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23 noviembre, 2024

Las mil y una anécdotas memorables del gran maestro Oscar Panno, leyenda viva del ajedrez mundial

La primera vez que Oscar Panno viajó en avión se subió a un DC-6 de Aerolíneas Argentinas de cuatro motores a hélice y cruzó el Atlántico hasta aterrizar en Amsterdam, donde pasó la noche en un hotel. Al día siguiente, su segunda vez en un avión fue en otra compañía, que lo llevó hasta Copenhague. Cuando el joven de 18 años se subió por tercera vez a un avión, ya era campeón mundial juvenil de ajedrez. Este 21 de julio se cumplen 70 años de aquella hazaña de un muchacho curioso y estudioso. Una leyenda que fue protagonista estelar de la era dorada del ajedrez argentino y testigo de la atracción y de la tensión que el “juego-ciencia” tuvo con la geopolítica mundial. Un prócer respetado por sus contemporáneos y por los grandes maestros actuales. Un libro abierto que a los 88 años emociona por su lucidez y su claridad de conceptos en una charla inolvidable de casi dos horas en el Círculo de Ajedrez de Villa Martelli, con Bobby Fischer, Lionel Messi y el Papa Francisco como testigos en los cuadros colgados detrás suyo.

Aquel 21 de julio de 1953, después de 15 partidas llegó a la última ronda de la fase final igualado con Klaus Darga. Ambos líderes jugaban con las piezas negras: Panno, contra el suizo Dieter Keller; el alemán, contra el inglés Jonathan Penrose. El maestro no tiene que cerrar sus párpados para recordar esa jornada final antológica.

Con su voz calma y su memoria prodigiosa, cuenta: “Darga hizo tablas rápidas y yo tenía una mejor partida, pero se me diluyó la ventaja y cuando llegamos a la jugada 40, mientras esperaba que moviera mi rival, viene Bolbochán (Julio, su entrenador), que había hecho las cuentas del sistema de desempate, y me dice: ‘Ofrecele tablas porque tenés mejor sistema’. Propuse tablas, se quedó pensando y me di cuenta de que si él perdía, saldría último en soledad. Al rato paró el reloj, me dio la mano y gané el título. Me pusieron una corona de laureles. La perdí, no sé dónde está la de la foto. Al día siguiente fui a la embajada argentina para hablar por teléfono con mi familia: mi mamá, mi papá, mi abuelo. En un momento me pregunté si habían pasado los tres minutos porque era más caro. ¡Iban 45 minutos!”

Oscar Panno, con la corona de laureles, campeón mundial juvenil de ajedrez en Copenhague 1953.

Oscar Panno, con la corona de laureles, campeón mundial juvenil de ajedrez en Copenhague 1953.
-¿Cómo se había preparado para el Mundial?

-Con Bolbochán estudiamos desde dos o tres meses antes. Yo iba a su casa de Quirno y Rivadavia, en Flores, y estábamos todo el día. Era tan intenso que un día vuelvo a casa y me preguntan: “¿Ya comiste?”. Les dije que no y les pregunté qué pasaba que había tanta gente en la calle. “¡Nene, es carnaval!”, me respondieron. No tenía la menor idea. Aerolíneas tenía dos aviones por semana a Frankfurt y a Amsterdam y fuimos a Holanda. Paramos en un hotel y tomamos otro avión de otra compañía hasta Copenhague.

-Para usted era todo nuevo…

-Totalmente.

-¿Qué es lo que lo sorprende más cuando llega a Copenhague?

-Sorpresas hubo varias. Vinieron y dijeron: “Usted va a vivir con esta familia y Bolbochán estará cerca de esa casa”. Era un torneo gasolero y había que parar en casas de familia. Tal es así que el español (Miguel) Farré, que había viajado con su hermano, había conseguido una casa en la que hablaban esperanto. Ellos eran esperantistas y se podían comunicar. Nosotros no, por el mal inglés. Bolbochán se puso firme y nos fuimos a un motel. Estaba en la cabecera de un trayecto ferroviario: Osterport. No tenía “black out” en las ventanas y como era julio, bien al Norte, el sol se ponía a las 11 de la noche y salía a las 3 de la mañana. Entonces, como estudiábamos hasta las 3 y cuando nos queríamos ir a dormir estaba saliendo el sol, colgábamos frazadas de las ventanas para poder dormir.

Estar lejos de casa tenía otra contra: quedaba expuesto a las costumbres culinarias locales. “Comíamos en un restorán donde le ponían pepino a todo. Yo protestaba porque prefería la comida de mi vieja. ¡Ma qué pepino!”, exclama y comienzan las risas.

“El torneo se hizo en el primer piso del edificio de Politiken, el principal diario danés, al lado de la plaza central de Copenhague: Rådhuspladsen. Íbamos en un cómodo tranvía durante 20 minutos”, relata como si estuviera viajando.

-¿Sentía que estaba para campeón?

-Tuve un poco de viento a favor, porque en el sorteo me tocó el número 1 y jugué las dos primeras con blancas y les gané al islandés (Friðrik) Ólafsson en un “ping-pong” final en el que pudo haber pasado cualquier cosa y después me tocó con (Borislav) Ivkov, el mejor jugador y el campeón defensor. Lo enganché en una Nimzoindia y le gané rápidamente. Con esas dos partidas empezamos a tener una buena idea de lo que podría pasar.

