Por Casilda Jáspez, poeta, psicóloga y miembro del grupo lietario Letraheridos.
Especial desde Granada, España.
El pasado día 24 de abril en el Colegio Oficial de Médicos de Granada, Piedad Santiago, presentó su novela “Así me convertí en puta” editada por la granadina Editorial Nazarí.
La novela, escrita con narrador en primera persona, cuyo comienzo ya condiciona la manera en que el lector va a entrar en la historia, recuerda esa famosa novela de Daniel Defoe, Robinson Crusoe, “Nací en el año 1932 en la ciudad de York, de buena familia, aunque no del país.” Novela narrada también con un narrador en primera persona, donde en todo momento es él el que relata su historia, sus aventuras y peripecias y su destino final de náufrago en una isla desierta.
“Así me convertí en puta” es una novela con un relato desde dentro, a través de una narradora protagonista, que no solo cuenta y narra una historia, que además expresa como se ha ido sintiendo a lo largo de sus vivencias y las huellas que estas han dejado en ella quedando abiertas las puertas de su mente y de su alma.
Trata el tema de la prostitución, tema que siempre ha impulsado un intenso debate y sobre el que se ha escrito y opinado mucho, pero más allá de ese tema que sin duda alguna marca la trama, y refleja motivos y situaciones por los que se puede llegar a la prostitución, muestra también como el destino de algunas personas puede quedar no solo marcado sino determinado desde el comienzo de sus días. Chusa la protagonista de esta historia nace en el seno de una familia con patrones de comportamiento dañinos, donde no hay figura paterna bien consolidada, ya que el personaje masculino, su abuelo, con el que se cría y que a veces le sirve de consuelo, la mayoría de las veces está ausente al ser tratante de ganado y pasar por ello la mayor parte del tiempo fuera de casa, quedando en manos de una madre y una abuela que ejercen la prostitución, que la maltratan y humillan constantemente, llegando incluso a denigrarla al ser ofrecida a un terrateniente a muy corta edad. Ante tanto espanto, la protagonista, decide huir de ese ambiente y se va a Barcelona en busca de otra vida con apenas catorce años, en donde su historia de abusos y malos tratos se repite y en donde termina siendo como su madre y su abuela una prostituta.
Hay muchas preguntas que esta historia suscita; ¿acaso nuestro destino está escrito, acaso hay destinos de los que uno no puede escapar, o acaso no es cierto que tenemos cierta responsabilidad en ello, que no culpa? Estas preguntas no son fáciles de responder, además teniendo en cuenta las numerosas circunstancias que rodean las vidas de los seres humanos y concretamente si nos centramos en esta historia, tenemos, por un lado, el ambiente de prostitución en el que se cría la protagonista, por otro el maltrato físico y psicológico al que es sometida y por último la ausencia de un padre.
Chusa nos habla de las dragonas, esos personajes que aparecen como las personas que más dolor le han causado; “ningún hombre me ha traicionado nunca; reconozco que me han maltratado físicamente, pero las personas que verdaderamente me han hecho daño fueron mujeres ” No hay ninguna duda que la mayor traición que un ser humano puede sentir en este mundo es la de su propia madre, quien se supone que es el primer objeto de amor, pero llama la atención, esa curiosa visión de la protagonista, de aceptar ese maltrato de los hombres sin dolor, sin sentirse traicionada y tal vez esté ligada a la búsqueda de esa figura y amor paterno que tampoco tuvo, pero que parece como si ella hubiese anhelado, incluso idealizado como salvación a los abusos, palizas de su madre y su abuela. Cuando Chusa descubre la fascinación que ejercía sobre los hombres no solo hace “su negocio” sino que puede sentirse en esos momentos amada, protegida y cuidada, ya que algunos de sus clientes incluso se enamoran de ella y puede también ella misma dar amor “les hacía creer que eran únicos, siendo cierto que el trato que les procuraba era siempre especial para cada uno” o cuando dice “me creí una envidia del cielo que repartía amor.”
Nuestra protagonista se debate durante toda la historia en esa dualidad entre el amor y el odio, la frivolidad con la que a veces se siente obligada a actuar y la sensibilidad que pose, y ese amor, esa sensibilidad la lleva al amor y cuidado de sus hijos a los que nunca les falto nada y sobre todo, nada de su amor; aquí la historia no se repite.
Entre las características que se pueden contemplar en el perfil psicológico de las personas maltratadas en la infancia, también está la falta de autoestima. “A menudo pueden experimentar sentimientos de inferioridad e inutilidad. También pueden mostrarse tímidos y miedosos o, por el contrario, hiperactividad buscando llamar la atención de los demás.” Chusa opta por el segundo camino, y además lo tiene fácil, no tiene que hacer mucho esfuerzo por llamar la atención, ya que por sí misma la llama y hace de eso como ya hemos visto no solo su negocio, sino que además será una manera de protegerse emocionalmente, de huir de la ansiedad, de la tristeza y de los miedos para empoderarse, logrando cambiar todos esos factores de su realidad que le eran adversos, sorteando cada obstáculo e impedimento que encontró en su camino llegando a ser una artista conocida, y pudiendo ser también madre, esposa, amante y amiga.
El desempeño de esos roles sin confusión alguna, junto con el respaldo social y emocional con el que siempre contó; Arturo, tía Monse, Lucerito, sus hijos, le permitieron reducir el estrés emocional y estar por encima de esos sentimientos de “culpa, ira, rabia, desesperación” que durante toda su vida le acompañaron y a pesar de ello pudo construir su propia existencia.
“Así me convertí en puta” es una novela con una narrativa ágil, que te atrapa y seduce desde el primer momento y hasta el final, que te conmueve y emociona, que va a ir dejando tras su lectura un reguero de interrogantes sobre la prostitución, la vida y la mente humana. Es una historia que no va a dejar a nadie indiferente.
