21 abril, 2025

El paso por Córdoba, el silencio que forjó a Bergoglio como futuro Papa Francisco

En las calles silenciosas de la Manzana Jesuítica -patrimonio mundial declarado por la UNESCO-, el futuro Papa Francisco encontró el camino de la misericordia, tras una feroz interna en la Compañía de Jesús, que provocó que los sacerdotes bergoglianos perdieran posiciones en el Colegio Máximo.

“Lo veíamos pasar siempre con una bolsa de pan. Se detenía a hablar con todos, pero sin llamar atención. Parecía un cura más… pero había algo distinto en él”, recuerda el testimonio de un habitante por aquella época de la Compañía de Jesús.

“En esta pieza de 8 metros cuadrados, Bergoglio pasaba horas escribiendo y rezando. Aquí redactó reflexiones clave sobre la Iglesia ‘herida y samaritana’, semillas de su encíclica Fratelli Tutti.

“En esos años, Bergoglio consolidó su idea de una Iglesia ‘en salida’, aprendiendo de los gestos cotidianos más que de los discursos”. 

En la habitación número 5 de la Residencia Mayor, Bergoglio escribió “Reflexiones en esperanza” y “Corrupción y pecado”, texto inspirado en el caso María Soledad Morales, asesinada en Catamarca, que editaría en 1993.

Bergoglio llegó a la residencia Mayor de Córdoba en junio de 1990 y el laico Ricardo Spinassi, empleado de la Compañía, lo recibió.

“Llegó con una valija chica, con muy poca ropa. Dijo que lo habían designado en la Residencia Mayor y nada más. Vivíamos con veintiún curas ancianos, de los cuales cuatro estaban postrados. Bergoglio me ayudaba a cambiarlos, porque se hacían pis y caca. Les gustaba bañarlos a primera hora, a las seis de la mañana ya tenerlos limpitos, con las sábanas cambiadas. Él lavaba las sábanas”, relató al periodista Marcelo Larraquy.

Y continúa: “Después les dábamos té, los remedios, y de 6 a 7 dábamos mate cocido a los pobres que golpeaban la puerta de Caseros 141. Primero vino uno, después dos o tres, y después cada mañana se armaba una cola larga. Dábamos mate cocido y pan. Una vez los contamos. Eran 108”.

Spinassi rememora: “Él eligió la habitación número cinco. La tenía siempre limpita. Le pasaba el lampazo por el piso. Tenía un escritorio de vidrio con un crucifijo de la Compañía de Jesús al medio, una foto de San José, Santa Teresa, y un frasquito, como un salerito, donde guardaba las cenizas de una mujer de Japón, que su marido le había dado, y le rezaba y le pedía a ella por el alma de todos. También tenía un frasco de agua bendita. Y una máquina de escribir. En la habitación había un ropero con muy poquita ropa, donde guardaba el sobretodo azul oscuro que usaba todos los días, aunque hiciera calor, y dos pantalones gastados que no se dejaba planchar”.

La habitación de Bergoglio

“Se planchaba hasta las medias. Salía poco, a veces a dar alguna vuelta manzana, o a visitar a un sobrino que tenía. Odiaba el taxi. Siempre se movía en colectivo. También conversaba con Selva Tissera, que era la médica de todos los curas. Decía la misa a la mañana, dormía 15 minutos de siesta, y después confesaba gente. Pasaba muchas horas en la Capilla Doméstica, con una imagen de San José, orando. Estaba muy pegado a Dios y a San José”, indicó Carlos Spinassi. 

“Un día, de repente, nos avisó que creía que iba a ser designado obispo y se fue. Fue la última vez que lo vi. Me acuerdo que lloré. Lo queríamos mucho. Para mí no era un sacerdote, era un padre-hermano. Después su habitación la dejaron como depósito y ahora es un museo”, describió el vivo recuerdo de aquella sentida partida. 

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