El segundo Mundial Juvenil de la historia del ajedrez había comenzado el 3 de julio, con 20 jóvenes divididos en dos zonas de diez. Panno era el único latinoamericano y quedó en el Grupo 1, de donde saldrían cuatro finalistas. Fue segundo con 6 puntos en 9 rondas, producto de 4 triunfos sobre el noruego Yngvar Barda, el israelí Raaphi Persitz, Ivkov y el sueco Bengt Mellberg; 4 tablas con Ólafsson, el canadiense Ross Simms, el austríaco Ewald Reichel y el belga Josey Boey; y una derrota ante Keller.

Ya en la fase final, después de las victorias con blancas ante Ólafsson e Ivkov, jamás dejó de estar en en el grupo de los líderes. Entabló de negras con Darga, le ganó de blancas al luego mítico danés Bent Larsen, entabló de negras con Penrose, le ganó de blancas al estadounidense James Shervin y entabló de negras con Keller, tras el aviso de Bolbochán.

Panno fue el primer sudamericano en ganar un Mundial de la FIDE. El argentino que les abrió el camino a los demás compatriotas que fueron campeones mundiales en distintas categorías: Carlos Bielicki (juvenil en 1959), Marcelo Tempone (cadete en 1979), Pablo Zarnicki (juvenil en 1992) y Alan Pichot (Sub 16 en 2014).

El nene asombroso que terminó sacándose una foto con Labruna y Loustau

El maestro Oscar Panno, entre las mesas con tableros del Círculo de Ajedrez de Villa Martelli. Foto Juano Tesone

El maestro Oscar Panno, entre las mesas con tableros del Círculo de Ajedrez de Villa Martelli. Foto Juano Tesone
Que jamás se pierda el disfrute de jugar. Sobre todo en los niños, que en la actividad lúdica desarrollan habilidades intelectuales y emocionales en un mundo que recién empiezan a intentar conocer. Oscar Panno había nacido el 17 de marzo de 1935 y tenía seis años cuando se enteró lo que era el ajedrez

-¿Cuál es su primer recuerdo frente a un tablero?

-Un día mi padre (Francisco) vino con un montón de juegos y nos enseñó a mover las piezas. Yo jugaba con mi hermano César hasta que descubrí que me gustaba. En la colección de “Leoplán”, una revista mensual que tenía mi padre, Roberto Grau escribía una sección que se llamaba “Entre las torres”: tenía partidas, anécdotas, comentarios… Le dije a uno de mis tíos: “Mirá, yo trato de reconstruir la partida porque es fácil, pero hay dos ceritos que no sé que son”. Y él me dijo: “Puede ser el enroque. Fijate”. Y después con el enroque salía, pero de entrada yo leía “0-0” y pensaba que habían empatado (risas). Jugaba con mi tío y con algún compañero del barrio. Hasta que entré en River para hacer natación por recomendación médica y me encontré con una sala con tablero y con relojes. Quedé prendido e iba los sábados y los domingos. Ese fue el despegue a un ajedrez más serio.

-Siempre todo parece un juego, pero en un momento pica el bichito y se siente que algo es “raro” o apasionante. ¿En qué momento se apasionó por el ajedrez?

-El momento crítico fue cuando apareció el torneo de Cuarta en River. Me anoté. Me tocó jugar con un muchacho que jugaba bien. Lo estaba destrozando y de repente el tipo se agarra la cabeza porque perdía una torre. Entonces le dije: “No, fijate, no juegues eso”. El tipo volvió atrás y me ganó. Quizá no debería haberlo dejado porque era un torneo serio y eso es antirreglamentario.

-Se ve que no se hizo problema…

-Los sábados solía acompañar al río a mi padre, que iba a pescar con un botecito. Pero un día me fui a River a ver qué pasaba con el ajedrez. Lo dejé colgado a mi viejo, je.

-¿Cómo tomaron en su casa que lo atrapara el ajedrez?

-Empecé por agotar todos los “Leoplán” que aparecían. Después fui a revolver la biblioteca de mi abuelo y tenía dos o tres libros. El que más me condicionó el estilo fue “1. ¡Peón 4 dama! La apertura moderna”, de (Efim) Bogoljubow (perdió dos matches por el título mundial ante Alexander Alekhine). Me lo aprendí todo y entonces después jugaba P4D o d4. Todos jugaban P4R (e4), porque los chicos quieren jugar aperturas abiertas. Yo no. Si Bogoljubow decía que estabas mejor jugando d4, vamos adelante con eso (risas). Se condice más con mi estilo. El otro librito de mi abuelo es un trabajo de Damián Reca sobre la Defensa Caro Kann.

Como Roberto Grau había fallecido en 1944, a cargo del ajedrez en River quedó Alfredo Espósito. Un día el pibe Panno presenció una charla del maestro y sucedió lo extraordinario. “Estaba mostrando una partida entre Bogoljubow y (José Raúl) Capablanca (del torneo de Bad Kissingen de 1928) y preguntó: ‘¿Qué les parece esta posición?’. Y yo le propuse una jugada que sonaba inverosímil. ‘Es una buena jugada -me respondió-, pero usted ya conoce la partida’. ¡Yo no sabía ni quiénes eran!”, recuerda el hombre de 88 años a pura risa sobre aquel gesto del pibe de 12.

“Como River siempre apostó a la excelencia, el profesor había sido Grau, el abuelo del ajedrez nacional. Ya en la década del 50 contratan a Julio Bolbochán, un excelente didacta. Ese es el segundo momento clave en mi vida ajedrecística -define Panno-, porque él fue responsable de mi éxito en 1953, cuando me acompañó como entrenador”.

