“Però parlo de temps, crec que era el juliol en què es va fondre l’Indurain
i vam maleir el danès i les rampes d’Hautacam”
(“Pero pasó hace tiempo, creo que era el julio en que se fundió Indurain
y maldijimos al danés y a las rampas de Hautacam”)
‘Boomerang’, la canción de Manel, dedica una estrofa a un momento que se quedó clavado en la memoria de toda una generación. Sucedió en Hautacam, la estación de esquí pirenaica, a pocos kilómetros de Lourdes, donde más que un milagro, se escenificó una tragedia.
Fue el 16 de julio de 1996, el día del 32º cumpleaños de Miguel Indurain, el día en el que el rey del Tour tuvo que abdicar.
Vuelve el Tour a Hautacam, 17 de julio de 2025: excelente oportunidad para viajar al pasado y rememorar aquel Tour de 1996, tan extraño por diferentes razones.
Iba a ser, pocos lo dudaban, el Tour que encumbraría a Indurain como el primer corredor con seis victorias. Hasta la organización del Tour preparó una etapa con llegada a Pamplona, prevista para el 17 de julio, el día después del cumpleaños de Indurain. Acabaría siendo un homenaje triste y un poco apagado. El héroe había caído. A manos de un danés dopado, eso sí: pero eso solo se sabría años después.
Un frío terrible
El Tour empezó en los Países Bajos. Fue un Tour frío, en el sentido más puro de la palabra: no había manera de ver el sol, y eso a Indurain le sentaba como un tiro.
Su cuerpo toleraba el calor, entre otras cosas porque era especialmente resistente a la deshidratación. En cambio, el frío le paralizaba.
En la primera etapa alpina, con salida en Chambéry y llegada a Les Arcs, el ciclista navarro ofrece los primeros síntomas de fatiga. Pide desesperadamente agua y sales al coche de su equipo, imagen nunca vista en los cinco Tours que había ganado en los años anteriores.
No encontró demasiadas explicaciones Miguel cuando tuvo que atender a la prensa: el frío, la escasa alimentación, etc. Como pudo, sobrevivió en los Alpes, que fueron un tormento de frío y aguanieve.
Los Pirineos como tabla de salvación
Ya en los Pirineos, la afición esperaba a un Miguel resucitado. Indurain siempre prefirió los Pirineos a los Alpes. Pero ocurrió todo lo contrario. La 16ª etapa, entre Agen y Hautacam, fue la de su rendición definitiva.
Resistió como pudo los incontables ataques de Bjarne Riis, un danés alopécico, de su misma quinta, la de 1964, que acabaría ganando ese Tour. Fue él quien destronó al rey.
En Hautacam, Indurain no pudo seguir el ritmo de los mejores. Le sobrepasó Riis, pero luego también le alcanzaron Olano o Rominger.
Ese día, descendió al décimo puesto de la general. Al día siguiente, la etapa acabó en Pamplona. Indurain no tenía que recoger ningún maillot –ni ganador de etapa, ni líder, ni montaña- pero aun así, subió al podio. Para recibir la ovación de sus paisanos.
Asoma Ulrich, se va Miguel
La penúltima etapa de aquel Tour fue una contrarreloj larga, la especialidad de Indurain: la ganó Ulrich, que sería campeón del Tour al año siguiente, en 1997.
Años después se sabría toda la verdad de lo sucedido en el Tour de 1996. Riis confesó haberse dopado, no solo en 1996, sino entre 1993 y 1998.
“Tomé sustancias prohibidas. Tomé EPO. Y asumo totalmente la responsabilidad de mis acciones. Yo sabía lo que hacía. No me arrepiento porque fue parte de ese tiempo y de un sistema que todos aceptamos en silencio”. No fue el único ciclista de su equipo, el Telekom, que lo reconoció.
Riis, en el podio de Pamplona, con Indurain / –
La confesión que llegó demasiado tarde
Cuando le preguntaron si se sentía ganador del Tour de 1996, Riis fue sincero. “No soy digno de esta victoria. Mi maillot amarillo está en el garaje, pueden recogerlo cuando quieran”.
Sus palabras llegaron en 2007: si no existe un expediente abierto, los casos de dopaje prescriben a los ocho años. Oficialmente, Riis siempre será el ganador del Tour de 1996.
Una retirada prematura
Indurain, por su parte, se negó en redondo a ser un ciclista en declive. El 2 de enero de 1997 anunció su retirada en un hotel de Pamplona. Leyó un comunicado. Solo necesitó 370 palabras.
De Indurain quedará su legado: sus victorias, pero sobre todo, su forma de lograrlas. Nunca perdió la compostura. Ni una palabra de más ni de menos.
Lo explica bien Juanma Trueba en su ‘Diccionario de ciclismo’: “De repente nos surgió un campeón a contraestilo; para empezar alto, sereno, inalterable, de poco hablar y nada presumir, fiable por completo, mínimamente humano”.
