Abandonarse al inquietante poder del sonido en la absoluta oscuridad fue la propuesta de Solstices (2019), obra del compositor austríaco Georg Friedrich Haas que se estrenó en el auditorio de Arthaus.
La experiencia resultó un inolvidable viaje inmersivo que activó una escucha profunda y produjo una entrega hacia lo indeterminado. Pocas músicas involucran el cuerpo y producen respuestas inmediatas como esta, se puede sentir el corazón latiendo con fuerza cuando el sonido alcanza proporciones colosales.
Haas nació en 1953 y es uno de los músicos más destacados de su generación, poco conocido entre el público local. Su estética, donde se cruza la tradición austríaca orquestal con el espectralismo francés, es ideal para este tipo de experiencia, porque juega con la sensualidad del sonido y también su aspecto perturbador. Se trata de una especie de alquimia sonora.
En la obra, el compositor pone en jaque, como señala D’Adamo en las notas de programa, algunos de los aspectos vinculados con el concierto: el espacio que ocupamos en la sala, la actitud corporal, la frontalidad de los músicos, la ausencia del gesto que produce el sonido.
La propuesta requiere apagar los celulares, suspender el omnipresente sentido de la vista y entregarse de cuerpo entero a la sensualidad del sonido y a una intensificación de la escucha.
Final de «Solstices», por el Ensamble Arthaus, ya con algo más de luz.Unirse a extraños en la oscuridad hoy día podría derivar en ataques de pánico, antes del concierto se entregó un instructivo para salir de la sala con ayuda sin perturbar la oscuridad de la sala.
El público, ubicado en sillas y poltronas, rodeó al ensamble de diez instrumentistas -vientos, percusión, piano, guitarra y cuerdas-, que memorizan estrategias de interacción determinadas e indeterminadas y se sincronizan únicamente a través de la escucha.
Luego del fade out lumínico, un piano afinado en “entonación justa” fue la brújula del ensamble y activó el inicio de la pieza con micromovimientos que fueron empujando y armando la densidad de un magma en contracción y expansión a través de las distintas secciones de la abra.
Un gran amplificador
En los diversos fundidos sonoros, la identidad tímbrica de cada instrumento se desvanece. La oscuridad es un gran amplificador para los mínimos detalles que Haas escribe en la obra y también para los que no están escritos, como la respiración de los músicos cuando toman aire para soplar y sostener el sonido durante un tiempo prolongado.
Es uno de los gestos que no se ven, pero se escuchan y adquieren una inesperada expresividad.
El Ensamble Arthaus, en uno de los ensayos de «Solstices».Después de sumergirnos en las armonías acolchonadas, con una progresión de un campo armónico a otro y el piano repiqueteando en el espacio, la música se agita hasta una posterior interrupción que tuvo el efecto de una hecatombe.
De hecho, el compositor señala que hay tres “cataclismos” en la obra, un sonido tan fuerte como perturbador rompe la atmosfera onírica. Luego, todo adquirió una línea más direccional y un aumento de la intensidad que va y viene, hasta el inmenso clímax: acordes con la intervención de armónicos que dura casi cinco minutos hacia el final.
Cuando las luces vuelven gradualmente, se ven los músicos y es como regresar en la nave Enterprise al planeta Tierra.
El Ensamble Arthaus llevó la desafiante experiencia con una disciplina y resistencia admirables. Aunque no se vio la participación del director en escena, Pablo Drucker hizo un gran trabajo preparando y armando la obra con el ensamble.
Ficha
Solstices
Calificación: Excelente
Autor: Georg Friedrich Haas Con: Ensamble Arthaus, Amalia Pérez (flauta), Federico Landaburu (clarinete), Damián Stepaniuk (trombón), Bruno Lo Bianco (percusión), Marcelo Balat (piano), Pablo Boltshauser (guitarra), Natalia Cabello (violín), Mariano Malamud (viola), José Araujo (violoncello), Julián Medina (contrabajo) Dirección: Pablo Druker Sala: Arthaus, Bartolomé Mitre 434, CABA
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