Oscar Panno, con Julio Bolbochán, su entrenador en el Mundial Juvenil de 1953. Foto La Razón

Oscar Panno, con Julio Bolbochán, su entrenador en el Mundial Juvenil de 1953. Foto La Razón
Pavada de coach tuvo el joven Oscar, porque Bolbochán, otra leyenda del ajedrez argentino, compitió en 7 Olimpíadas entre Dubrovnik 1950 y Siegen 1970, con 68 puntos en 105 partidas: 40 victorias, 56 tablas y 9 derrotas. Fue tres veces subcampeón en 1950, Helsinki 1952 y Amsterdam 1954, y tercero en Varna 1962. Como segundo tablero, fue medalla de oro individual en 1950 y de plata en 1954.

Con Bolbochán de entrenador, en 1953 Panno ganó el Argentino Sub 20, el Magistral del Club Argentino, el Mundial Juvenil, el campeonato interno del Club Argentino y el Campeonato Argentino absoluto.

El presidente Juan Domingo Perón le ofreció dos semanas de vacaciones pagas en París, pero él se volvió a Buenos Aires a ver a su familia. El campeón visitó la Casa Rosada y unos días después le enviaron un Fiat 1100 como reconocimiento. Cuando Panno tuvo que hacer el servicio militar, todo duró 14 meses y cada tanto se “comía” la limpieza de los baños cuando le recordaban aquellos detalles del general ya derrocado. “Acá no hay campeones”, le llegó a decir algún que otro sargento, como cuenta Enrique J. Arguiñariz en su biografía sobre el maestro.

De lo que jamás se olvidará Oscar es de cuando poco más de un mes después de su título mundial fue homenajeado en pleno Monumental. “Fue en agosto, antes de River-Estudiantes. Los cadetes estaban vestidos con la banderita y formaron mi nombre y ‘campeón del mundo’. No tengo esa foto”, se lamenta.

Y cierra la anécdota con gracia: “Había que dar el puntapié inicial. Entré con (Ángel) Labruna, (Félix) Loustau y Bolbochán. Yo estaba tan preocupado que le pregunté a Labruna: ‘¿A quién se la paso?’. No quería meter la pata. Pero después me di cuenta de que estaba lleno de periodistas y cables. Pateé para adelante y listo (risas)”.

Oscar Panno y Julio Bolbochán caminan junto a Félix Loustau para el puntapié inicial en un River-Estudiantes de 1953.

Oscar Panno y Julio Bolbochán caminan junto a Félix Loustau para el puntapié inicial en un River-Estudiantes de 1953.

La década de oro del ajedrez argentino

Miguel Najdorf y Oscar Panno, en una fiesta de los Premios Clarín de 1994.

Miguel Najdorf y Oscar Panno, en una fiesta de los Premios Clarín de 1994.
“Si el abuelo del ajedrez argentino fue Roberto Grau, el padre fue Miguel Najdorf, que vino a Buenos Aires a jugar la Olimpíada de 1939 para Polonia y se quedó porque no pudo volver a Varsovia por la Segunda Guerra Mundial. Najdorf fue un fenómeno. En la segunda mitad del siglo pasado, fue el rey de la creación. Manejó el ajedrez por su categoría y por temperamento. Por eso fue nuestro capitán y nuestro tablero número uno merecidamente. Y así Argentina tuvo su década dorada en el ajedrez en los 50, con tres subcampeonatos”.

Bastó mencionarle el nombre de Don Miguel a Oscar Panno para que su recuerdo aflorara en forma de monólogo sin melancolía sino con palabras certeras y justas para valorar a otra leyenda del “juego-ciencia”. Ambos próceres del ajedrez, junto al gran maestro Pablo Ricardi, fueron quienes disputaron más Olimpíadas (11) para Argentina.

La longevidad y la vigencia de Panno en este torneo bianual por equipos es tan admirable como su memoria: entre Amsterdam 1954 y Manila 1992, de los 19 a los 57 años, logró 94,5 puntos en 151 partidas: ganó 51, entabló 87 y perdió 13, con un 62,6% de efectividad.

Con el equipo nacional fue subcampeón en Amsterdam 1954, tercero en Munich 1958 y en Varna 1962, cuarto en Haifa 1976 y quinto en La Habana 1966. A nivel individual, como segundo tablero, Panno ganó la medalla de bronce en 1958 (12 en 16 rondas) y la de oro en 1966 (14 en 18), ediciones en las que finalizó invicto, al igual que en Siegen 1970 y Manila 1992.

-Con apenas 19 años, su título mundial y su alto nivel lo llevaron a sumarse a un equipo argentino de prestigio internacional, que venía de dos subcampeonatos en las Olimpíadas. ¿Cómo vivió ese proceso?

Yo estaba creciendo y no tenía límites ni techo a la vista. Tanto es así que cuando volví del Mundial Juvenil gané a fin de año el Argentino con los mejores de acá, salvo Najdorf y Bolbochán, que estaban en el Torneo de Candidatos de Zurich (NdR: Najdorf fue séptimo entre 15, con 14,5 puntos en 28 rondas. Vasily Smyslov ganó con 18 y fue el retador del campeón Mikhail Botvinnik, quien retuvo el título con el empate 12-12). Me estaba ganando el derecho a pertenecer al primer nivel.

Panno ingresa a un equipo que venía de ser segundo de Yugoslavia en Dubrovnik 1950 y de la Unión Soviética en Helsinki 1952. Los datos son abrumadores para describir el poderío argentino en aquella época.

En la primera de esas Olimpíadas, el equipo sumó 43,5 sobre 60 puntos: tuvo 31 triunfos, 25 tablas y 4 derrotas. De los 15 duelos, ganó 12, empató con Alemania y perdió con Estados Unidos y Holanda por 2,5 a 1,5. Y sumó tres medallas de oro individuales: Najdorf, invicto en el primer tablero con 11 en 14; Bolbochán, invicto en el segundo con 11,5 en 14; y Herman Pilnik, con 7,5 en 10 como reserva..

