Los sellos negros en los alimentos ya son un ingrediente más en las góndolas de Argentina.
A casi dos años de esta vistosa presencia en los paquetes, el Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA, junto al Centro de Estudios sobre Políticas y Economía de la Alimentación (CEPEA) y la carrera de Licenciatura en Nutrición de la UCA, hicieron un balance de los posibles efectos «reales» de la implementación del etiquetado frontal, al que tuvo acceso Clarín.
¿Qué pasó con eso «adentro» de los paquetes?
En el informe se sintetizaron cuatro estudios para dilucidar lo que se sabe hasta ahora tras la implementación en 2022 de la Ley 27.642 de Promoción de la Alimentación Saludable. De hecho, uno de los estudios fue financiado por el Ministerio de Salud de la Nación y presentado ante la Dirección de Investigación en Salud.
Con todos los plazos de adecuación vencidos, si tienen que estar, ya están todos los octógonos de «exceso en azúcares», «exceso en grasas», «exceso en grasas saturadas», «exceso en sodio» y «exceso en calorías». ¿Qué hacen los consumidores con esas advertencias?
En el balance se hizo foco en qué alimentos se reformularon para evitar lucir algún sello, qué varió en la actitud de compra cuando los tienen y si su presencia produjo alguna modificación en el consumo de alimentos en las infancias. Además, qué pasó con los productos a base de plantas, antes y después de esta ley.
Aunque todos los autores de los informes coinciden en que para ver un eventual cambio de hábito de consumo preciso después de la norma habrá que esperar «unos tres años», por qué la conclusión inicial es que esta es un ley útil pero limitada.
Si bien pasó poco tiempo desde la implementación, los investigadores observan algunos cambios a partir del etiquetado frontal.«Por las características del perfil de nutrientes del etiquetado frontal, hay alimentos que las Guías Alimentarias para la Población Argentina (GAPA) identifican como ‘protectores’ o recomendables, porque tienen mayor presencia de nutrientes esenciales, como las verduras, frutas, legumbres, cereales, lácteos y carnes, y por los sellos negros son desalentados en su consumo», explica a Clarín Sergio Britos, director de Cepea, y quien dirigió el informe que la especialista Marina Albornoz elaboró con financiación del Gobierno para evaluar la incidencia de la norma.
Esas «inconsistencias» Albornoz las identifica en los pescados enlatados, como el atún, en las legumbres en lata -«que tienen sellos de exceso en sodio»-, en yogures, -«que no tienen un contenido elevado de azúcares pero lo suficiente como para tener un sello negro»-, en algunas galletitas integrales, -«que tienen un perfil nutricional bajo en grasas y una buena cantidad de fibras, que es un nutriente deficitario en la población, y tienen sellos cuando no son alimentos poco nutritivos»-.
A la par, los quesos blandos, los medallones de cereales y las legumbres procesadas fueron las categorías de alimentos que mayores cambios tuvieron en su composición nutricional. Podría decirse, entonces, que lo que «ya no era malo, se puso mejor». Pero, de nuevo, el balance muestra que pueden existir conceptos negativos sobre alimentos que no lo son. Por los sellos.
«Los medallones de cereales o de soja, no son necesariamente un alimento ‘punible’, malo, pero obviamente puede tener algún sello por algún pequeño desvío en algún nutriente crítico, que probablemente sea socio, y les valga el sello», marca Britos.
Las Guías Alimentarias denominan como «alimentos de consumo ocasional» a los que son fuentes de nutrientes críticos, como sodio, azúcares o grasas saturadas.
Los autores los dejaron de lado y en el estudio se enfocaron en los que las guías nutricionales identifican como recomendados. Pero, como aclara el nutricionista, el 25% de nuestra dieta es en base a esos alimentos con mayor cantidad de nutrientes críticos.
El trabajo de la UCA investigó el cambio de hábitos de la gente a partir de la ley de etiquetado frontal. Foto: Fernando de la OrdenEl primer dato fuerte es que el 89% de los alimentos que se estudiaron (por ser recomendados por las guías) son alcanzados por al menos un sello de advertencia o leyenda precautoria (como en el caso de las gaseosas sin azúcar, que contienen edulcorantes y no son recomendadas para niños/as y adolescentes).
El segundo es que su incidencia de consumo representó apenas el 10% de la ingesta de energía y no más del 18% de la de nutrientes críticos en el patrón alimentario de la población de niñas y niños y adolescentes a partir de la micro base de datos de la 2da Encuesta Nacional de Nutrición y Salud.
Entonces, para Albornoz, «a pesar de las reformulaciones positivas observadas, el impacto en la ingesta de energía y nutrientes críticos en las dietas de niños, niñas y adolescentes fue limitado».
Acá es importante entender, explica la autora, que «en un escenario de alta prevalencia de exceso de peso y patrones dietarios de baja calidad nutricional», la ley sólo aplica sellos a productos envasados en ausencia del consumidor, como medida de salud pública y con principal enfoque en la población infanto-juvenil.
