«No puedo permitir que esto que me pasó termine con algo que me apasiona como es dirigir. Claro que estuve preocupado, con algo de temor, pero tuve mucho cuidado, estuve más atento que nunca». Ariel Paniagua (36), el árbitro amateur que hace 19 días recibió una patada criminal que lo dejó inconsciente, en medio de un partido que dirigía en el Club Estación 18 de Avellaneda, volverá a entrar a un campo de juego este sábado para hacer lo que más le gusta: «impartir justicia».
No puede creer todo lo que vivió en menos de tres semanas. Hasta él se pensó cuadripléjico o muerto. «Es que la patada que me dio tranquilamente me pudo haber matado, o dejarme de por vida en una silla de ruedas. Debo reconocer que tuve un Dios aparte y estoy mejor, estoy saliendo, aunque todavía tengo algunos molestias en la cabeza».
Dice que tuvo ayuda médica, psicológica y, sobre todo, la banca incondicional de sus cuatro hijos. «Sin ellos no hubiera salido. Es literal, yo estaba deprimido, en la cama y así estuve varios días. Pero Emiliano y Luana, los más grandes de mis cuatro hijos, me estimularon y me devolvieron a la rutina».
El sábado 15 de julio, Paniagua dirigía La Cortada versus La Juntada, su tercer partido de la primera fecha del campeonato que se disputaba en Estación 18. «Yo había hablado con los capitanes previo al comienzo y estuvo todo bien».
El capitán de La Cortada era Williams Alexander Tapón (24), a quien ya había dirigido días antes en un amistoso. «Tuvimos buena onda, no hubo ningún problema, es más le elogié alguna jugada, él pibe la movía. Pero este partido por los puntos arrancó picado, viste, muy conversado y el número 7 de La Cortada, que no recuerdo su nombre, me empezó a faltar el respeto y el tema se puso insoportable».
Paniagua hace cuatro años que empezó a dirigir y descubrió «una pasión terapéutica impensada», que –repite– lo ayuda a liberar tensiones cotidianas que le deparan su trabajo como limpiavidrios en la altura. «El número 7 dio una patada fuerte y lo amonesté y desde ahí empezamos a discutir».
Aclara que es un árbitro con carácter. «Nunca le falté el respeto, hay testigos. Pero el flaco se zarpó y primero lo advertí, la próxima lo expulsaba. Y así fue. Cuando le saqué la segunda amarilla el ambiente se caldeó… Yo lo miraba a él, que me empujaba y puteaba fuera de sí, pero desde atrás apareció este chico Williams que me trompeó y luego, estando yo en el piso, me pateó la nuca y chau no me acuerdo más nada…».
La Justicia, de oficio porque hasta entonces no había una denuncia realizada, abrió una investigación caratulada «tentativa de homicidio». Ese lunes, poco antes de la medianoche, Williams Tapón fue encontrado cerca de las vías de la estación Gerli, con un tiro en la cabeza. Se había suicidado.
Paniagua no se victimiza, pero repite: «Es algo que pienso seguido… Si el pibe no me pateaba como lo hizo, no pasaba nada y él estaría aquí, entre nosotros. Yo pude haber sido otro Fernando Báez Sosa… Después, los problemas qué el pudiera tener yo los desconocía, pero evidentemente todo lo que pasó conmigo, y cómo se hizo viral, fue el detonante para que tomara la drástica decisión».
«A mi confusión general, esto me hundió. A mí me hicieron mierda, me ensuciaron y me trataron de extorsionador y de que yo lo había empujado a la muerte. Nada de eso, yo lo único que quería era hablar con él, aclarar las cosas pero sobre todo que tuviera un gesto de humanidad. El pibe estuvo a dos centímetros de dejarme bajo tierra», agregó.
Y continúa repasando aquel diálogo: «‘¿No pensaste en llamarme para ver cómo anda y pedirme disculpas?’. A lo que el muchacho me respondió. ‘Uy, es que estaba re caliente y vos nos cobraste todas en contra’. Esa fue su respuesta. Siguió con que yo los había bombeado, jamás registró ni cuestionó su violenta actitud. Nada. ‘Capo, era la primera fecha del torneo, ¿qué ibas a hacer en la cuarta o quinta?‘. Y ahí se terminó, nunca le pedí plata», aseguró.
Sobre unos audios en los que se lo escucha a Paniagua hablando de dinero, él mismo aclara: «Estaba conversando con la gente de la organización del torneo, a quien sí le estaba reclamando que me dejaron medio tirado… Yo no pude cobrar por los cinco partidos que tenía que dirigir, y por lo que me pasó tuve que hacerme cargo de un remís y los medicamentos. Finalmente me terminaron pagando 17.000 pesos pero a partir de que todo esto se hizo masivo».
Reconoce Paniagua que no esperaba una recuperación suya tan rápida. «La verdad es que hace dos semanas estaba encerrado, no quería salir y tenía miedo. De hecho estaba con mis hijos, porque era la primera semana de vacaciones y los tenía adentro de mi casa por temor a que hubiera represalias de la familia del pibe o de sus amigos».
A su malestar general se le sumaba una paranoia que no lo dejaba en paz. «Andá a saber… yo temblaba por si a mis pibes les pasaba algo. Bastante estaban sufriendo ya con la repetición de las imágenes de la patada que se replicaba en todos lados. ‘¿Papi, el que está en el piso y recibe la patada sos vos?’ -le preguntó Ulises, el más chico-. Ya no podía caretearla más y les blanqueé todo».
La terapeuta que lo está atendiendo advierte «un gran progreso y notable fortaleza». El miércoles le brindó una nueva sesión y lo estimuló para el regreso a la actividad. «Me dijo que siga para adelante, que la vida continúa, que a pesar de todo, éste es un trabajo que tiene una adrenalina que me gusta. Y tiene razón».
Con ese espaldarazo dice que saldrá a la cancha con autoridad y determinación. «No me metió más miedo ni me dijo ‘esperá, es muy rápido todavía para volver’, al contrario. Y yo me siento bien, estoy volviendo a hacer el de antes, me tengo más confianza, ya camino por la calle con tranquilidad y en mi trabajo como limpiavidrios ya estoy laburando a pleno».
Paniagua empezará a escribir su nueva historia como árbitro amateur en un club en Sarandí, convocado por un organizador que trabaja en la AFA. «‘¿Te animás a volver? Hay seguridad y mejores aranceles’ –lo tentaron–. Y no lo dudé. Por partido como árbitro cobraré 4.500 pesos y 2.500 por ser juez de línea«.
Casi al pasar desliza que se enteró de otra agresión que hubo a un árbitro en un torneo en Entre Ríos el último fin de semana. «¿Viste que le tiraron agua caliente en la cara al pobre tipo? -consulta-. Cuando lo vi, estaba con mis hijos y apagué la tele, no quería saber nada. Sólo supe que el colega estaba bien, pero en qué locura estamos viviendo».
No le escapa al bulto y asume el temor al estar tan expuesto a la violencia reinante. «Vivimos en una jungla y el fútbol está siendo el espacio en el que se descarga toda la mierda que venimos tragando todos estos años. Pobre fútbol, un deporte tan hermoso, que tiene que soportar tantos salvajes e inadaptados. Y esto que pasa en el amateurismo se ve también en ligas profesionales y cada vez más seguido».
MG