Desde la publicación del informe de la UCO sobre los vínculos entre Santos Cerdán, hasta entonces secretario de organización del PSOE, con la presunta trama de corrupción en la que participaban José Luis Ábalos (anterior secretario de organización), Koldo García y Víctor Aldama, el secretario general del partido y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, no ha conseguido sacar ningún conejo de la chistera que haya conseguido superar la grave crisis institucional que se ha abierto en España. La remodelación de la comisión ejecutiva y las medidas de regeneración del partido que presentó ayer en el comité federal tampoco han sido suficientes para pasar página y recuperar la iniciativa política. Y, a pesar de todo, Sánchez dejó claro que su intención en seguir en todos sus puestos y seguir intentando completar la legislatura. Junto al perdón a los militantes y a los ciudadanos, solo hizo una asunción genérica de responsabilidades y casi dedicó más tiempo a seguir ahondando en la polarización que a proponer soluciones de raíz frente a las sospechas de corrupción que recorren ahora a todo su partido y a buena parte de su Gobierno. Una muestra de ello fue la retirada, en el último minuto, del nombre de Paco Salazar como adjunto a la nueva secretaría de Organización, Rebeca Torró. Dos antiguas colaboradoras lo acusaron de comportamientos inadecuados. Salazar, como Ábalos y Cerdán, ha formado hasta ahora parte del núcleo de más confianza de Sánchez que está demostrando tener muy mal ojo para otorgarla.
Sánchez no puede seguir más tiempo pretendiendo que los electores progresistas se lo perdonen todo por el temor que le pueden tener a una mayoría del PP con Vox que pudiera revertir muchas de las políticas impulsadas en los últimos ocho años. Ese fin no puede amparar que Sánchez use todos los medios para conseguirlo. Como dijo en el comité federal y como dijeron muchos de los líderes territoriales, el PSOE es un partido de gente honrada, trabajadora y que defiende noblemente sus ideales desde hace 140 años en los que ha prestado grandes servicios a la sociedad española y debe encontrar la manera de seguir haciéndolo. El actual presidente del Gobierno ha dicho en los últimos días que si pensara que marcharse solucionaría el problema, lo haría. La cuestión es que si no lo hace es su responsabilidad encontrar la solución. Lo que no puede pretender es quedarse sin encontrar la solución de un problema que de alguna manera ha creado, como mínimo por omisión mientras no aparezcan nuevas informaciones. Seguir amparándose en la teoría de la conspiración permanente contra su persona, aunque sea cierto que hay sectores que le profieren una animadversión sistemática, no es de recibo ni para la militancia socialista ni para el electorado progresista ni para los ciudadanos que respetan el juego democrático aunque no compartan las ideas del actual presidente.
El mito que envuelve a Sánchez desde aquellas primarias en las que intimó con Ábalos, Cerdán y Koldo sobre su ilimitada capacidad de resistencia se viene abajo porque no encuentra la tecla que le saque del pozo en el que anda metido. Los militantes, los electores y los ciudadanos que han confiado tantas veces en su palabra no encuentran ahora razones para seguir haciéndolo. O se las da o será mejor reconocerlo.