28 julio, 2025

La escuela que soñó un pueblo llamado Carlos Paz

«En la historia de las ciudades, las escuelas suelen ser una consecuencia de su crecimiento. En Villa Carlos Paz, la lógica se invirtió de forma extraordinaria»; así comienza el riguroso informe elaborado por los escritores Aldo Parfeniuk y Edgardo Tántera que fuera publicado en 2011, al cumplirse 100 años de aquel sueño pedagógico: la escuela Carlos Paz. 

El origen fue un plano para una pizarra, y en eso, coinciden ambos historiadores y vecinos carlospacenses de dilatada trayectoria. La historia oficial comenzó el 13 de octubre de 1911, cuando un acta provincial dejó constancia de la donación de un terreno por parte del estanciero Carlos Nicandro Paz para levantar un edificio escolar. Sin embargo, el verdadero germen había brotado tres años antes, en 1908. En ese entonces, Carlos Paz , preocupado por la instrucción de sus propios hijos y los de la región, contrató a una maestra particular, Waldina Pellerin, quien comenzó a dar clases a 39 alumnos en una casa alquilada a la familia Vaccarini.

Ese deseo del matrimonio Paz-Avanzatto de formalizar la donación a la Provincia se topó con un requisito burocrático que cambiaría la historia: la escuela necesitaba un plano de ubicación dentro de un trazado poblacional.

No se podía construir una escuela en medio de la nada. Fue esa “obligación” la que impulsó a Paz, a encomendar al ingeniero Manuel Indarte la delineación de un pueblo a ambas márgenes del río San Antonio. Entre 1907 y 1910, Indarte dibujó las primeras calles de una villa que nacía para darle un lugar en el mundo a su escuela. Podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que Carlos Paz fue planificada para que sus niños tuvieran un lugar donde aprender.

Aquel plano, aprobado finalmente el 6 de noviembre de 1913, se convirtió en la fecha fundacional de la ciudad, un testimonio indeleble de que, en nuestro origen, la educación no fue un pilar más, sino la piedra fundamental.

facsimil de imágenes históricas.

Ladrillos, sacrificios y una campana

Los comienzos, como en toda gesta, estuvieron marcados por el sacrificio. A principios de 1912, el sueño del matrimonio Paz se materializó en un modesto edificio de “tercera categoría”: dos aulas, un cuerpo de baños y una galería, con un molino de viento cercano que garantizaba el agua potable. Ese núcleo histórico, hoy declarado Patrimonio Cultural, todavía conserva la campana cuyo tañido marcó el ritmo de la infancia de miles de carlospacenses.

En marzo de ese año, las clases comenzaron formalmente. Dieciocho varones por la mañana y veintidós mujeres por la tarde inauguraron los primeros y segundos grados. Entre ellos se contaban los hijos del fundador y los de los peones y puesteros de la estancia, niños de apellido Pedernera, Charras o Capdevila, cuyos destinos comenzaron a entrelazarse en esas aulas pioneras.

A la primera maestra, Waldina Pellerin, le sucedieron nombres que son parte del bronce de nuestra historia educativa: Ana Juárez de Segura, María Felisa Ferreyra y la recordada Isidora Castro Sarmiento de Vergara, quien dirigió la institución durante quince años cruciales.

facsimil de imágenes históricas.

El motor del progreso: maestras y cooperadoras

Si los cimientos de la escuela fueron de ladrillo, sus paredes y su alma se construyeron con la voluntad inquebrantable de sus docentes y cooperadores. La llegada de la directora Alcira Carande Carro en 1937, y luego de su hermano Pedro, marcó una era de crecimiento exponencial. Pero ese crecimiento hubiera sido imposible sin el motor incansable de la Asociación Cooperadora.

Tras la presidencia fundacional de Margarita Avanzatto, tomó la posta una figura paradigmática de la generosidad y el trabajo comunitario: Eustasia Anita Infante Díaz de Carena. Su hija Olga la recordaba moviéndose por los polvorientos senderos de San Antonio, El Pantanillo o La Cuesta, convenciendo a las familias de la importancia de la educación. Su lema era “a Dios rogando y con el mazo dando”, y su obra lo demostró. La Cooperadora, bajo su liderazgo, llegó a pagar el viaje en ómnibus a todos los alumnos de los barrios más apartados, derribando el muro del aislamiento y haciendo del saber un derecho accesible para todos.

Gracias a ese esfuerzo colectivo, se construyeron nuevas aulas, galerías y se cubrió el patio central, transformando aquella humilde escuela de campo en el imponente edificio que hoy conocemos.

El salón de actos de la Villa

La escuela “Carlos N. Paz” fue siempre mucho más que una escuela. Fue el verdadero centro cívico y social de la villa. Sus instalaciones albergaron incontables actos comunitarios, fiestas y reuniones. Las fiestas patrias eran acontecimientos inolvidables: los vecinos despertaban con las bombas de estruendo de don Bernardo D’Elía y desfilaban con sus guardapolvos blancos por la arteria principal, para luego recibir el chocolate caliente en la escuela.

El Cincuentenario, en 1961, y las Bodas de Diamante, en 1986, fueron celebraciones que convocaron a toda la comunidad, uniendo a generaciones de exalumnos y docentes en un abrazo cargado de recuerdos y gratitud. Eran épocas de un ritmo más lento, de una niñez sin internet ni celulares, donde la mayor alegría era jugar a la “María visca” bajo el gran eucalipto del patio o llevarle el portafolios a esas maestras que llegaban desde Córdoba y que eran, en verdad, “segundas madres”.

Madre de instituciones

Fiel a su rol fundacional, la escuela “Carlos N. Paz” se convirtió en una verdadera “madre de instituciones”. En su seno nacieron proyectos que hoy son pilares de nuestra comunidad. El 9 de abril de 1951, en una de sus aulas, comenzó a funcionar el Jardín de Infantes “Manuel Belgrano”. Diez años después, el 24 de marzo de 1961, se inauguró la Escuela Profesional que, con el tiempo, daría origen al prestigioso Instituto Remedios Escalada de San Martín (IRESM). Más recientemente, hace 25 años, sus instalaciones acogieron el nacimiento del CENMA 127 para adultos.

La escuela nunca dejó de dar. Su historia es un relato de crecimiento constante, de puertas abiertas y de un compromiso inalterable con el futuro. Hoy, con casi 1200 alumnos, sigue siendo un faro en el centro de la ciudad que ayudó a nacer. Su legado no está solo en las paredes de su edificio histórico, sino en la trayectoria de cada una de las instituciones que amparó y en la vida de cada ciudadano que, en sus aulas, aprendió a leer, a escribir y, sobre todo, a soñar.

Últimas Noticias
NOTICIAS RELACIONADAS