En la fase final de Helsinki 1952, Argentina quedó con 19,5 puntos, a 1,5 del Dream Team soviético: Paul Keres, Smyslov, David Bronstein, Efim Geller, Isaak Boleslavsky y Alexander Kotov. La remontada fue memorable, porque después de perder 2,5-1,5 con Estados Unidos, Unión Soviética y Checoslovaquia, el equipo nacional enhebró triunfos contra Yugoslavia, Finlandia, Alemania Occidental, Suecia y Hungría.

En total, el equipo sumó 33 triunfos, 24 tablas y 7 derrotas. Y hubo dos medallas de oro individuales: Najdorf, con 12,5 en 16 en el primer tablero, y Héctor Rossetto, con 8 en 10 como reserva.

Entre estos monstruos del ajedrez internacional se insertó Panno en Amsterdam 1954, se insiste, con solo 19 años. Los recuerdos le afloran por los poros. “Cuando nos sentamos en el DC-6 de cuatro motores a hélice, antes de partir Bolbochán abrió el portafolio y nos repartió unos periodiquitos en papel de estraza (papel madera), con partidas que nos servían porque sabíamos la nomenclatura. ¡Eran de un año atrás!”, exclama cómplice.

Y culmina la anécdota: “Como llegaban por barco, acá la gente de Inteligencia estaba meses escrutando con lupa a ver dónde estaba la trampa… porque estaban en ruso. Pensaban que era espionaje típico. Cuando no encontraban nada, lo liberaban. O sea que en el viaje de ida a la Olimpíada mirábamos lo que se había jugado un año atrás. Me consuelo diciendo que eso nos obligaba a prestar más atención y a pensar por cuenta propia, porque todo lo que estábamos leyendo ellos lo sabían hacía un año”.

Oscar Panno, leyenda del ajedrez mundial, en la charla imperdible con Clarín. Foto Juano Tesone

Oscar Panno, leyenda del ajedrez mundial, en la charla imperdible con Clarín. Foto Juano Tesone
Argentina fue segunda por tercera vez consecutiva en 1954. Ganó invicta el Grupo 2, con tres triunfos y dos empates. Y en la fase final quedó segunda con 27, a 7 unidades de la Unión Soviética, donde jugaban el campeón mundial Botvinnik, Smyslov, Bronstein, Keres, Geller y Kotov. El equipo nacional ganó 8 matches, empató con Hungría y perdió con la URSS y con Yugoslavia.

Bolbochán fue plata en el segundo tablero, con 11,5 en 15. Najdorf hizo 10,5 en 15 y fue el cuarto mejor primer tablero. Y Panno debutó con 6,5 en 13 en el tercer tablero, con 3 triunfos, 7 tablas y 3 derrotas.

Don Oscar desempolva otra anécdota increíble para explicar por qué Argentina quedó medio punto arriba de Yugoslavia y pudo festejar el tercer subcampeonato seguido.

“Terminamos muy apretados, porque en la última rueda Bolbochán tenía que ganarle al alemán Lothar Schmid, quien más adelante sería el árbitro del match Fischer-Spassky. Y le ganó (Argentina 2,5-1,5). Si no, hubiera salido segundo Yugoslavia (NdR: había empatado 2-2 con Checoslovaquia) -explica Panno-. La anécdota es que cuando fui a una base de datos a ver la partida, porque creo que fue un didáctico final de torres, está cortada en la jugada cuarenta y pico porque los planilleros empezaron a tomar cerveza y se borraron: se fueron al banquete de clausura de la Olimpíada. Pusieron 1-0 y se acabó. La partida se perdió. Quedó solamente grabada en las planillas que se entregan a mano”. (La partida se encontró gracias a Chessbase).

El título de gran maestro

Don Oscar, viendo en el tablero la variante Panno que creó para la Defensa India de Rey. Foto Juano Tesone

Don Oscar, viendo en el tablero la variante Panno que creó para la Defensa India de Rey. Foto Juano Tesone
Otra de las proezas de Panno fue ser tercero con 13 puntos en el Interzonal de Gotemburgo 1955, detrás de Bronstein (15) y Keres (13,5), y delante de Tigran Petrosian (12,5), Boris Spassky (11) y Najdorf (9,5). Todos nenes de pecho, je.

“Era un torneo tan importante que en la clausura el presidente de la FIDE (el sueco Folke Rogard) dijo: ‘Acá tenemos a fulano, mengano, Spassky y Panno que son grandes maestros’. Y nos dieron el título ahí mismo”, rememora.

Aquella soberbia actuación lo clasificó al Torneo de Candidatos de Amsterdam 1956, donde compartió el octavo puesto: sumó 8 puntos en 18 partidas, con dos triunfos ante el checo Miroslav Filip y Pilnik, 12 tablas y cuatro derrotas ante los soviéticos Smyslov, Keres y Geller y Filip. Con 11,5 ganó Smyslov, quien destronaría a Botvinnik por 12,5 a 9,5 en Moscú para ser el séptimo campeón mundial.

En el Torneo de Candidatos de Amsterdam 1956 jugaron los argentinos Oscar Panno (segundo desde la derecha) y Herman Pilnik, cuarto desde la izquierda.

En el Torneo de Candidatos de Amsterdam 1956 jugaron los argentinos Oscar Panno (segundo desde la derecha) y Herman Pilnik, cuarto desde la izquierda.
Después del cuarto puesto en la Olimpíada de Moscú 1956, donde fue el tercer tablero e hizo 8,5 puntos (4-9-2) en 15 rondas, y del bronce en Munich 1958 sin Najdorf ni Bolbochán, donde como segundo tablero sumó 12 en 16, la vida de Panno llegó a un momento cumbre.