Así que todo el resto, lo no industrializado, como lo que se vende en panaderías, rotiserías y restaurantes, está liberado de los sellos.
«El etiquetado frontal es una herramienta útil en general. En particular en las categorías de productos cuyo consumo es recomendado como ocasional. En los alimentos recomendados su implementación debe acompañarse de intensas estrategias de Educación Alimentaria Nutricional para orientar su correcta interpretación y evitar la disminución en el consumo de alimentos que pueden ser deficitarios en la población», marca.
Por eso en las conclusiones Albornoz advierte que «es clave analizar los resultados progresivos de la implementación del etiquetado y su proyección en el patrón alimentario (real) de la población».
Sellos negros y consumo en las infancias
«El 75% de los niños/as y adolescentes residen en hogares que no se han visto desalentados en sus consumos a partir del etiquetado frontal, y dicha situación es más prevalente en los hogares pobres, estratos bajos, y ciudades del interior del país», surge del estudio publicado por el Barómetro de la Deuda Social de la Infancia junto a Fundación Alimentaris.
En otras palabras, un tercio de los hogares reconoce haberse visto desalentado en el consumo de ciertos alimentos a partir del etiquetado frontal; esa incidencia es aún menor en los hogares con niños/as y adolescentes y sube en los hogares sin niños/as.
En el caso de los hogares con niños/as y adolescentes, el etiquetado parece haber tenido un mayor impacto entre los no pobres, a medida que asciende el nivel socioeconómico, en quienes residen en la Ciudad de Buenos Aires y en el Conurbano Bonaerense.
Otro de los informes recapitulados corresponde a una tesis de graduación de tres estudiantes de la carrera de Licenciatura en Nutrición de la UCA, un «análisis exploratorio pequeño», del que Britos también fue director y rescata por sus resultados llamativos.
A través de un estudio observacional descriptivo en 309 personas (84% mujeres, el 53% de entre 40 y 60 años) a cargo de niños/as y adolescentes y residentes en el AMBA, se concluyó que «el consumo medio de alimentos poco nutritivos fue de 2 veces por semana» en esos hogares (Bugallo O, Pinto M, Seré A).
El queso untable fue el más frecuentemente consumido (2,9 veces/semana), seguido de las galletitas dulces (2,6 veces). Y para ningún alimento se halló una diferencia significativa entre los promedios referidos al género, lo que sugiere un patrón de consumo similar entre hombres y mujeres.
El estudio oficial
En el «Estudio de opinión pública sobre la implementación de la Ley 17.642 de promoción de la alimentación saludable«, publicado en diciembre de 2023, la Dirección Nacional de Abordaje Integral de Enfermedades No Transmisibles del Ministerio de Salud informó que la respuesta de la opinión pública ante las iniciativas propuestas en el estudio fue variada.
«El 53,7% de las personas encuestadas afirmaron conocer la ley y este porcentaje aumentó al 90,3% cuando se les mostraron los sellos de advertencia en los productos. Sin embargo, al consultar sobre los ejes principales, un porcentaje menor conocía la obligatoriedad de los sellos en los envases y la prohibición de venta y publicidad de productos etiquetados en las escuelas», retomaron los expertos en el balance, sobre ese informe oficial.
Respecto a la percepción de productos con sellos, el estudio indica que al menos el 80% considera que la información del frente del envase «es clara y simple».
Otro punto que se resalta en el balance es que el informe afirma que «en personas de género femenino, entre 18 y 50 años y con mayor nivel educativo, el conocimiento y evaluación de la ley presentó mayores porcentajes de indicadores positivos«.
¿Qué pasa con el comportamiento de compra? Ese informe indica que la intención de compra de productos con sellos disminuye «a medida que las personas prestan atención a la información y consideran la saludabilidad del producto» y que la mitad de las personas encuestadas prefiere elegir una alternativa de compra en caso de que haya disponible un producto sin sellos o con menos sellos.
El balance final
«Para tener un año de vigencia (contando desde que vencieron la mayoría de los plazos de adecuación para los fabricante), el etiquetado frontal tiene un nivel de adherencia interesante.Tres de cada 10 personas reconocen que se fijan al menos en los sellos y que desalienta el consumo de algunos alimentos. Pero eso depende del nivel socioeconómico, por lo que la ley amerita un conjunto de políticas que sean complementarias al etiquetado«, dice a Clarín Ianina Tuñon, autora de uno de los informes y quien resume la visión del balance, como parte del Observatorio de esa universidad.
Particularmente, esa necesidad la remarca en las infancias: «Es menor la adherencia de la ley en los hogares con niños, niñas y adolescentes que en los que no los hay, y esto nos parece relevante porque muchos de los hábitos de consumo alimentario se forjan en la infancia y la adolescencia».
PS