Músico, productor, programador, arreglador, tecladista, melómano y artífice de un sello discográfico llamado nada menos que Twitin Records, Fabián «Tweety» González acaba de lanzar su primer disco solista justo en el año que cumple cuatro décadas haciendo música.
Mano derecha de artistas como Fito Páez y Gustavo Cerati, Tweety arrancó en 1983 junto a Celeste Carballo. Desde entonces tocó con Viuda e Hijas de Roque Enrol, Illya Kuryaki & The Valderramas y Soda Stereo, además de grabar con decenas de figuras del rock argentino.
«Me invitó Lisandro -cuenta- que es un ceratólogo. Conoce más que yo de Gustavo y va a hacer todos los temas del disco. Conociéndolo, me parece que está súper bien que lo haga. Son versiones impecablemente hechas, como calcos, y tiene una banda bien dúctil que suena muy bien. Yo voy a recrear Biutiful, que es un tema que surgió de una base que luego Gustavo trabajó a fondo».
Siempre en Primera
A pesar que fue él mismo quien comunicó que estaba cumpliendo cuatro décadas tocando profesionalmente, a Tweety ahora le asusta un poco la cifra: «Me impresiona bastante, y aparte cumplió 60 este año. Entonces es como todo a la vez. Y te da algo de cerrar el libro y empezar a escribir otro. No queda tanto tiempo, así que vamos a hacer las cosas pendientes».
-Medio de casualidad, y creo que fue un motivador. Me di cuenta cuando lo estaba haciendo, aunque los 40 años depende de dónde lo contemos. Yo conté desde la primera vez que empecé a vivir de eso, que fue con Celeste Carballo, en la época de su segundo disco, Mi voz renacerá.
-¿Cómo llegaste a Celeste?
-Llegué por haber estado mucho tiempo yendo a Jazz y Pop, aquel legendario boliche en Palermo. Ahí nos encontrábamos todos. Conocí a Lucio Mazaira, el baterista que es sobrino de Celeste, y a Lito Epumer, entre otros. Ella cantaba ahí de vez en cuando, y cuando salió su primer disco tuvo que armar una banda. Ahí se empezó a armar todo, y medio que éramos los que estábamos en ese boliche.
-Hoy es difícil de imaginar, pero en esa época no había tantos músicos. Quizás solo un tecladista por barrio.
-Sí. Más o menos era eso. Y equipados mucho menos. Tengo la suerte que de chico mis viejos me ayudaron mucho y tenía un buen sinte y un Rhodes. Era una excepción, y eso te daba bastante handicap.
-¡Y los acordes! Vengo de una escuela bastante jazzera, a pesar de haber estudiado música clásica, porque a mi papá le gustaba el jazz y de chico me llevaba al Hot Club de Buenos Aires o al Teatro Santa María a ver la Fénix Jazz Band, Antigua Jazz Band y Swing 39. Curtí toda esa época cuando era adolescente.
-¿Tu padre era músico?
-No. nada que ver. Era electricista.
-¡Eso explica que entiendas tanto de cables y conexiones y MIDI!
-Me di cuenta después que teníamos en común los cables y todo eso. Un tablero de electricidad es bastante parecido a una consola; tiene puntos en común. Así que fue un poco eso y que haya instrumentos cerca: en la casa de mi abuela había un piano, mi mamá tocaba el acordeón.
Otra gran influencia fue la tele: quise tocar la batería porque lo vi a Tito Alberti tocando un solo de batería en Feliz Domingo. ¡Y después terminé tocando con su hijo en Soda Stereo!
-¿Qué acordás de entrar y estar en Viuda e Hijas e Roque Enrol, que de golpe llenó dos Luna Park en un fin de semana?
-Entré por María Gabriela Epumer, con quien éramos amigos de la época de Jazz y Pop. Yo hice el segundo y tercer disco de las Viudas. Uno se hizo muy rápido, pero el otro fue larguísimo porque Mavy se puso a hacer unos arreglos de voces súper complicados.
-Me lo cruzaba en estudios Panda. Yo en esa época tocaba en Moro-Satragni, y creo que a la tercera vez que lo vi me contó que estaba armando la banda para tocar Del ’63, que lo acababa de terminar de grabar. Le recomendé a Paul Dourge para el bajo, y después Paul me recomendó a mí.
-¿O sea que tocaste en el Astros, en la presentación?
-Claro. De hecho, ese show lo ensayamos en el garage de mi papá, con la policía que venía todo el tiempo por las queja de los vecinos. Era un garaje en una esquina, con paredes de cerámica y el portón de madera, o sea que se escuchaba a 3-4 cuadras.
-De ahí fui en continuado con Fito.
-Sí. Sin interrupciones hasta el ’89, cuando entro en Soda porque se baja Daniel Sais. Con Charly Alberti nos veníamos prestándonos un sampler porque eran los únicos dos Akai que había en Buenos Aires, así que ya los tenía en el radar y los Soda me conocían.
-¿Y cómo se dio el regreso con Fito para «El amor después del amor»?
-Fue en un parate de Soda. Era verano y Fito me preguntó si tenía un mes libre. Era la primera vez donde teníamos cheque en blanco y podíamos pedir cualquier cosa. Luego hice diez meses de gira con Circo beat, cuando Soda paró por el accidente del hijo de Zeta.
-¿Lo habías visto tan inspirando antes, sacando en tan poco tiempo tantos temas tan buenos?
-Para mí era normal verlo así. Ahora pasó mucho tiempo y parece que fuera una excepción. Quizás tenía algunas cosas ya empezadas, pero realmente sacó muchos temazos en poco tiempo. Yo también se lo adjudico al estado de concentración. Creo que Fito es un tipo “one-task” y no “multi-tasking”. Siempre inventa algo. Lo que pasa es que tiene muchas inquietudes, y hace libros, películas, de todo, o sea que ese foco no es 100 x 100 musical.