“Con ese comienzo en las Olimpíadas, estando al nivel de los rivales, es lógico pensar por qué uno no se hizo profesional. En Argentina no había ajedrez profesional; estaba en Europa. Entonces había que dejar todo e irse a allá a jugar como los saltimbanquis de la Fórmula 1, que un fin de semana están acá y el otro allá”, explica.

“Yo con suerte iba una vez por año en vacaciones a jugar algún torneo porque tenía una familia (se había casado con Guillermina) y estudiaba (ingeniería civil). Jugaba lo que podía. Nunca podía ir a hacer la patriada de la gira europea”, resume sobre aquella decisión de vida.

El ajedrez podría esperar… por unos años.

Ser protagonista de la historia mundial

Oscar Panno y Miguel Najdorf, en la Olimpíada de Tesalónica 1988. Foto @dllada

Oscar Panno y Miguel Najdorf, en la Olimpíada de Tesalónica 1988. Foto @dllada
Vasily Smyslov, Mikhail Tal, Tigran Petrosian, Boris Spassky, Robert James “Bobby” Fischer, Anatoli Karpov y Garry Kasparov. Contra estos siete campeones mundiales de ajedrez jugó oficialmente Oscar Panno en su carrera.

La lista de sus rivales es infinita si se tienen en cuenta a otros nombres que marcaron a fuego la historia del “juego-ciencia”, que prácticamente fue paralela a la historia de la geopolítica mundial en décadas infernales de tensión como las de la Guerra Fría hasta la disolución del bloque soviético.

Los soviéticos eran los profesionales con la mejor escuela ajedrecística. Eran de un nivel tan grande que era muy difícil superarlos. Con Spassky terminé con score favorable. Bronstein me ganó dos o tres partidas muy buenas. Era un genio. Un verdadero campeón mundial sin corona, como Keres. Y a Petrosian no le gané nunca”, desglosa.

Y acto seguido cuenta otra anécdota que marca a las claras el nivel de intimidad que logró con sus célebres rivales y cómo fue parte de la «crème de la crème» del ajedrez.

“Con Petrosian éramos muy amigos y eso que no hablábamos el mismo idioma: algunas palabras de ruso y algo de alemán, porque él sabía muy poco inglés. Rona, su esposa, nos hacía de intérprete -cuenta-. Nos llevábamos bien porque teníamos mucha preferencia por la música clásica. Entonces en algún torneo en el que nos encontrábamos me invitaba a su habitación a escuchar música. Luego de la Olimpíada de Moscú 1956, un día fui a su casa. Me llamó la atención que en su espléndido departamento tenía un televisor en cada habitación. Le pregunté a la señora y me explicó: ‘Con el plan quinquenal, aquí el televisor es mucho más barato que un par de botas’. Si querías botas, tenías que ir a la cola, pero a los televisores te los tiraban por la cabeza”.

Leyendas del ajedrez. Oscar Panno, con Tigran Petrosian y Paul Keres en 1963.

Leyendas del ajedrez. Oscar Panno, con Tigran Petrosian y Paul Keres en 1963.
Con Fischer tiene una de las mejores anécdotas de su vida. Cada vez que la cuenta asombra más aún. Sucedió en el Interzonal de Palma de Mallorca de 1970, en el que el estadounidense arrasó con 18,5 puntos en 23 rondas y Panno fue undécimo con 12,5. Ambos debían enfrentarse en la última fecha y el argentino perdió por ausencia. El detrás de escena merece una novela en sí mismo.

“Todo fue un tema mitad reglamentario y mitad político, porque el director del torneo, el belga Albéric O’Kelly de Galway, estaba casado con los rusos y no podía quedar mal con ellos. Como Fischer estaba peleado con (Samuel) Reshevsky, dijo: ‘Ah, él no juega los sábados. Entonces yo tampoco”. Y no jugaba los sábados por el shabat. No era religioso, pero como también tenía sangre judía dijo que debían respetar el shabat”, relata Panno.

“Resulta que es reglamentario que en la última rueda todos tienen que jugar al mismo tiempo. Yo lo advertí 20 días antes y dije: ‘Miren que la última contra Fischer cae en shabat’. Me dijeron que se iba a corregir, pero en la penúltima me avisan que no lo habían arreglado ‘porque los rusos no quieren’ -describe-. Era jugar a las 19 en lugar de a las 16, pero los rusos estaban calientes como chivos porque Fischer les había sacado tres puntos de ventaja. Era un papelón para ellos. No sabían dónde meterse”.

Lo mejor estaba por venir…

Oscar Panno juega y Bobby Fischer observa su partida.

Oscar Panno juega y Bobby Fischer observa su partida.
“Yo tenía razón, me presenté a las 16, no estaba mi tablero, saludé y me fui al hotel. A las 19 vino Fischer a mi habitación. ‘Dale que tenemos que jugar’, me dijo. Salía del encierro del shabat y estaba desesperado por una partida. ‘No les hagas caso: los dirigentes no entienden nada. Vamos a jugar’, me insistió. Y le contesté: ‘Esta partida ya la jugué a las 4 de la tarde’”, describe con lujo de detalles.

