yo lo vi en un partido de final de liga con el Barça. Si marcaba dos goles se convertía en el máximo goleador de la temporada de la liga española. También era un partido en el que el club (Barcelona) se jugaba ganar la liga. Marcó un gol, iban 1 a 0 y no le vi en ningún momento la necesidad de marcar dos. No le vi la ambición de seguir marcando. Le vi jugar en equipo, le llegaban muchos balones con la portería ahí y él pasaba, pasaba, pasaba. Pues terminó marcando tres. Y de repente pensé “Guau, qué don para jugar en equipo, qué modesto, qué brillante con el balón”. Es superior en todo.
Silvestre es uno de los protagonistas de «30 monedas», la serie de HBO Max, dirigida por Álex de la Iglesia.-Salvando las distancias, José Sacristán ha dicho que en épocas de “Velvet”, cuando ya empezabas a asomar como figura, no jugabas de galán protagónico, eras uno más.
-Es que José Sacristán es una estrella y también era uno más allí. Y yo era uno más. Es que así concibo el trabajo.
-Uno ve toda esta puesta imponente para una nota y, con tanta escenografía encima, cuesta creer que vos no te la creas.
-Es que lo que yo sí creo es que somos las heridas que tenemos y de dónde venimos, para lo bueno y para lo malo. La infancia que hemos vivido. Siempre he sido una persona que ha levantado la mano para pedir por favor jugar. Entonces, lo que te quiero decir con esto es que yo quiero jugar, no siento que la vida me lo haya regalado. No sé si he terminado de contestar tu pregunta, ¿verdad?
Pide un segundo para redondear la idea: “Lo que me gustaría explicarte con esto es que a mí de pequeño no me dejaban jugar y en mi naturaleza está pedir por favor jugar. Entonces me dices esto de Velvet y te digo cómo no, si yo estoy deseando jugar, ser parte”.
Miguel Ángel habla de viejas heridas y de miedos de su infancia. Pintaba para tenista, pero eligió la actuación.-¿Te reconocés en ese nene?
-A veces y ojalá no. Pero me reconozco en los miedos, aunque siento que con el tiempo los voy conquistando. Cambié mucho, gracias a Dios, porque ahora camino con menos miedos y es un cambio que le deseo a todo el mundo.
-Si fuera posible, ¿volverías a la infancia?
-No exactamente. Volvería a la esperanza de los 13 años cuando quería ser tenista, o a la esperanza de los 24 cuando terminé la Universidad de Fisioterapia y quería ser actor. Y soñaba con trabajar de esto algún día. Son momentos muy bonitos, por eso hablo de que los adolescentes deberían tener un sueño. La búsqueda de completar y consumar un sueño es un estado hermoso, porque todavía no aparece el miedo, aparece cuando empiezas a tocar el sueño, porque temes no volver a tener esa miel… ya que la has probado. El camino que va hacia el sueño es el mejor estado del ser humano. Pero, bueno, van apareciendo cada tanto distintos momentos
-Aparecen distintas mieles, con más o menos dulzura.
-Lo que pasa es que la primera miel es la más rica. O, incluso, la que te imaginas.
-Y, ahora, ¿hay algún sueño dando vueltas?
-Ahora mismo voy descubriendo que las cosas que me hacen ilusión ya no se las pido tanto a la vida.
-¿Pero sí te las pedís a vos? ¿Alguna motivación especial en la diaria?
-Mi día a día es muy sencillo, hago ejercicio, aprendo a cocinar, cocino, que es algo que me da mucho placer. Intento, cuando no estoy trabajando, estar en la naturaleza.
-¿Qué no falta nunca en la cocina de tu casa?
-Soy valenciano, así que el arroz.
-¿Y cuál es tu especialidad?
-La he aprendido de mi abuela Elvira, de mi madre, de mi tía. Somos todos muy de la paella.
Se engancha en el chascarrillo de “a qué hora vamos a comer a tu casa” y avisa que “voy a empezar a hacerla a las dos, a las tres y media estará terminada”.
Ya en penumbras, y terminada la primera entrevista de una larga lista, se lo escucha decirle a su entorno: “No entiendo por qué tanta prisa, estoy aquí, vamos, tranquilos”.
Un caballero que sabe hacer de una nota un punto de encuentro, más allá de todo.