-¿Cuál fue la gira más cinco estrellas?
-Soda. Cuando entré todo ya era top, desde los shows hasta los hoteles. Todavía Latinoamérica no estaba tan desarrollada y había lugares que ibas a tocar y había dos compañías de sonido juntas porque con una no alcanzaban los equipos.
Acerca de «Twitin Club»
-Estaba haciendo temas, pero después del tercero o cuarto me di cuenta que daba, que podía ser. Aceleré más aun la máquina y me propuse tener diez temas que me gusten. Y tampoco nunca fue la intención de tocarlo en vivo; no es un disco pensado como para el vivo. Y a pesar de ser un momento con tanta exigencia y estadística, rescato mucho que estoy en un momento donde me interesa el viaje y hacer las cosas, más allá del resultado.
-Lo importante es el viaje, no el destino.
-Claro, porque a veces el foco está en llegar al objeto final terminado y te olvidas del proceso. Entonces no tener fecha de entrega ni nadie que te apura te da mucha libertad. Tal vez demasiada, porque corrés el riesgo de no terminarlo nunca.
-El peligro del estudio propio.
-¡Ni hablar! Es muy difícil decir “Ya está”. Me cuesta abandonar los discos, y no solo con cosas mías. Pero se te va gastando la objetividad, porque empiezas con el 100 y termina con 0. Por eso ya no voy más a los mastering porque sufro: salgo de mi entorno de escucha normal y empiezo a escuchar mil defectos.
-¿Cómo eran en ese aspecto Fito o Gustavo, les costaba soltar?
-Fito quizás es más instantáneo, más de querer soltar y no dar tantas vueltas. Gustavo era todo lo contrario, pero también está atado a que Gustavo manejaba la tecnología muy fácilmente, y Fito no. Es una diferencia que no es casual. Aparte, casi todos los discos que hice con Fito los hice en la época en que no había computadoras, y el mundo análogo te pedía terminar y cerrar sí o sí. Con las compus cambian todo.
Pensá que la mitad del rock argentino clásico está grabado en 200 horas, porque los contratos pedían hacer los discos en 200 horas. Yo me entrené pensando en cómo sacarle el jugo a esas 200 horas, haciendo el laburo previo de MIDI y secuencias, para no gastar ni un minuto en estudio de cosas que podés hacer afuera. Podías llegar muy preparado, y eso me dio mucho entrenamiento.
-En tu disco hay un poco de todo lo que hiciste, como un solo de bandoneón tipo «Giros». ¿Fueron guiños intencionales?
-No creo que sean intencionales. Por lo menos no fueron adrede ni pensados. Son cosas innatas. El primer tema que saqué se llama Jazzypop y es un instrumental donde el título llegó al final de todo porque me parecía que cerraba bien y era lindo para arrancar como primer tema. Pero apareció de casualidad muy al final.
-¿Cómo fueron apareciendo los invitados, que no solo cantan sino que compusieron junto a vos?
-Hubo varios teams de composición. Uno fue con Maia Tarcic y fue de casualidad. La seguía en Instagram y me gustaba como escribía. Quería tener una letra para un tema, el que luego se llamó Flasheando una cualquiera, y un día la invité al estudio. Descubrí que no sólo escribía muy rápido y bien, sino que además cantaba. Cero experiencia de estudio, pero así empezamos a hacer un tema y después otro.
A la vez, en todo ese tiempo que estaba haciendo otros discos, como el de Gimena Álvarez Cella, que la invité a grabar. Todo muy casual. Me gustan esas cosas que no fueron para nada planeadas. Y cada cada intento era sabiendo que podía funcionar; no era probar por probar.
-Hay un tema donde canta Lisandro Aristimuño.
-Sí. Puso la letra sobre una música que hicimos con Tuten Mapu, que es un artista en mi sello. Lo puse a cantar una situación un poquito más rockera de lo habitual. En otro tema hay dos raperos, Kofke y Rayo aka Big Buda, además de Leandro Lacerna, que es un artista de Mendoza que descubrí siendo jurado de una bienal. Se dio con visitas y cosas que se cruzan en el camino.
Twitin Records
-Está en un proceso de ponerse más boutique, con un poquito menos de artistas. Ahora hay dos proyectos nuevos que tienen en común a Mariana Michi, que son Miau Trío y Mugre, que es un trío medio punk que está buenísimo. Después está el proyecto de Rayo, que acabamos de sacar el disco El auténtico cabeza, que es muy real y habla de Fiorito.
-¿Te imaginabas que el sello creciera y durara tanto, con tanto catálogo e historia?
-Nunca hubo una ambición comercial de hacer un sello para hacer plata. Es para sacar música que me gusta, pero después de tanto tiempo querés que te dé una cierta rentabilidad. Por eso este año estuve a punto de cerrarlo, pero aparecieron estos proyectos que me gustaron mucho y no pude con mi genio. Yo rescato que el sello me hace conocer gente y músicos. Eso garpa y después tiene efectos colaterales como trabajos varios. O que venga un Leo Genovese a pedir que le saques los discos y cada cuatro meses te manda uno.
-La última. Con 40 años de carrera y estar en buen estado, ¿cuál es el mayor peligro de la vida del músico de rock: las drogas o las golosinas?
-(risas) ¡¡La combinación!! Ningún exceso es bueno. Todos conocían mi fanatismo por las Tita y Rhodesia, y el terror que me dio salir de gira y no conseguirlas. Pero afuera descubrí las Oreo y mantuve el chocolate a mano.
MFB