23 abril, 2025

Papa Francisco: llorarlo es poco

La muerte del Papa Francisco marca el fin de una era para la Iglesia Católica y el mundo entero. Su pontificado, iniciado en 2013, no solo transformó la percepción de la institución eclesiástica, sino que también dejó una huella imborrable en la esfera global como defensor de los marginados, mediador en conflictos internacionales y símbolo de sencillez y apertura. Francisco, “el Papa del fin del mundo”, llevó consigo la sensibilidad de Latinoamérica, una región marcada por desigualdades y luchas sociales, proyectando un mensaje universal de paz, esperanza, inclusión y justicia social.

Desde el momento en que eligió el nombre de Francisco, en honor a San Francisco de Asís, el Papa dejó claro que su liderazgo estaría guiado por la humildad y el servicio. Renunció a los lujos tradicionales del Vaticano, optando por residir en la sencilla Casa Santa Marta en lugar del Palacio Apostólico, y prefirió un vehículo modesto antes que los ostentosos papamóviles. Esta austeridad no fue mera pose, sino un reflejo de su compromiso con los más pobres, a quienes consideraba el corazón de su misión. Sus gestos, como lavar los pies de los presos, refugiados y enfermos, o compartir comidas con personas sin hogar, resonaron como un recordatorio de que la fe debe traducirse en actos concretos de amor y solidaridad.

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Francisco se convirtió en un faro de esperanza para los inmigrantes, los pobres y los excluidos. Su mensaje resonó con fuerza en un mundo fracturado por crisis migratorias y desigualdad económica. En 2013, visitó la isla de Lampedusa, epicentro de la tragedia migratoria en el Mediterráneo, donde llamó a la comunidad internacional a no ser indiferente ante el sufrimiento de quienes buscan una vida mejor. Su encíclica Fratelli Tutti (2020) abogó por una fraternidad universal que trascienda fronteras, razas y clases sociales, condenando el individualismo y el nacionalismo excluyente. Para los pobres, Francisco fue más que un líder espiritual; fue un defensor incansable que desafió a los poderosos a priorizar a los más vulnerables. Sus críticas al capitalismo desenfrenado y su defensa de la justicia social lo posicionaron como un profético en un mundo a menudo sordo a las necesidades de los marginados.

El Papa Francisco rompió barreras dentro y fuera de la Iglesia al promover un diálogo inclusivo. Su apertura hacia personas de otras religiones, ateos y comunidades marginadas, como la comunidad LGBTQ+, marcó un cambio radical en el tono del Vaticano. Sin alterar la doctrina, Francisco enfatizó la misericordia sobre el juicio, recordando que “la Iglesia no es un club de perfectos, sino un hospital de pecadores”. Su histórica reunión con el Gran Imán de Al-Azhar en 2019 y la firma del Documento sobre la Fraternidad Humana consolidaron su compromiso con el entendimiento interreligioso, sentando bases para la coexistencia pacífica en un mundo polarizado y repleto de grietas.

El rol de Francisco como mediador en conflictos internacionales fue otro pilar de su legado. Su diplomacia silenciosa pero efectiva contribuyó a hitos como el restablecimiento de relaciones entre Estados Unidos y Cuba en 2014, un proceso en el que el Vaticano jugó un papel clave. En 2019, su intervención en Sudán del Sur, cuando besó los pies de los líderes enfrentados, simbolizó su compromiso con la paz incluso en los contextos más complejos. Francisco también alzó su voz contra la guerra, condenando conflictos en Ucrania, Siria y Gaza, y abogando por un desarme global. También abordó la crisis climática y vinculó la degradación ambiental con los conflictos y la pobreza, urgiendo a la humanidad a actuar colectivamente.

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El pontificado de Francisco no estuvo exento de críticas. Algunos sectores conservadores dentro de la Iglesia lo acusaron de diluir la doctrina, mientras que otros cuestionaron su capacidad de reformar estructuralmente el Vaticano. Sin embargo, su impacto trasciende estas controversias. Francisco redefinió el papado como una misión de servicio, no de poder, y acercó la Iglesia a las periferias del mundo. Su énfasis en la “cultura del encuentro” inspiró a millones a construir puentes en lugar de muros, y su defensa de los derechos humanos y la dignidad de cada persona resonará por generaciones.

La muerte de Francisco deja un vacío en un mundo que aún enfrenta profundas divisiones y desafíos. Sin embargo, su legado perdurará como un llamado a la acción: vivr con sencillez, abrazar a los excluidos, buscar la paz y proteger nuestra “casa común”. En un tiempo de incertidumbre, el Papa Francisco fue un verdadero faro de esperanza, que proponía al amor, la sensibilidad y la justicia social como las fuerzas más importantes para mejorar el mundo. El mundo lamenta la partida de un líder religioso, político y social que dejó profundas huellas en la humanidad. Llorarlo es poco; mejor sería intentar continuar su inmensa obra.

* Analista internacional, profesor universitario, autor de “Grietas y Pandemia” y “Postales del Siglo 21”.

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