Y cierra con un moñito: “Después nos fuimos con (el yugoslavo Svetozar) Gligoric a tomar algo y miramos cosas con el ajedrez de bolsillo. Es más, (el neerlandés Max) Euwe (presidente de la FIDE) me mandó una botella de ron para hacer las paces y jugar la partida. Se la devolví con una nota que decía: ‘Los principios no se emborrachan’. Era una excelente persona, pero le puse eso y le devolví la botella. Yo estaba indignado con el argumento de que ‘los rusos no quieren’«.

-¿Cómo era Bobby Fischer? ¿Cómo se entiende a un personaje así?

-Era un tipo loco por el ajedrez. Fantástico. Es un caso especial, porque fue autodidacta de chico. Y cuando a los 13 años alguien lo quiso guiar en el Manhattan Chess Club de Estados Unidos diciéndole que fuera con el maestro fulano, él contestó: “No llegó a campeón mundial. Me va a enseñar mal”. ¡Me va a enseñar mal! Rechazó el ofrecimiento. Es fantástico. Tenía razón porque él llegó y el otro no. Pero es un caso especial porque se focalizó en el ajedrez y no había otra cosa en su vida. Son esas mentes inteligentes pero focalizadas en un tema único.

-¿Cómo vivió usted el match que jugó él con Spassky en Reykjavík 1972, tan político en plena Guerra Fría?

-En ese match se reveló que Fischer era imparable. Pierde la primera partida porque sacrificó mal una pieza y en la segunda no se presenta porque no tenía la luz o el sillón que él quería (también le molestaban las cámaras). “Son 24 partidas y ésta no la juego. No importa”, dijo. Fantástico. Chau. ¡Y en la sexta rueda había pasado al frente! Es un caso especial.

El ajedrez siguió ligado a la geopolítica porque Fischer no quiso defender su título ante el soviético Karpov, que pasó a ser el campeón mundial. Y en 1978 llegó el turno de que en la ciudad filipina de Baguío se enfrentara el símbolo del régimen comunista contra Viktor Korchnoi, el retador y flamante disidente. En ese match con un sinfín de acusaciones cruzadas, Panno estuvo en el equipo de analistas del ahora suizo.

Anatoli Karpov versus Viktor Korchnoi, en el match de Baguío 1978 en el que Oscar Panno fue analista del retador. Foto @olimpiuurcan

Anatoli Karpov versus Viktor Korchnoi, en el match de Baguío 1978 en el que Oscar Panno fue analista del retador. Foto @olimpiuurcan
-¿Cómo fue ser parte de ese acontecimiento que era mucho más que ajedrez?

-El match de Korchnoi con Karpov en Baguío tuvo un contexto especial: (Florencio) Campomanes era el ‘ministro’ de ajedrez de Ferdinando Marcos (dictador filipino de 1965 a 1986) en un Estado policial. Estaba con la Unión Soviética a muerte. Terminó siendo una hazaña de Korchnoi que iba mal (2-5), empató (5-5) y perdió la última por tratar de forzar con negras para no igualar. Lo demás estuvo normal.

-¿Qué significó ser ladero de uno de los mejores?

-Presión había porque era inevitable en un Estado policial. Yo no estaba de acuerdo en la línea que había que jugar en la última partida, pero había dos asesores ingleses, (Raymond) Keene y (Michael) Stean, que ya habían servido con Korchnoi en el match que le ganó en Belgrado a Spassky (10,5 a 7,5 a fines de 1977). Y él tenía mucha confianza en ellos.

La historia no le pasó por delante a Oscar Panno: él fue protagonista junto a los mejores o vio jugar de cerca a quienes le imprimieron su sello al ajedrez.

Y no duda al elegir a su preferido: “Cuando me preguntan quién fue el mejor jugador de la historia, hasta ahora sigo con Kasparov, porque era un monstruo de memoria y preparación con toda la escuela rusa atrás. El mérito de Fischer fue haber sido autodidacta: tenía la escuela rusa adentro sin haber asistido. Y por supuesto que Karpov tuvo excelencia. Pero Kasparov ha sido un campeón absolutamente completo. Es el paradigma máximo del ajedrez”.

-Oscar, a sus 88 años y con la lucidez con la que habla, ¿entiende que en sus décadas de esplendor el ajedrez se codeaba con la historia misma y usted protagonizó parte de esa historia de gloria?

-Sí. Si se quiere, sí, pero uno no le presta demasiada atención a eso, porque los temas técnicos son más importantes a la hora de jugar. Es muy difícil manejarse estando dentro de la historia. Pero después uno lee y dice: “Sí, yo estaba ahí en ese momento”. Y siento que me han respetado. Pasa que la vigencia es típica del ajedrez.

Palabras de Oscar Panno, más vigente que nunca. Leyenda del ajedrez mundial.

El poder educativo del ajedrez

Muchos clubes, como el Argentino, dan clases de ajedrez a niños y niñas. Foto Germán García Adrasti

Muchos clubes, como el Argentino, dan clases de ajedrez a niños y niñas. Foto Germán García Adrasti
Dava, Juanfa, el Beto y Hernán se subían cada sábado, bien temprano, al auto de Yuyo y enfilaban para Núñez. En la semana se habían juntado a repasar jugadas sobre el tablero y a acertar qué movidas eran las mejores en las partidas que traía impresa una revista española de ajedrez. La escena se repitió durante algunos meses de 1987, cuando los cuatro cursaban el primer año del secundario en el Nacional 17 de Primera Junta. Además de la amistad, el fútbol y los cumpleaños, compartían esa afición por el “juego-ciencia”. Por eso cada sábado era una fiesta cuando llegaban a ese enorme salón de River y veían mesas con tableros por todas partes. Era el torneo escolar fomentado y supervisado por el gran maestro Oscar Panno en el club de sus amores. Nadie que los haya jugado se puede olvidar de ellos.

