Museos y monumentos abiertos hasta el amanecer, danza contemporánea en un edificio singular, visitas nocturnas teatralizadas en un yacimiento que esconde una ciudad palatina, poesía recitada a pie de taberna, cante y baile flamenco junto al Templo Romano, reivindicación artística feminista y música de distintos géneros en escenarios soñados.
Esas son algunas de las propuestas con las que se toparon las miles de personas, entre cordobeses y visitantes, que este sábado se lanzaron a la calle para olvidarse del calor y embelesarse con la cultura. La noche empezó en realidad al mediodía en la taberna Fuenseca, donde cinco jóvenes poetas: Marcela Muñoz, Beta Doe, Victoria García, Alejandro Castro y Carmen Pérez Cuello, ofrecieron un recital al público asistente. Ellos encendieron la mecha aunque no fue hasta más tarde, con las temperaturas más pausadas, cuando la Noche del Patrimonio empezó a tomar forma.
Espectáculo junto al Templo Romano de Córdoba durante la Noche del Patrimonio. / Manuel Murillo
Las alhajas más valiosas
Las ciudades españolas Patrimonio Mundial estaban convocadas a exhibir sus alhajas más valiosas, adornadas con música, danza, poesía y arte y Córdoba regaló una noche mágica. Y es que juega con ventaja. No solo tiene cuatro patrimonios de la humanidad (casco histórico, Mezquita-Catedral, Medina Azahara y Fiesta de los Patios) sino la suerte de ser una ciudad de tamaño razonable, que concentra en uno de los cascos históricos más grandes de Europa gran parte de sus joyas. Quizás por eso no hay que hacer grandes esfuerzos ni largas caminatas para disfrutar de su patrimonio.
Muchos cordobeses aprovecharon la ocasión para visitar algún monumento que tenían pendiente o para ver los museos de Córdoba con otra luz. Llama la atención ver cómo en días como este los locales están dispuestos a hacer cola para ver espacios que podrían ver cualquier otro día con total tranquilidad. «Somos lo peor, no hemos venido nunca al museo de Julio Romero y aquí estamos hoy porque han venido unos amigos que querían verlo», confesaba María, una cordobesa que anoche vio por primera vez en vivo el cuadro de La chiquita piconera. La visita a la Mezquita-Catedral fue otro de los hits de la noche. Abrió a las 20.30 horas de forma gratuita y desde ese momento, fue un hervidero de gente, unos para verla con prisas y otros para verla con pausa. Junto a la puerta de Santa Catalina, la sempiterna cola del bar Santos, cuya tortilla hace tiempo que dejó de ser patrimonio de los cordobeses.
Concierto durante la Noche del Patrimonio de Córdoba. / Manuel Murillo
Deambular y que la noche te sorprenda
En esta noche, el mejor plan suele ser no tener plan para poder deambular por las calles estrechas de la Judería y la Axerquía a sabiendas de que al doblar cualquier esquina habrá alguna sorpresa. «Hemos salido a pasear y hemos visto muchas cosas», confesaron Javier y Carmen, una pareja del barrio de la Fuensanta. «Hemos estado en el Compás de San Francisco para ver el espectáculo de la compañía Argot Flamenco y ahora vamos al Museo Arqueológico porque nos han dicho que hay un cantaor», explicaron. Y tanto que lo había, Jesús Corbacho para más señas, ganador de la Lámpara Minera 2024, que junto a la guitarra de Juan Campallo.
El flamenco, declarado también Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, fue una de las bandas sonoras de la noche en todas sus formas. Aunque no fue la única. En el Museo de Bellas Artes, el instrumento protagonista no fue la guitarra sino la clave y la viola de Rami Alqhai y Javier Núñez, con motivo del concierto Danzas y melodías de la Spagna Antigua.
Una familia se fotografía en la Mezquita-Catedral de Córdoba durante la Noche del Patrimonio. / Manuel Murillo
Entre espectáculo y espectáculo, el que más y la que menos buscó el momento para la parada obligada de hidratación y ahí es donde la noche les confundió. «Íbamos muy bien, empezamos en Capitulares viendo el grupo que estaba cantando al lado del templo romano (a saber: Verónica Moyano al cante, Miguel Aguilera a la guitarra, Daniel Morales a la percusión y Jorge del Pino en el baile) y nos ha encantado, pero nos hemos encontrado con unos amigos y ya no sé si vamos a bajar a Orive», confesaron unas jóvenes desde una terraza próxima. No eran las únicas que eligieron esta opción a juzgar por el aforo lleno de los bares, que aprovecharon el tirón y la sed de una noche más propia de agosto que de septiembre.
Los bares aprovecharon el tirón y la sed de una noche más propia de agosto que de septiembre
La actividad se concentró en el Centro, pero también hubo propuestas fuera. En Medina Azahara, solo los más previsores consiguieron reservar alguna de las 60 plazas disponibles para asistir a las visitas teatralizadas nocturnas que ofreció el conjunto arqueológico.
El entorno de Orive fue uno de los puntos claves este año. La musa del patrimonio fue una de las propuestas con más tirón, encabezada por Clara Gómez Campos y Almudena Castillejo aunque secundada por una veintena de artistas cordobesas más. Con el lema Soy mi propia musa, título de un proyecto iniciado hace tres años, reivindicaron la visibilización de las mujeres en el arte no solo como fuente de inspiración sino como autoras, después de siglos en los que la mujer ha sido habitante silenciosa de galerías y museos. «En las facultades de arte somos más del 80%, pero en ARCO solo el 35% y en las galerías un 25%», destacó Clara. «Hemos venido a ocupar Orive», aseguró Almudena, antes de explicar el sentido de las obras expuestas, vestidas de amarillo y negro, «unos colores que se vinculan en la Naturaleza al peligro y que aquí simbolizan el miedo que han despertado las mujeres en el arte, consideradas un peligro en muchas ocasiones». También hubo ocasión de asistir a la presentación de un documental sobre el proyecto creativo de Ana Díaz Reyes y un cuento creado expresamente para esta noche por Lupe R. Laguna.
Una hora después, la sala Orive acogía el espectáculo de danza contemporánea Maja y bastarda, una propuesta cuando menos arriesgada en la que la bailarina y coreógrafa granadina Laila Tafur intentó zarandear al público haciendo un extraño cocktail de bailes en los que mezcló el flamenco con posturas e imágenes poco convencionales. Atraído quizás por el título del montaje, el público hizo cola para asistir a la función y hubo varias decenas de personas que se quedaron en la puerta. El arte es así. Y para gustos los colores.
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