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17 noviembre, 2024

Una invitación a tomar distancia

Dos o tres veces había preparado las valijas para partir con rumbo fijo, pero sin saber cuándo volvería, si volviese. No me costó: siempre sentí hambre de mundo y si bien extrañaba rincones, afectos, rutinas lo que vivía afuera lo equilibraba con creces. Hasta que hace unos años sí decidimos -ya con mi esposa y dos hijos adolescentes- tener la aventura española. Y a Madrid vinimos. No hubo una sola razón. Quizás -como suelo decir aunque se extrañen- fue algo psicológico: llegó un momento en que las arenas movedizas de la Argentina nos agobiaban y ver cómo nuestros amigos con hijos más grandes se iban quedando solos en el país, también. Fue una elección, no una necesidad. Puedo decir varias cosas: España es un país amable y con mucha cultura compartida, los argentinos -por todas partes- no somos una fauna rara. Casi diría que con nosotros hay un prejuicio a favor: en general nos estiman, fuera de las excepciones de siempre.

Igual persiste un sedimento rioplatense en nuestra vida diaria. A veces uno lo intenta cobijar -comidas, viajes-, otras se extraña -estar ausente en las reuniones, sentir que algunos códigos nunca se llegan a entender-. La lejanía genera un clima -madrileño en este caso- lleno de sensaciones ricas, potentes, felices. Tranquilas, también, sin agitaciones. Y va de la mano de la velocidad del pasado que nos cinceló y que nos atraviesa con nostalgias.

Yo tengo dos pertenencias. Rosario, de donde me fui a los 21 recién cumplidos y Buenos Aires, donde pasé gran parte de mi vida adulta. De Rosario me queda la cuadrícula de una ciudad con calles rectas cuyos nombres los recuerdo todos y los puedo recitar como dogma, sin olvidar ninguno. Y la noción de un río que es pura vida. Y la idea de una espacio a escala humana: nada queda tan lejos. Buenos Aires me dejó otra huella: lo interminable, lo que siempre es posible, la certeza de que busques lo que busques lo vas a encontrar.

Todos estos recuerdos rodeados de un halo de cansancio, de un país que cambia de blanco a negro en un ping pong que te aleja y te invita a tomar distancia.

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