Don Oscar es un ferviente difusor y promotor de la utilización del ajedrez como herramienta educativa y por ello creó el programa “Ajedrez con Panno”, una plataforma que acerca al “juego-ciencia” a las escuelas y a los hogares, estén donde estén. Entre 2017 y 2019 se otorgaron 1.200 becas docentes gracias a un convenio con el Ministerio de Educación. Y hubo otros con San Luis, La Plata, San Isidro, San Martín y la Ciudad de Buenos Aires. Y hoy hay 350 becas en el Instituto Educativo River Plate. Su palabra es más que autorizada para concientizar sobre los beneficios del ajedrez en el desarrollo de los niños y las niñas.

-¿Qué capacidades le atribuye al ajedrez para entender en qué ayuda en lo cotidiano para la toma de decisiones?

-El ajedrez es una disciplina en la que hay que desplegar una estrategia frente al “enemigo” externo. En la vida todos son problemas y entonces usted tiene que ir superando los escollos que se le presentan. Preverlos y encontrar el mejor camino. Alguien que entienda cómo funciona el ajedrez va a entender, por ejemplo, qué es lo que conviene hacer y cuáles son las posibilidades en cada negocio.

-¿Cuán beneficiosa es su práctica para los pibes y las pibas?

-(Anatoli) Karpov me dijo algo en lo que tiene razón: “Lo más importante del ajedrez infantil es que los chicos aprenden a tomar decisiones». Si no, un chico de 8 o 10 años, ¿qué decisión va a tomar? Hace cualquier cosa y tira tiros al aire. Pero cuando empieza a entender que las cosas que hace terminan volviéndose a favor o en contra según si están bien evaluadas, termina siendo una buena educación para su estructura mental. Y el ajedrez entonces es ideal para enfrentarse a la vida. No hace falta enseñar ajedrez para que los chicos salgan campeones. Es para que aprendan a vivir mejor. Y algunos después se destacarán. El ajedrez sigue siendo una herramienta educativa formidable por dos motivos: por la potencia que tiene, no conozco otra herramienta mejor; y por lo económico, porque usted agarra un cartón, dibuja, pone las piezas y gratis puede jugar al ajedrez. No necesita ni comprar el tablero. Para un chico, sobre todo de un país pobre, es ideal.

Oscar Panno enfrenta al ex campeón mundial Vasily Smyslov en el Torneo Clarín de 1978.

Oscar Panno enfrenta al ex campeón mundial Vasily Smyslov en el Torneo Clarín de 1978.
-¿Cuál sería el abordaje formativo inicial para los chicos?

-De entrada es complicado. Por eso a los chicos hay que enseñarles empezando con pocas piezas. Lo dijo Capablanca: “Hay que empezar por los finales”. Que se acostumbren a la cadencia del juego y a calcular. El primer final a enseñar entonces es el mate de rey y torre contra rey. El chico se acostumbra a que juega una vez cada uno y entonces puede prever qué hará el otro según lo que él juegue. En cambio, cuando vos le ponés un mar de piezas delante, se pierde. El final es una partida de ajedrez en miniatura, en el sentido de que no hay tantas complejidades. Una vez que usted sabe jugar bien finales, en el medio juego que le toque en una partida calculará qué final le conviene. Y después, cuando ya domine el medio juego, elegirá las aperturas más convenientes para que el medio juego le permita transitar hacia un final adecuado.

-¿Cómo se contagia el ajedrez en niños inmersos en el vértigo de hacer todo de manera inmediata y con constantes estímulos?

-Como es un juego difícil, tienen que empezar a darse cuenta de que no pueden jugar cualquier cosa porque van a perder siempre. Entonces se dan cuenta de que tienen que ir con un poco de amor propio. Si no tienen amor propio, no pueden competir.

-¿Qué se le puede decir a quien ningunea el ajedrez para hacerle entender que es divertido o, mejor dicho, apasionante?

-“Apasionante” es mejor palabra que “divertido”. Y ojo que la pasión lleva a sufrir mucho también cuando te va mal. El ajedrez serio no es divertido, pero tiene satisfacciones y desastres. Pero es importante que la gente entienda que sigue siendo una herramienta educativa formidable. El chico que nace está virgen y no sabe nada de la vida. El ajedrez lo introduce de alguna manera a la forma correcta de ver las cosas y de pensarlas.

-¿En qué hay que hacer hincapié para que se entiendan realmente los beneficios de aprender a jugar?

-Hay un problema: usted está suponiendo que se les puede hablar a los políticos que tenemos para que se preocupen por la enseñanza y por el futuro, cuando se están matando entre ellos. Es difícil. Tenemos pocos recursos humanos si queremos enseñar en cada aula de las escuelas. Hay 45.000 escuelas y no tenemos 45.000 profesores. Sergio, mi hijo, ha estado desarrollando este curso para aprender a enseñar. Que el maestro tenga las herramientas didácticas y no necesite ser un gran jugador sino saber aprender a enseñar.

-¿Se puede en este contexto?

No podemos hablar del país actual, porque la educación está en una crisis terminal. Cuando yo era chico, nuestra educación era un modelo de Latinoamérica. Ahora es un desastre. Estamos últimos en todo. La esperanza es que nos demos cuenta y salir, porque hay recursos materiales y personales. La gente no es idiota. Pero la política interviene en todo y frustra, así que ahora vamos a ver qué pasa en el futuro. Acá tenemos otros problemas, como pensar qué voy a comer mañana.

