«¿Lo hackearon?”, le preguntó por WhatsApp un funcionario del Ministerio de Economía a un asesor de Sergio Massa. Sabía que no. El tuit de Gabriel Rubinstein tenía la suficiente elaboración como para tratarse de un hackeo, pero fue la forma que encontró para expresar su desconcierto ante la situación. El asesor le contestó con el emoji del hombre que abre sus dos brazos y levanta las manitos, con los hombros encogidos. Eran casi las cinco de la tarde del jueves. Los mercados habían cerrado con el dólar a 980 pesos, pero ahora la noticia era que el Indec había difundido la inflación de septiembre: 12,7 %, un nuevo récord para la administración massista, la más alta desde 1991, y un porcentaje cuatro veces mayor al que el candidato presidencial había prometido para marzo pasado. Treinta y siete minutos más tarde del mazazo, ya con la noticia instalada como título principal en todos los portales de noticias, el segundo de Massa escribió en sus redes sociales que se consolidaba la baja del ritmo mensual de precios.
Un consultor que trabaja para el oficialismo se preguntó si semejante osadía había tenido la aprobación del propio Massa. El consultor trazó analogías con el escándalo que involucra a Martín Insaurralde y con el caso Chocolate. Una cosa es que la gente se banque a políticos corruptos, y que incluso pueda votarlos, y otra es que los descubra en Instagram tomando champagne en Marbella en un yate. O viendo por TV cómo vacían los cajeros automáticos con 48 tarjetas de débito de empleados fantasmas de la Legislatura bonaerense. Lo que no se puede explicar, mejor que no se vea. Rubinstein lo quiso explicar.
A solo una semana de las elecciones, una superposición de terremotos acecha al postulante presidencial de Unión por la Patria. Los movimientos en los mercados, con un dólar blue que pasó la barrera de los mil pesos el martes, bastarían para quitarle el sueño de llegar a la Casa Rosada a cualquiera. Pero no a Massa, que asumió el 3 de agosto de 2022 con la moneda estadounidense a $ 291 y con una inflación interanual que marcaba la mitad de la que acumula hoy.
El tigrense asegura que entrará al balotaje con Javier Milei. Se lo dice a los políticos oficialistas y también a ciertos dirigentes de la oposición con los que mantiene diálogo y con los que aspira a llegar a algún tipo de entendimiento si Patricia Bullrich se queda fuera de la segunda vuelta. Hasta dispone de tiempo para burlas: en charlas distendidas con su equipo afirma que su temor es que Bullrich se derrumbe y que esos votos se vayan a Milei y dejen al libertario más cerca de ganar en primera vuelta.
Como si quisiera llamar la atención, Alberto Fernández, antes de irse a China, le hizo un favor adicional al economista libertario: lo culpó del último cimbronazo en los mercados y lo denunció por “constituir una afrenta severa contra el sistema democrático”. No era lo que decía el Gobierno hace algunos meses, cuando su portavoz, Gabriela Cerruti casi que se tomaba en sorna las preguntas de los periodistas y decía que el dólar blue no era una preocupación porque se trataba de un circuito pequeño y marginal. Se desconoce si Cerruti cambió de opinión: hace exactamente dos meses le pidieron que tuviera la gentileza de suspender las conferencias que brindaba una vez por semana.
La denuncia de Fernández encontró eco. El fiscal federal Franco Picardi imputó a Milei por “intimidación pública” y el caso le abrió la oportunidad de convocar a su primera conferencia desde que arribó a la política. Las cámaras volvieron a desnudar el estilo intransigente del libertario. Reprimió a un periodista que salía en vivo para una radio. Después, se retiró de la escena y guardó silencio. Esta semana haría lo mismo. Su prioridad pasará por no cometer errores.
Los flashes que se depositaron sobre Milei enfurecieron a Massa, que cuestionó la decisión del Presidente. “Cuatro o cinco vivos me quisieron cagar. Los voy a perseguir y los voy a meter presos”, dijo ante varios dirigentes. La primera vez que lo hizo fue el lunes. El mensaje se trasladó a las cuevas a través de amigos con vínculos en ese mundo. Si hubo sustos, no influyó demasiado: al otro día el dólar se disparó por encima de los mil. En el staff massista procuran que el billete blue no supere los mil pesos antes de las elecciones. Quieren que, aunque más no sea de modo simbólico, quede anclado debajo de las cuatro cifras. Los ayuda el azar: los feriados del viernes y de mañana serán dos días de respiro. Así se cuentan las penurias. Por día. “Nos quedan 96 horas de sufrimiento, las más dramáticas para Sergio”, asumen en el Frente Renovador.
