Pedro Sánchez paró los pies a Junts a riesgo de exhibir su inestabilidad y la disolución de una endeble mayoría que le reeligió como presidente del Gobierno. Y Carles Puigdemont consumó su amenaza a riesgo de ser señalado por pensionistas y usuarios del transporte público por tumbar junto al PP la revalorización de las pensiones, las bonificaciones del transporte público, las ayudas a los afectados por la dana y la suspensión de los desahucios a familias vulnerables. Los dos antepusieron el tacticismo y optaron por aguantarse el pulso.
Lo vivido el miércoles en el Congreso de los Diputados todavía colea y el Gobierno deja que Junts y el PP se quemen al no aprobar las medidas de urgencia para que sean convalidadas una por una. La situación se enquista entre el crédito de Puigdemont y la necesidad de Sánchez. El primero podía evitar el fin de unas medidas que su partido dice compartir y el segundo podía asumir que no puede llevar a la Cámara un decreto convertido en un cajón de sastre. Ninguno de los dos cedió y los sindicatos se citan en las calles el próximo fin de semana.
La lección para el PSOE es que Junts no es CiU, y que Puigdemont no es Artur Mas ni Jordi Pujol. Lo que reclama el expresident es un reconocimiento político -y personal- que implica una nueva forma de relacionarse. La lección para Junts es que la táctica no puede pasar por delante de la estrategia y que la pataleta termina en cuanto se constata que dar por rotas las relaciones con los socialistas implica el fin del recorrido de Puigdemont como presunto jefe de la oposición desde Catalunya-Waterloo. Los dos líderes están unidos por una dependencia política y aritmética que les impide romper definitivamente.
Los posconvergentes han asumido que no están ‘cobrando por avanzado’ y que Sánchez no se presta al negocio ‘pieza a pieza’. No les interesa ser vistos como socios de Sánchez, pero sí les preocupa su estabilidad porque es la que sustenta su eslogan en Catalunya. Si Junts rompe con el Gobierno, el PSOE dejará de sentirse atado al cumplimiento de los acuerdos ya suscritos, lo que implicaría que Junts habría investido al presidente del Gobierno solo a cambio de una amnistía que no llega ni para su líder. Pero no solo eso: podría interpretarse que el poder de negociación de Junts no era tanto, y que Puigdemont ha batallado en beneficio de su supervivencia política -contra la normalización que pregona Salvador Illa, pero anclado en lo que fue el ‘procés’-, sin triunfos palpables para los catalanes más allá del poder del relato épico que le caracteriza.
Si Junts se propone una ruptura definitiva y creíble, solo tiene dos opciones: levantarse de la mesa con mediador en Suiza -algo a lo que difícilmente renunciará, teniendo en cuenta que legitima a Puigdemont como interlocutor– o sumar sus votos a los del PP y Vox para una moción de censura -algo descartado ya por activa y por pasiva-.
El PSOE y Junts no han suspendido las negociaciones sectoriales como anunció Puigdemont, siguen conversando en Suiza para buscar una solución al complejo traspaso de las competencias en inmigración y analizando cómo aplicar la “amnistía política” que el expresident reclama. El termómetro al estado de las conversaciones será la admisión a trámite de la propuesta de Puigdemont en la que reclama una cuestión de confianza al presidente del Gobierno.
Pero Sánchez no se prestará a este tiro al pie ni a una fotografía con el expresident si no es para atar un proyecto de calado como lo son los presupuestos, y antes deberá allanar el terreno con concesiones como el incremento de la presencia de los Mossos d’Esquadra en puertos y aeropuertos u otorgarle el escolta al exjefe del Govern, que ERC ya encarriló con el ministro Fernando Grande-Marlaska cuando ostentaba la presidencia de la Generalitat.
La estrategia de Junts no pasa por forzar la ingobernabilidad, sino por obtener un triunfo en cada votación; ser más exigentes y confrontativos que Esquerra. Y una ruptura entre Puigdemont y Sánchez dejaría margen a Junqueras para entrar con fuerza en la ecuación y asumir este rol. Si bien ERC prefiere no amagar con dejar caer al Gobierno para no dar aire a PP y Vox, el reelegido presidente republicano puede sentar las bases de una nueva relación con los socialistas, como le reclaman los críticos. No es baladí que Junqueras tenga más interés en fotografiarse con Sánchez que con Illa.