6 octubre, 2025

Cómo era el valle que se vio sumergido en las aguas del lago San Roque

Antes que las aguas del lago San Roque cubrieran su inmensidad en 1889, existía un lugar de profundo valor histórico y natural en el corazón de las sierras que era conocido como Valle de Quisquisacate (posteriormente conocido como Valle de San Roque). Este paraje, cuyo nombre indígena significaba «junta o confluencia de ríos», era una tierra de vida ancestral, estancias coloniales y hasta un campo de batalla que hoy yace silente bajo el espejo de agua más famoso de Córdoba.

Mucho antes de la llegada de los españoles, el valle era el hogar de tribus comechingonas. Su asentamiento principal se ubicaba estratégicamente en la confluencia del arroyo Los Chorrillos con el San Roque. Los comechingones no solo dejaron su toponimia, sino también evidencias de su cultura: a orillas de los ríos se pueden encontrar aún morteros horadados en la roca, utilizados para la molienda de granos como el maíz, demostrando una vida agrícola y seminómada ligada íntimamente al paisaje.

Con la conquista y colonización, la región se transformó en grandes estancias, como la histórica Estancia San Roque (que luego se desmembró en San Roque, Santa Ana y El Pantanillo). El valle pasó de ser un territorio indígena a una zona clave de la vida rural.

Uno de los hitos arquitectónicos más importantes que sucumbiría ante el embalse fue la Capilla San Roque. Erigida hacia 1860, esta pequeña iglesia era el centro espiritual del valle. En su interior, albergaba un altar, confesionarios, imágenes religiosas y otros objetos de culto. Hoy, sus restos —junto a los del primer casco de la Estancia Santa Leocadia, que daría origen a la actual Villa Carlos Paz— descansan en las profundidades del lago.

Un campo de batalla histórico

La vida del valle no fue siempre pacífica. A mediados del siglo XIX, la zona fue escenario de enfrentamientos cruciales para la historia nacional. El Valle de San Roque fue un campo de batalla durante las luchas civiles argentinas, donde se registraron combates que dejaron una huella imborrable en el paisaje.

Los muertos de ambos bandos, unitarios y federales, fueron enterrados en diversos sectores de la zona, convirtiendo a este rincón de Punilla en un mudo testigo de la historia política de Córdoba.

1889: El destino final del Valle de Quisquisacate

Todo este rico ecosistema y patrimonio histórico estaba condenado a desaparecer. La necesidad de dotar de agua potable y riego a la creciente ciudad de Córdoba, que padecía constantes crisis hídricas, impulsó la colosal obra del dique San Roque.

Con la inauguración en 1891 del dique (construido con piedra, arena y cal hidráulica, y considerado en su momento como el mayor del mundo), el agua comenzó a embalsarse inexorablemente desde finales de 1888. El antiguo Valle de Quisquisacate, con su vida indígena, sus estancias, su capilla y su campo de batalla, fue tragado por el nuevo lago.

Hoy, el embalse es el corazón turístico de Punilla, pero en sus bajantes históricas (como la registrada en 1916), el nivel del agua desciende tanto que permite vislumbrar, por un breve tiempo, el suelo original del valle y revivir la memoria de ese tesoro natural y cultural que yace bajo las aguas.

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