El impacto de la suba de precios (14,3 % en alimentos y 15,7 % en prendas de vestir en los últimos treinta días), la corrida cambiaria, la detención de Julio Segundo Rigau -más conocido como Chocolate-, y el affaire Insaurralde descolocan a los consultores de opinión pública y extreman la tensión de los candidatos. La percepción es que hay un shock permanente que proviene de la clase política. Que se amanece sin saber lo que puede llegar a ocurrir.
¿Qué pasaría si, por ejemplo, se conociera el contenido del teléfono de Chocolate? Diversas fuentes, políticas y judiciales, anticipan que podría salpicar a dirigentes relevantes, más de uno anotado en alguna contienda electoral. ¿Qué ocurriría si trascendieran más detalles del viaje de Insaurralde o de su relación con Jesica Cirio? El ex jefe de Gabinete de Axel Kicillof continúa recluido en su casa de Fincas de San Vicente. Ha comenzado a hablar más por teléfono, pero una sensación de paranoia se expande en su círculo íntimo. De ese círculo trascendió que Insaurralde discutió con su ex esposa. La conversación terminó con él bloqueando a ella en el celular. Aunque en sus entrevistas disimuló bastante, Cirio sabe mucho. De dinero, de propiedades y de tantas otras cosas. Sus amigos conocen algunos de esos secretos. Lo del yate en la costa del Mediterráneo asoma, apenas, como una anécdota.
Nadie sabe a ciencia cierta cómo procesará el electorado los últimos acontecimientos. La brújula de las encuestas, que viene dañada desde hace mucho, se terminó de romper. “Ni yo confío en los números que andan dando vueltas”, dice uno de los consultores más serios, que se niega a publicar sus trabajos. No hay más que especulaciones sobre lo que podría pasar el próximo domingo cuando se abran las urnas. Especulaciones y muchas operaciones para posicionar a candidatos y generar un supuesto efecto que pueda alimentar el llamado “voto útil”, a favor o en contra del kirchnerismo. Un viejo truco de dudoso efecto. Hasta la semana previa a las PASO se sostenía que Bullrich y Larreta permanecían cabeza a cabeza en la interna de Juntos por el Cambio y que Milei no superaba los 20 puntos.
Lo que sí existen son aproximaciones, visiones, climas. Hay cierto consenso en que a Massa le costará dar un salto grande del 27,28 % que obtuvo en la suma con los sufragios con Juan Grabois, no solo por el contexto económico, sino porque al kirchnerismo siempre se le complica sumar entre las primarias y las generales, más allá del incremento lógico que tendrían todos los candidatos porque, a diferencia de lo que ocurre en las PASO, el próximo domingo solo se contabilizarán los votos afirmativos; es decir, se excluirán de la cuenta los sufragios en blancos, que en agosto fueron más de un millón.
Las grandes dudas pasan por saber cuántos votos logrará retener Bullrich de quienes eligieron en agosto a Horacio Rodríguez Larreta y, si al revés de lo que sucede con el oficialismo, la ex ministra logra incorporar un significativo número de nuevos votantes -de gente que no fue a votar en agosto o que se inclinó por candidatos que no participarán por no haber llegado al piso de 1,5% de votos-, como hizo Mauricio Macri en 2015 y en 2019.
Ayer, Bullrich dio un golpe fuerte, tal vez el más importante, por la sorpresa, desde las primarias. Nombró a Larreta como eventual jefe de Gabinete, con la idea de evitar que se fuguen votos larretistas hacia Juan Schiaretti o, incluso, a Massa. Ni el jefe de Gobierno ni la ex ministra creían, hace un mes, que esta maniobra podía ser posible. La negaban. Cambiaron. Realpolitik.
Hablaron tres veces en los últimos siete días, las últimas dos, a solas, en el departamento de Bullrich, en Palermo. “Nos encadenamos y vamos”, le dijo el alcalde. “Nos encadenamos y vamos con la suerte atada”, le respondió ella.