Ira Levin, el autor de El bebé de Rosemary, escribió El cuarto de Verónica con una idea clara: esta historia solo podía contarse en un escenario. Y así es desde entonces.
El texto tuvo su adaptación en varios países y los días 28 y 29 de junio llegará al teatro Ciudad de las Artes con Silvia Kutika y Fabio Aste como protagonistas. Se trata de un thriller psicológico que desafía al espectador desde el inicio, con una trama cargada de pistas, silencios y falsas certezas.
En diálogo con La Voz, Kutika habla del impacto de la pieza, del trabajo actoral que exige sostener la tensión en vivo, del placer (y vértigo) de habitar personajes que se transforman en la sombra y de por qué, en tiempos de crisis en la ficción, el teatro sigue siendo un espacio de resistencia insustituible.
–El autor de “El cuarto de Verónica” contó que varias veces quisieron comprarle la historia para llevarla al cine y se negó, porque estaba hecha para ser contada en el teatro. Siendo parte de esta obra, ¿en qué creés que se fundamenta esta postura del autor?
–Me parece que los climas que se logran con el público en el teatro, ese “vivo” que hay, se perderían en el cine. El cine tiene, obviamente, los recursos de la edición, los planos cortos, los generales… pero creo que todo eso enfriaría la obra. Esta propuesta es un tobogán de emociones, de principio a fin. Comienza muy relajada, con personajes cálidos, contenedores, y de repente ves cómo todo se va dirigiendo hacia un lugar oscuro, perverso. La manera en la que el espectador transita ese camino en vivo, cómo se lo engaña y se lo conduce a través de miradas, de cuerpos que dicen algo diferente a lo que dicen las palabras, eso se perdería en el cine. ¡Y nosotros tampoco podríamos escuchar las exclamaciones del público! Es una obra muy compleja, y creo que, de haberse llevado al cine, la habrían simplificado un poco.
–Tu personaje, así como la obra, también atraviesa una profunda transformación. ¿Qué nos podés contar de eso sin caer en spoilers?
–Cada uno de nosotros interpreta varios personajes. Fabio Aste y yo comenzamos como una pareja de viejitos que, en un restaurante, conocen a una joven pareja. Al ver a la chica, se sorprenden por su parecido con una muchacha que conocieron, y que está muerta. Impactados por el parecido, los invitan a su casa, a entrar al cuarto de Verónica. Ella acepta… y, a partir de ahí, comienzan a suceder cosas. Ese cuarto encierra secretos y misterios. Es de fácil acceso, pero salir de él puede ser muy difícil… si es que se logra. No puedo contar mucho más. Mi personaje atraviesa distintas épocas y se transforma hasta llegar a una oscuridad muy profunda. Son personajes que transitan entre la luz y la sombra, y que sacan a la superficie lo más perverso que hay en los seres humanos: el engaño, la mentira. Es como estar atrapada en una historia sin principio ni fin, que se repite una y otra vez, donde los personajes no logran salir, no logran redimirse. Pero no puedo decir más…
–No hay mucho lugar para el aburrimiento, ni como actor ni como espectador.
–Para nada. Es imposible que el espectador se aburra, porque lo obligamos, con los datos que le damos, a armarse una historia que al principio parece simple. Pero después le damos otros datos, y tiene que desarmarla y empezar de nuevo. Y eso pasa hasta el final. En los últimos cinco minutos, la obra te da unas cachetadas de imaginación y fantasía que te obligan a reconstruir todo a contrarreloj.
–Ya llevan muchas funciones con esta obra. ¿Qué sentís que es lo que más sorprende al público?
–En Buenos Aires ya vamos por el quinto año, y es el tercero de gira. Y estamos felices, porque la respuesta del público es extraordinaria. Creo que lo que más sorprende es que esta es nuestra tercera obra juntos, y siempre tratamos de abordar géneros distintos, de ofrecer algo diferente. Somos un grupo que ya funciona como una familia, y que siempre busca materiales que nos interpelen para llevar propuestas innovadoras a la gente.
–Esta intención del grupo de buscar obras originales, fuera de lo común, ¿tiene que ver con una voluntad de renovar el público teatral, de atraer nuevas generaciones?
–Sí, claro. Cuando encontramos esta obra, nos pareció maravillosa la propuesta, el género, el desafío de hacer algo distinto. Y con mucho orgullo –y también sorpresa– vimos que los jóvenes la aceptaron muy bien. Hay un grupo de jóvenes que está buscando este tipo de propuestas, les gusta el suspenso, el terror, y lo nuestro –sin ser terror– juega mucho con eso. Y responden muy bien. También gente de 30, 40, 50 años. Quizás el público más grande al principio está un poco reacio, pero termina viniendo igual por el boca en boca, que fue y sigue siendo maravilloso.
–Hablame de tu dupla con Fabio Aste.
–Con Fabio ya nos cargamos y decimos que somos un matrimonio de ficción. Nos conocíamos, pero no habíamos trabajado juntos antes. Empezamos este proyecto hace unos cinco años y nos llevamos muy bien. El grupo también se lleva muy bien; imaginate que en cinco años nos pasaron muchas cosas, lindas y no tanto, en lo personal. Pero siempre estamos ahí. Siento que somos un bloque, una familia. Me siento muy contenida, respaldada, apoyada por los chicos. Es un grupo grande, y todos son muy trabajadores, aman lo que hacen y lo hacen con el corazón.
–En un contexto donde hay poca ficción nacional en pantalla, muchos actores consideran al teatro como un espacio de resistencia. ¿Qué significa para vos el teatro?
–El teatro es mi refugio. Es el lugar donde puedo seguir haciendo lo que amo, lo que elegí. Tiene esa magia: podés reunirte con un grupo, buscar una obra y hacerla. Siento que volví a mis inicios, a esos años en los que armábamos una obra desde cero e invitábamos a la gente a verla. Todo esto me renueva el amor por la profesión. Es como volver a decirle “sí” a ese primer amor. El teatro es el lugar donde todavía puedo mostrar lo que quiero y cómo quiero hacerlo.
El cuarto de Verónica. Silvia Kutika, Fabio Aste, Adrián Lazare y Clara Sacone. Sábado 28 junio y domingo 29 de junio. Teatro Ciudad de las Artes (av. Pablo Ricchieri 1955). A las 21. Entradas: Desde $ 30 mil hasta $ 33 mil. A la venta, en Autoentrada.