Jésica Rodríguez.
Que le quiten lo bailao. Un pisazo en la Plaza de España de Madrid que cuesta casi 3.000 euros al mes y que disfrutó durante mucho tiempo. Viajes, trabajos ficticios en empresa públicas, mil quinientos euros al día cuando salía al extranjero, buenos hoteles y el seguramente verbo florido de José Luis Ábalos cada día a la caída de la tarde. Un Ábalos entonces todopoderoso dirigente del PSOE y ministro que tal vez, imaginamos, llegaba al nidito al final de una dura jornada con un ramo de flores y un Benjamín de cava para celebrar la cotidianeidad con vistas a la Gran Vía. También hay existencias con vistas a la gran vida. Jésica Rodríguez. Con veinte años. Estudiaba Odontología. Y un buen día, Ábalos le dijo que era ya mayorcita, mayorcita, para seguir compartiendo piso. Y se mudó. Y a su barco lo llamó Libertad.
Ella declaró recientemente en el Supremo junto a otras personas, entre ellas varios empresarios, en el que se ha dado en llamar caso Koldo, que empezó como un fraude en la compraventa de mascarillas y va camino de un escandalazo mayúsculo con el que se podría hacer una serie de televisión. O dos. Un informe de la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil afirmó que la joven, que presuntamente salió de un catálogo de chicas que cobraban por hacer compañía, sería una pieza clave en el caso Koldo. En el caso Koldo y en la vida de Ábalos, que a lo que se ve, como en esas viejas películas (que en realidad son la misma realidad que ahora) le insistía con la cantinela esa de que iba a dejar a su mujer. No la dejaba. Pero ella, Jésica, estaba segura de que la relación era sólida y ‘monógama’.
Con el paso del tiempo, y tal vez con el decaimiento de la pasión, a la chica se le fue rebajando el dineral que cobraba por día de acompañamiento. Y la largaron de las empresas públicas en las que presuntamente fue contratada. Hay gente a la que no le pasa nada en la vida y gente que a los veinte años ya sabe cómo son las empresas, cómo se marchita el amor, qué se estudia en Odontología, cómo se vive en el Centro de Madrid y cómo pasas de ser la favorita a una más. Se tiñó de moreno.
Decir que ella no tiene culpa de nada -que tal vez sea así- sería como negar que hombres y mujeres son iguales: pueden ser igual de aprovechados. Igual de buenos e igual de malos. Puede que sea una víctima colateral, aunque para los que tengan dificultades a la hora de calificar a Jésica está la opinión -no exactamente compartible- de Cayetana Álvarez de Toledo: “Entre todos hemos pagado las putas de Ábalos”. Se lo espetó a Félix Bolaños en el Congreso. Muy fina. Bolaños se quedó con esa cara de niño que no sabe que ha terminado el recreo
Cuca Gamarra también abundó en la sororidad: no con adjetivación tan cultista pero sí con un fondo argumental parecido. Las fulanas siempre son las de otros. Dijo: “Qué hipocresía, Sánchez prometió un Gobierno feminista y tuvimos en nómina a la prostituta de un ministro”. Uno esperaba que al decir “qué hipocresía” se rasgara con gesto airado las vestiduras, pero recogió sus folios del atril, como con un gesto de agradecimiento a quien le escribe las cositas y se marchó a otro follón.
El caso Koldo, el caso Ábalos, da bastante asquito y es reprobable y ya tal vez como escudo, no nos quede el asombro y sí el pasmo. Me pregunto quién vivirá ahora en el piso de la Gran Vía, quién mirará por sus ventanas. Si imaginará qué vidas se han vivido ahí. Es como cuando uno se instala en la habitación de un hotel y se pregunta qué habrá hecho quién hace unas horas, unos días o unas semanas. Jésica está en apuros después de llevar una vida sin apuros. No sabemos si es una víctima del sistema, una lista o una víctima de Ábalos o de la especulación inmobiliaria. Un catálogo de posibilidades.