Los prodigios en el ajedrez

Faustino Oro, el mejor del mundo a los 9 años. Foto Emmanuel Fernández

Faustino Oro, el mejor del mundo a los 9 años. Foto Emmanuel Fernández
El ajedrez siempre ha tenido los mal llamados “niños prodigio”: talentos preadolescentes potenciados a una edad temprana que llegan a ser grandes maestros a una edad impensada. Si un pibe llamado Bobby Fischer irrumpió para hacerle frente a la escuela soviética, hoy hay pibes indios, chinos y kazajos dando cátedra desde bien temprano. Oscar Panno tiene algo para decir.

-Cuando se entera de que cada vez hay grandes maestros más jóvenes por el estudio con las computadoras, ¿le choca que de tan chico suceda?

-No. Con las computadoras probablemente sigan apareciendo maestros desde los 10 años. El español Pomar le hizo tablas a (Alexander) Alekhine a los 12 (en 1944). Era un niño prodigio, pero antes había un niño prodigio cada tanto. En cambio, ahora están a la orden del día. Igual algunos han llegado a ser gran maestro antes del furor de las computadoras. Por ejemplo, los húngaros Peter Leko y Judit Polgar.

-A propósito de Polgar, la mejor ajedrecista de la historia, ella lo adora y comparte su pasión por el ajedrez como herramienta educativa…

-László Polgár era un buen profesor y guió a sus hijas (Zsuzsa, Zsófia y Judit) hasta ser grandes jugadoras. Fueron tres fenómenas. Con Judit nos hicimos amigos. La primera vez que la vi fue en un torneo en Río Gallegos (fue tercera en el Mundial Sub 16 de 1986, con apenas 10 años). Yo la llamaba “la lechuzita”. Parecía que giraba el cuello 360 grados: miraba todo y no se le movía un pelo a esa edad. Entraba, simplificaba y ganaba los finales. “Aprendió en serio. Va a llegar”, decía yo. Terminó siendo Judit Polgar.

Judit Polgar sobre Panno, en exclusiva para Clarín: «Es un modelo para las próximas generaciones»

Judit Polgar, en una de sus visitas a la redacción de Clarín. Foto Marcelo Carroll

Judit Polgar, en una de sus visitas a la redacción de Clarín. Foto Marcelo Carroll
Conocí a Oscar Panno de niña, a los 10 años. Ya entonces sabía que era un ajedrecista excepcional y un gran competidor. Había oído hablar de él de parte de los jugadores argentinos y de sus alumnos, como Claudia Amura, acerca de lo valioso y lo extraordinario que era.

Llegué a conocerlo mejor cuando ambos participamos en un torneo en el que él integraba el equipo de veteranos grandes jugadores y yo formaba parte del equipo femenino de estrellas mundiales (fue en Aruba en 1992, Polgar fue segunda y Panno, tercero). Tuve la oportunidad de jugar contra él en ese torneo (entablaron una partida y la otra la ganó Judit) e incluso de practicar un poco con él.

En 1992, cuando jugué el Magistral Najdorf en Buenos Aires (la tercera edición, en abril de ese año, la ganó el ucraniano Alexander Chernin), volvimos a encontrarnos (ganó ella en 30 movidas) e incluso fuimos a jugar al tenis una vez. Nuestras conversaciones siempre fueron significativas, a pesar de las dificultades del idioma. Era abierto, servicial y tenía un gran sentido del humor, algo que aprecio mucho.

Muchos años después, a través de mi Fundación, quise reconocer también sus contribuciones como ajedrecista e instructor de ajedrez. Por eso en 2020 la Fundación de Ajedrez “Judit Polgar” le otorgó el reconocimiento de “Embajador de Buena Voluntad del Ajedrez en la Educación”.

Oscar Panno lleva a cabo una destacada y ejemplar labor educativa en AjedrezConPanno.com. Es un modelo fantástico para las próximas generaciones, tanto para los que juegan al ajedrez como para los que aspiran a convertirse en profesores de ajedrez. Su humildad y su pasión por el juego, su apertura a lo nuevo y su determinación son fuente de inspiración.

Ajedrez rápido vs. Ajedrez pensado

La pandemia de coronavirus generó un boom del ajedrez online, donde lo común es jugar partidas a ritmo relámpago o rápido. De hecho, se multiplicaron los eventos virtuales con grandes maestros de elite prendidos en partidas a menos tiempo pero no a menor intensidad. ¿Cómo evalúa Oscar Panno esta dicotomía, porque enfrentarse a partidas pensadas demanda mucho tiempo a los aficionados?

“En el ajedrez pensado uno debe haber entendido ciertas cosas y tener tiempo físico. No se puede improvisar -aclara-. Para improvisar hay que jugar ajedrez rápido y ver el golpe de vista. Pero el ajedrez serio no es golpe de vista solamente”.

-¿Jugar demasiado a ritmo rápido ha complicado recordar que en el ajedrez hay que tener tiempo para resolver problemas? ¿Ha desvirtuado el juego?

-El ajedrez rápido siempre existió como parte secundaria. Vale la pena ver las partidas de los grandes jugadores porque lo hacen rápido y bien. Sin una profundidad excesiva, pero la parte técnica la manejan muy bien. Yo tomo las partidas de los grandes jugadores de ahora y en 15 minutos son modelos. Uno puede extraer una enseñanza técnica bien importante. Lo que no sirve es el exceso del “ajedrez de café”: a uno o dos minutos, eso no. Eso es la histeria del “te gano de cualquier manera”. Una de las cosas que benefició al ajedrez de hoy es el reloj digital, que permite recuperar tiempo y entonces obliga a ser un buen administrador. Antes se te caía la aguja y caía la guillotina. Pero ahora uno está obligado a administrar mejor el tiempo.

HS

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