Nagib Hussein es incapaz de olvidar aquella noche. “Era una noche fría de los últimos días de invierno”, relata. En la oscuridad, huyeron. “Nos marchamos así, solo con nuestra ropa, sin nada”, rememora. “Abandonamos el campamento de Nur Shams [en la ciudad palestina de Tulkarem, al norte de la Cisjordania ocupada] la noche que mataron a dos mujeres jóvenes, una de las cuales estaba embarazada, y ahora, todos estamos indefensos, nos hemos dispersado, hemos sido desplazados”, reconoce a este diario desde su nuevo refugio. La historia de los Hussein es la de centenares de familias más desde hace medio año. El pasado 21 de enero el Ejército israelí inició la operación militar Muro de Hierro que ha desplazado a más de 40.000 palestinos.
Cuando emprendieron la marcha hasta la aldea vecina, Hussein insiste: “No llevamos armas ni nada, solo nuestra ropa y a nuestros hijos”. Su mujer estaba embarazada, como también lo estaba Sundus Shalabi, asesinada aquel fatídico 9 de febrero. Durante su desplazamiento, los Hussein dieron la bienvenida a sus gemelas. Aquella madrugada de invierno las tropas israelíes impidieron el acceso de los servicios sanitarios al campo, provocando que el feto en el vientre de Sundus muriera con ella. Al principio, la mayoría de los desplazados se alojaban en salones de bodas, mezquitas, o residencias compartidas sin privacidad. Los Hussein lograron alquilar una casa, aunque las primeras semanas vivieron sin nada. Su hogar temporal estaba igual de vacío que el campo que fueron forzados a abandonar.
Funeral por un joven muerto durante una incursión militar israelí en Al Mughayyir, cerca de la ciudad cisjordana de Ramala. / ALAA BADARNEH / EFE
Campaña más prolongada y destructiva
Unas decenas de kilómetros más al norte, el vacío también domina el campo de refugiados de Yenín. “[Los soldados israelíes] nos obligaron a marcharnos y en el campamento no quedó nadie”, constata Karim Saad, un padre de familia originario del campo. Ahora, desde una aldea adyacente, confiesa con pena que las tropas les impiden entrar al campo. “No nos llevamos nuestras pertenencias, nos lo impidieron estrictamente y abrieron fuego contra la gente, por lo que huimos rápidamente para salvar la vida“, cuenta a este diario. Ni Karim ni Nagib saben cuándo podrán volver a sus casas. No se atreven a preguntarse si algún día les dejarán retornar ni tampoco si su hogar seguirá ahí como lo dejaron.
La operación Muro de Hierro ya es la campaña militar israelí más prolongada y destructiva en Cisjordania en más de dos décadas. Su inicio coincidió con la entrada en vigor del alto el fuego en Gaza dos días antes. Esa misma tregua que Israel dinamitó dos meses más tarde y que se mantiene elusiva hasta el día de hoy. El Ejército israelí ha declarado que los objetivos de esta operación militar son preservar su “libertad de acción” en Cisjordania, neutralizar la infraestructura militante y eliminar las amenazas inminentes en referencia a los grupos de resistencia armada presentes en los campos que el primer ministro israelí, Binyamín Netanyahu, alega que son apoyados por Irán.
Replicar Gaza
Durante estos seis meses, las fuerzas israelíes han causado tal destrucción en estos campos y zonas urbanas adyacentes que los residentes han descrito sus barrios como “mini-Gazas”. Decenas de personas han muerto, centenares han sido arrestadas y unas 40.000 personas han sido obligadas a abandonar sus casas, quedándose sin hogar. Se trata del mayor desplazamiento de palestinos en Cisjordania desde el inicio de la ocupación en 1967. A su inicio, el ministro de Defensa, Israel Katz, afirmó que Israel aplicaría la lección de las repetidas incursiones en Gaza al campo de refugiados de Yenín.
Nuevo asentamiento de colonos israelíes en las afueras de la ciudad cisjordana de Atara. / NASSER NASSER / AP
Al mes siguiente, el ministro de Finanzas, el colono ultraderechista Bezalel Smotrich, se jactó de que “Tulkarem y Yenín se parecerán a Jabalia y Shujaya; Nablus y Ramala se parecerán a Rafah y Jan Yunis”, equiparando los campos de refugiados de Cisjordania con las zonas de Gaza devastadas por los bombardeos y las ofensivas terrestres israelíes. “También se convertirán en ruinas inhabitables y sus residentes se verán obligados a emigrar y buscar una nueva vida en otros países“, afirmó Smotrich, que también controla gran parte de la administración de Cisjordania. Katz ha ordenado a sus tropas que se preparen para “una estancia prolongada” en los campos de refugiados de los territorios palestinos ocupados.
“Regresaremos y reconstruiremos”
“Nos encontramos ante una crisis humanitaria activa y nos preocupa que las necesidades humanitarias continúen escalando”, denuncia Salwa Abu Ghali, supervisora de Promoción de la Salud de Médicos sin Fronteras en Yenín. Ella misma es una refugiada del campo de Yenín. “Antes de esta operación, los residentes nos decían que tenían miedo de que les sucediera lo mismo que en Gaza, y les sucedió como en Gaza, pero no imaginaban el impacto como el que sufren ahora ni en apenas unos cuantos meses”, cuenta a EL PERIÓDICO. Desde el 7 de octubre de 2023, los equipos médicos también han sufrido el fuego israelí, además de los bloqueos al ejercicio de su trabajo.
Tanques y soldados israelíes en el campo de refugiados de Yenín. / MAJDI MOHAMMED / AP
Todo este contexto dificulta el acceso a la atención médica para miles de personas. “La violencia de los colonos afecta la capacidad de la gente para moverse de un lugar a otro en busca de atención médica”, constata Abu Ghali por teléfono. “Además, hay puestos de control que restringen sus movimientos”, añade. A parte de los desplazamientos forzados masivos de los últimos meses, las redadas israelíes en toda la Cisjordania ocupada y los ataques de los colonos han matado a al menos 964 palestinos desde el 7 de octubre de 2023. Además, Israel también llevó a cabo alrededor de 2.907 demoliciones de viviendas durante el mismo período.
Pero eso nunca ha detenido al pueblo palestino. “Tenemos la intención de regresar, por supuesto, tan pronto como se realice la retirada”, defiende Hussein, convencido, en notas de voz a este diario. “Nuestros hogares están destruidos, han sufrido grandes daños y algunos han desaparecido por completo, pero eso no es un problema”, añade. “Regresaremos y reconstruiremos el campo, porque es el único testigo de que somos refugiados”, explica este nieto de refugiados. “Aunque viva en el campamento de Nur Shams, yo soy de Haifa [actualmente al norte de Israel], mi abuelo y mi abuela vinieron de allí en 1948, así que el único testigo y la única evidencia de que fuimos desplazados en 1948 es la existencia del campamento”, señala, fantaseando con el retorno.
Suscríbete para seguir leyendo